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Se anticipaba una concurrencia multitudinaria para ver actuar por primera vez en Paraguay a The Killers, esa banda de rock que hace de las suyas desde inicios de la década pasada, cuando irrumpieron la escena con canciones como “Mr. Brightside” y “Somebody Told Me”, desde aquel álbum debut “Hot Fuss” (2004).
La agrupación liderada por el vocalista Brandon Flowers y compuesta también por el guitarrista Dave Keuning, el bajista Mark Stoermer y el baterista Ronnie Vannucci Jr., esta vez llegaban a Paraguay, enmarcados en su gira mundial “Battle Born World Tour”. Y aquellas canciones que sonaban con furia en las estaciones de radio o en Internet, esta vez llegarían en su versión más pura y cruda: en vivo.
La expectativa se había disparado desde el pasado lunes, con la llegada de la banda al país y la presencia de un Flowers atento con sus fans, a quienes concedió tiempo para autógrafos y fotografías (a pesar de atrasos de vuelos y el cansancio de una larga gira).
El Jockey Club, cuyo campo presentaba un imponente escenario y la configuración habitual de sectores de público, camerinos y mucho colorido, se llenaba gradualmente desde que se abrieron los portones en horas de la tarde. Con el paso de los minutos y las horas, el espacio entre las personas reunidas allí era cada vez más reducido, con la espera amenizada por la música del paraguayo DJ Kwak.
El cielo se presentaba totalmente despejado y la Luna llena contribuía con la iluminación que, tiempo después, conjugaría con la espectacularidad del escenario.
La hora prometida llegó… y pasó sin que los artistas salieran aún al escenario, aunque poco impacto tuvo el leve retraso en el estado anímico de un público listo para una fiesta. Y esa fiesta comenzó cuando, faltando minutos para las 22:00, los artistas finalmente saltaron al escenario, compuesto por una pantalla principal, dos pantallas LED; una estructura principal en medio del escenario y un rayo –leit motiv de la agrupación–.
El vocalista Brandon Flowers se hacía visible en el centro, mientras miles de gritos al unísono lo aclamaban, a modo de efusivo recibimiento.
El espectáculo comenzaba, al fin, por todo lo alto con uno de los temas más conocidos de la banda, “Mr. Brightside”, que causó una explosión de furor y una lluvia de bebidas generalizada; entre saltos y gritos, e incluso una gigantesca pelota inflable que comenzó a rebotar entre la audiencia y parte del escenario, poniendo –si acaso faltara– acento a ese clima festivo.
La adrenalina rockera seguía con “The way it was”, una canción con tono más intimista, pero clara potencia de unión de sus elementos e instrumentos. Con esa menor sobrecarga sonora se apreciaba mejor, más nítidamente, la voz de Brandon Flowers, que anoche en el Jockey Club se hallaba en perfecto estado.
“¡Hola, Asunción! Somos The Killers, ¡y esta noche somos de ustedes!”, dijo el vocalista en un muy logrado español, causando histeria y emoción en sus incondicionales.
El cantante se mostró en todo momento extremadamente enérgico y comunicativo con el público, constantemente agregando, gesticulando y sonriendo mientras su público lo acompañaba con coros casi constantes. El show era completo con unos vistosos juegos de luces que teñían el escenario–¡y el rayo!– de colores rojo y púrpura, mientras sonaba “Smile like you mean it”.
Recién durante ese momento, cientos de fanáticos podían ingresar al sector Campo, aun habiendo llegado a tiempo. Los inconvenientes de producción también se hicieron visibles en la poca cantidad de baños disponibles. A todo esto se le suma las dificultades en las tareas de los reporteros gráficos, quienes no pudieron tomar fotografías, como es habitual en cualquier espectáculo de tal –o menor– magnitud. Según la producción, la medida fue exigencia de la misma banda.
Volviendo al show, los arreglos de guitarra y la furia de la batería acompañaban a la canción que seguía, con especial magnetismo. “Vamos a aumentar un poco el ritmo”, propuso Flowers –subido a la plataforma–, dando paso al mundo más vertiginoso de “Spaceman”.
Rodeado de una estética azul, y ubicado desde el extremo derecho del escenario, Flowers sonreía en complicidad ante los coros de su público, que lo acompañaba en (casi) toda la letra. Ya todo estaba dicho: no se trataría esta de una noche cualquiera.
La pantalla ilustraba una serie de imágenes con movimientos frenéticos; era cuando el público saltaba, extasiado, ante una banda en sintonía y un vocalista carismático, y que les correspondía los saltos. La canción terminaba con el tradicional “Olé, olé, olé” del público, acompañado por Flowers en el piano (con el agregado “¡…Paraguay, Paraguay!”).
La guitarra adquirió un mayor protagonismo con “Bling (Confession of a King)”, mientras la banda tocaba dentro de una jaula dorada formada por rayos de luz. Flowers, por su parte, regresaba al mismo centro del escenario.
En una atmósfera más introspectiva, sonaba el hit “Miss Atomic Bomb”, siempre acompañado por palmas y efectos con luces, fuegos y pirotecnia sobre el escenario. Flowers seguía allí, en visible disfrute del público paraguayo, al que conocía por primera vez.
Ese paisaje musical bajaba un poco la velocidad, en busca de dar cierto respiro al público que –por primera vez– se tomó las cosas con algo de calma, aunque esta calma quedaría olvidada pronto.
Y es que la canción que siguió fue “Human”, otro de los grandes éxitos del grupo… y un momento poderoso de la noche. El público saltaba en sincronía, vociferando con emoción la letra de lo que parecían considerar todo un himno, mientras los instrumentos, las luces, el humo, y hasta el clima –por no decir nada de un Flowers impecable–, se combinaban para dar como resultado un momento que, por mucho que se pueda considerar un cliché, no fue nada sino mágico, una respuesta a la hipotética pregunta de por qué vale la pena ir a un concierto en primer lugar.
Los saltos volvían a tomar protagonismo, con una canción que resume mucho de la esencia de The Killers: letras sencillas, melodías estridentes y arreglos orgánicos. De la mejor escuela del rock clásico.
Luego de una breve introducción instrumental el ritmo volvía a hacer lo suyo con la enérgica “Somebody told me”; Flowers dirigía al público como si fuera una hinchada, y la audiencia estaba más que contenta de dejarse llevar. El escenario volvía a pintarse de amarillo,
“Tengo una pregunta para ustedes: ‘What are you made of?’ (¿De qué estás hecho?)”, preguntaba Flowers, en referencia a la próxima canción. Los gritos no tardaron en llegar. “¿Conocen la canción?”, volvió a sugerir. De esta forma, siempre interactivo, Flowers inició con una charla cantada con el público la canción “Flesh and bone”, al principio totalmente minimalista –el vocalista cantó casi a capella-, para acabar de la manera habitualmente épica en que suelen terminar los temas de la banda.
Un reloj se observaba en pantalla, en referencia al tiempo del que habla la canción.
Luego era momento de la rockera “For reasons unknown”, entre un juego de luces blancas y rojas. El coro ‘beatle’ provocó un juego de palmas y voces junto al público. La fuerza de la batería daba fin a la canción.
“Sé que recién es martes, pero aún podemos bailar, ¿no?”, dijo el cantante como introducción a “From here on out”, en una interpretación inspirada de un tema que se antoja único en un tono más retro y rockero de forma clásica.
Flowers seguía interactuando con sus fans, mientras los arreglos de teclado aportaban lo suyo.
El grupo bajó de nuevo las revoluciones con “A Dustland Fairytale”, potenciada con un poderoso solo de guitarra. No tardaría en volver a disparar la adrenalina con otro de sus clásicos, “Read my mind”, y un Flowers cantando con fuerza una canción de esas que parecen hechas expresamente para hacer explotar a los públicos de conciertos, con fuertes y emotivas entonaciones y un ritmo que prácticamente obliga a saltar en acompañamiento.
Entre el rayo, ya teñido de color rojo, y una estética celestial proyectada en pantalla, se observaba al vocalista entregarse a su público. Sensación que incrementaba con su grito de “¡Asunción!”.
La complicidad entre artistas y públicos continuó con su éxito actual “Runaways”, también entonado con similar emoción arriba y abajo del escenario. Similar episodio se vivía con “All the things that I’ve done”, mientras el cantante recorría el escenario, de un extremo a otro. Las luces, allí, eran todas para el público; eran ellos quienes debían acompañar la canción, mientras caían del cielo confetis con formas de rayo –ya toda una simbología para la estética de la banda–.
Fue cuando la banda amagó con cerrar el show… aunque era obvio que la fiesta aún no había terminado (al menos, por el momento).
Efectivamente, tras algunos minutos de ausencia, la banda volvió a salir como recargada para el “encore” final, que inició con la picaresca “This is your life” –Flowers no se cansaba de estimular movimientos de brazos, al ritmo del tema– y continuó con la eminentemente rockera “Jenny was a friend of mine”, en medio de un juego de luces blancas, azules y verdes. Y la furia de la batería, más que nunca presente.
Una hora y media después de iniciado el show, el mismo concluía con la emotiva “When you were young”, cerrando bajo una lluvia de confeti con forma de rayo y un vistoso espectáculo de fuegos artificiales una noche que cargada de electricidad, música ejecutada de forma impecable y un ambiente cargado de emoción, con un público que se portó a la altura de la reputación que el Paraguay ha amasado en la escena musical internacional en los últimos años.
The Killers finalmente tocó en Asunción, y lo hizo de la mejor manera. Con el delirio del público, la entrega de los músicos, esas canciones que conservan la esencia del mejor rock de los últimos años –acaso con gratos ingredientes de pop–, en una postal que hoy integra una de las mejores noches de rock en Asunción.