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Si hay algo que reconocer en “Tadeo, el Explorador Perdido”, es la facilidad con que logra trasladar al espectador a un mundo de aventuras y fantasías con la sencillez que solo un guión sólido puede lograr.
La historia se centra en Tadeo Jones, un hombre de 35 años –algo incomprendido, pero empático– que supo conservar su sueño de infancia: el de convertirse en un prestigioso arqueólogo, casi tanto como Max Mordon (arqueólogo de su devoción y centro de atención de la prensa especializada).
Pero el tiempo no pudo ser su mejor aliado. Lejos de convertirse en un profesional de la arqueología, la vida adulta lo sorprende con un trabajo digno, pero mucho más discreto: el de la albañilería.
De todas formas, sus expectativas con un futuro en la profesión que tanto anhela le acercan a un experto en prehistoria y antigüedades, Miguel Humbert –algo así como su mentor–. Su maestro programó un viaje a Perú, en búsqueda del tesoro escondido de los Incas. Sin embargo, una confusión en el aeropuerto provoca que sea Tadeo quien emprenda ese viaje rumbo a la ciudad de Paititi.
Es así como el protagonista de esta historia llega hasta ciudades como Cusco y Nazca, visitando la zona del Machu Picchu y retratando bellas postales del país andino.
Esta especie de Indiana Jones español –por sus cualidades, casi más convertido en antihéroe que en héroe– tendrá que combatir con una serie de antagonistas, que no se detendrán hasta atraparlo y sacarle algo preciado que él llevará en su viaje.
Humilde, ingenuo, apasionado –aunque con cierta torpeza–, Tadeo logra poner al espectador de su lado, tanto por su humanidad como sus defectos, lo cual lo convierte en un personaje tridimensional y querible.
Una serie de personajes que lo escoltan están allí, incondicionales, ante cada obstáculo que se aparezca. La fidelidad del perro Jeff, las ocurrencias del pájaro Belzoni –que es mudo, pero ingenioso y se comunica con carteles–, y Freddy –un vendedor ambulante que retrata con gracia la idiosincrasia del latinoamericano–. Este mundo de fantasías, igualmente, recién toma fuerza en el segundo acto de la película, lo cual hace que el tono se rompa un poco.
La aparición de Sara –la bella hija del profesor Lavrof– será fundamental en la historia, logrando mover al entrañable Tadeo hacia un lado que lo vuelve más humano todavía: el amor.
Los diálogos rompen el molde con guiños a Ricky Martin, a los vendedores peruanos de baba de caracol y un retrato a esa devoción tan latinoamericana: los culebrones.
Aventuras y persecuciones estarán a la orden del día, escena tras escena; entre peligros y hallazgos.
La película ganadora de tres Premios Goya –a la Mejor Dirección Novel, al Mejor Guión Adaptado y a la Mejor Película de Animación– tiene todo para convertirse en un clásico del género en el cine español, con una dirección destacable, una banda sonora adecuada –The Monomes, a cargo de las canciones, son todo un descubrimiento– y un guión tan lineal como acertado. Y tan sencillo, como efectivo; casi como esa frase que reza que “el que la sigue, la consigue”.
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TADEO, EL EXPLORADOR PERDIDO (Las Aventuras de Tadeo Jones)
Dirigida por Enrique Gato
Escrita por Verónica Fernández, Jordi Gasull, Neil Landau e Ignacio del Moral (basado en un cómic de Javier López Barreira y Gorka Magallón)
Producida por Jordi Gasull, Álvaro Agustín, Ghislai Barrois, Ana Jardón Ruíz, Nicolas Matji, Ezequiel Nieto, Edmon Roch y César Vargas
Edición por Alexander Adams
Banda sonora compuesta por Zacarías M. de la Riva
Voces: Óscar Barberán, Carles Canut, Michelle Jenner, Pep Anton Muñoz, Miguel Ángel Jenner, Enriqueta Linares y Marta Martorell