Rojas y Toquinho: Guitarras y poesía

Virtuosismo, elegancia y encanto. Con teatro lleno y la ilusión intacta, la sala José Asunción Flores del Banco Central del Paraguay recibió anoche a Berta Rojas y Toquinho a puro ritmo de bossa.

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Disciplina y candidez. Colaboraciones y variedad. Son elementos que acompañan la carrera de Berta Rojas, la guitarrista clásica que salió del molde y recorrió el mundo en busca de un lugar. Búsqueda que le devolvió con creces al ser, por ejemplo, la primera artista paraguaya nominada -ya tres veces- al Grammy Latino (Día y medio, 2012; Salsa roja, 2014; Historia del tango, 2015).

Esa ruta que trazaba el camino de Mangoré fue girando hacia ritmos y armonías centroamericanas, colaboraciones con Paquito D’Rivera y coqueteos con la Camerata Bariloche de Argentina en un potente tributo al tango. Esta vez la bossa nova toma las riendas de su aventura. El compañero, cómplice y coautor de la hazaña, ahora es Antonio Bondeolli Pecci Filho, simplemente conocido como Toquinho, legendaria figura brasileña que compartiera créditos con figuras como Chico Buarque y Vinicius de Moraes.

Los aplausos colmaban el Gran Teatro Lírico José Asunción Flores, mientras la intérprete y el guitarrista y compositor se abandonaban a la gracia de un repertorio dirigido por el argentino Popi Spatocco, en compañía de jóvenes talentos de la Orquesta Sinfónica Nacional.

El idílico encuentro derrochaba elogios al compás de obras como Desafinado, de Tom Jobim; la obra de Agustín Barrios, Choro de saudade; Corcovado, de Jobim y Bachianinha, de Paulinho Nogueira.

“¿Ustedes se imaginan el placer enorme de escucharlo (a Toquinho) aquí, al lado? Gracias por aceptar nuestra invitación”, le decía Rojas a su colega. “Tu presencia habla de tu amor por el Paraguay y por la música paraguaya”. Desde entonces, el concierto se convertía en un diálogo constante de guitarras, de palabras, miradas y armonías; entre versiones en solitario y otras compartidas.

Creaciones como Si ela preguntar -de Dilermando Reis-, Felicidade -un clásico de De Moraes y Jobim-, Maxixe -que sirvió para que Toquinho recuerde a Mangoré: “Grabé canciones de Mangoré... todo artista tiene que saber (sus composiciones)”, afirmó, mientras el público le regalaba aplausos.

Entre elogios de la paraguaya a la orquesta -”todos muy jóvenes”, al decir de Rojas-, el repertorio seguía con Tarde em Itapoã -de De Moraes y Toquinho- y Eu sei que vou te amar -de Jobim, con una pintoresca historia incluida-, en una deliciosa versión amalgamada.

De los momentos más intensos y emotivos, el de Mis noches sin ti -de María Teresa Márquez y Demetrio Ortiz, con arreglos de Pinchi Cardozo Ocampo- ocupaba un lugar especial, al igual que la intimidad de otro clásico local, que sonaría tiempo después: la ya imperecedera Recuerdos de Ypacaraí -de De Mirkin y Ortiz-.

La noche, los halagos y acordes compartidos seguían su impronta con un homenaje a instrumentistas brasileños -arreglados por el mismo Toquinho-, pasando por una versión para el recuerdo de Chega de saudade -de Jobim-. El público celebró además un anuncio repetino en el intermedio: una futura grabación en conjunto.

¿Qué faltaba ahora para un final feliz? Las voces lo pedían, la historia del brasileño también. Era momento, entonces, de que sonara Aquarela, aquella canción compuesta y grabada por Toquinho en 1983, en el álbum número 35 de su carrera. La cálida voz del autor y la dulzura de la guitarra de Rojas eran, al fin, un amor musical consumado -sin sexo, como diría él- pero compuesto de admiración, confianza y entrega absoluta.

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