Retrospectiva: “Alicia en el País de las Maravillas” (2010)

La excentricidad de Tim Burton más el mundo surreal de Lewis Carroll suena perfecto en el papel, pero el filme está atado a una historia que nunca deja de tomarse a sí en serio lo suficiente para permitir disfrutar del País de las Maravillas.

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Ah, el año 2010, cuando el 3D en el cine todavía era el futuro recién llegado, y no solo una moda pasajera que probaría ser más molesta que inmersiva, más una excusa para cobrar más caro que una herramienta para contar mejor las historias.

Cuando fue anunciado que Tim Burton, un maestro de la fantasía con toques macabros – que pocos años antes había estrenado el muy buen musical Sweeney Todd – estaría a cargo de adaptar para Disney Alicia en el País de las Maravillas, recuerdo haber pensado en lo mucho que eso tenía sentido; aunque Burton va mucho más allá de simplemente imagenes bellas a la vez que tétricas, algo que encaja muy bien con el deliberadamente ilógico mundo retratado por Lewis Carroll, si uno quiere criaturas curiosas, ideas interesantemente locas e imágenes inolvidables, Burton sigue siendo probablemente una de las apuestas más seguras, quizá empatado con Guillermo del Toro.

Y en cierta forma, esa primera impresión probó ser acertada: sensorialmente, la Alicia de Burton es exactamente lo que tal idea debería ser una vez materializada: llena de personajes memorablemente dementes, un mundo que derrocha atmósfera, secuencias de gran creatividad, una gran banda sonora de Danny Elfman... Todo eso era de esperarse y Burton cumple.

Sin embargo, la película sufre de una aparente falta de confianza en sí misma y en la capacidad del público masivo al que Disney sin duda siempre apunta de aceptar y asimilar una historia que tenga como combustible el sinsentido. Si esa duda es justificada o no es debatible – el cínico en mi interior se inclina a coincidir, y mi parte idealista quiere dar algo más de crédito al público –, pero el resultado es un filme que trata de conciliar un mundo de locos con una trama dolorosamente genérica de reinos en conflicto y guerreros elegidos que se siente escandalosamente fuera de lugar en una película de toma el nombre de un clásico del surrealismo fantástico.

Contrariamente a lo que el título sugiere, Alicia en el País de las Maravillas no es una “remake” del filme animado que Disney estrenó en 1951, sino funciona más bien como una continuación, con una Alicia (Mia Wasikowska) de ya 16 años que se aferra al recuerdo de su padre fallecido, un idealista y soñador aventurero al mismo tiempo que su madre la lleva a una fiesta de alta sociedad que en realidad es una excusa para que el hijo de la familia anfitriona le proponga matrimonio a la joven.

Sin embargo, Alicia comienza a tener visiones de un conejo blanco vestido con un chaleco y con un reloj en la mano, y acaba siguiéndolo hasta una madriguera donde cae hasta llegar a un mundo que es confuso no tanto por las criaturas imposibles y personajes que no están bien de la cabeza, sino por la sorprendentemente complicada pero genérica historia que allí se desarrolla: desde que llega, Alicia se entera de que los habitantes del lugar viven oprimidos por la tiránica Reina Roja (Helena Bonham Carter), y que solo la llegada de Alicia puede cambiar la situación, ya que una profecía dicta que Alicia es la elegida que matará al Jabberwocky, el temido dragón de la Reina... excepto que todos dudan de que la Alicia que llegó sea la Alicia correcta, y la propia Alicia se pasa la mayor parte de la película convencida de que todo es un sueño.

La intención de no hacer un simple refrito del filme de 1951 es admirable – rehacer un clásico animado sin cambiar demasiado es una queja común que escuché contra El Libro de la Selva – pero la decisión de Burton y la guionista Linda Woolverton de apoyarse en el insoportablemente gastado cliché del elegido y la profecía es decepcionante; quizá la impresión fue que hacía falta una estructura familiar para balancear lo surreal de las imágenes, pero sinceramente el filme nunca logra los niveles de interesante locura de la película original para justificar eso; hay momentos memorables, sin duda – la llegada de Alicia al País de las Maravillas es emocionante, la infiltración al castillo de la Reina cruzando un río de cabezas es impactante y todo lo que involucra a la ya mencionada Reina se agradece enormemente por abrazar con más decisión la locura y explotarla para comedia en vez de solo para tener imágenes lindas – pero solo la canción de las flores en la original ya le gana al filme de Burton en creatividad, a mi parecer.

En vez de aplicar lógica de sueño a la situación, el filme hace más o menos explícito – no del todo, pero casi – que lo que ocurre es real, y Alicia se vuelve parte activa de una historia en vez de simplemente una turista en un mundo fantástico, lo que sería interesante si no se apoyara en el ya mencionado cliché y si la protagonista se nos presentara un poco más capaz de generar emociones.

Mia Wasikowska ha probado repetidas veces luego de Alicia ser una excelente actriz – me remito a las pruebas como Lazos Perversos, Maps to the Stars o la excelente La Cumbre Escarlata de Del Toro –, pero su Alicia es inexplicablemente rígida en sus expresiones, incluso cuando vuela aferrada a un sombrero gigante o combate con un dragón, y la constante excusa de que ella cree que todo es un sueño no alcanza para contrarrestar el hecho de que el desinterés de Alicia por todo lo que pasa a su alrededor es aburrido, y hace difícil sentir interés y empatía; al principio del filme Burton se regodea caricaturizando a la alta sociedad victoriana que rodea a Alicia, y estableciéndola a ella como una soñadora, rompedora de moldes, pero cada una de estas caricaturas son infinitamente más expresivas que nuestra protagonista.

Además, para 2010 lo de Johnny Depp en papeles excéntricos con curioso maquillaje y pelucas también ya estaba un poco gastado, y la idea de darle al Sombrerero Loco una historia de origen trágica - otro síntoma de la falta de confianza que los realizadores parecían tenerse a sí mismos y a su público a la hora de hacer el filme - ciertamente no le hace favores; Depp, por todo su colorido, acaba pasando más o menos desapercibido, sin pena ni gloria; si alguien se destaca es Helena Bonham Carter, que logra ser hilarante e intimidante como al Reina Roja y porque sus origenes se dejan mayormente a la imaginación.

Al final, la Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton se sostiene a fuerza de la capacidad de su director por crear visuales memorables y momentos de entretenida excentricidad, y exclusivamente en eso.

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