Así vimos “Luna de Cigarras”

En honor al estreno de una nueva producción paraguaya en cines, proponemos dos percepciones de “Luna de cigarras”, ópera prima de Jorge Bedoya.

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En pocas palabras: aunque adolece de un guión con varias notables deficiencias, la película de Jorge Bedoya es elevada a estatus de entretenimiento de calidad por un gran elenco y una acertada dirección.

En no tan pocas palabras: Con sus estilizadas secuencias de violencia en cámara lenta, una ecléctica banda sonora y su abundancia de personajes coloridos enfrascados en conversaciones que entretienen hasta cuando no sirven para avanzar la historia, el director Jorge Bedoya no hace amago de esconder la influencia que se cierne sobre su ópera prima Luna de Cigarras.

Con abundancia de recursos estéticos “tarantinescos”, la película avanza a paso rápido por su cruenta pero oscuramente divertida historia sobre la codicia, el crimen y el sinsentido de la violencia, logrando que un elenco de actores inspirado, una impresionante presentación visual con recursos técnicos acordes y una dirección sin grandes trucos pero firme guíen a la película con éxito alrededor de los obstáculos que le ponen ciertos descuidos y desaciertos -grandes y pequeños- en el guión.

En la tradición de películas de Tarantino como Perros de la Calle -de la que además presta la escena inicial de un grupo de hombres discutiendo trivialidades sentados a una mesa- o en menor medida Pulp Fiction, no hay un protagonista central, sino que la película va saltando entre subtramas y personajes, presentándonos primero la previa del desenlace de la película antes de volver en el tiempo un día para mostrarnos cómo llegaron a la situación en la que los encontramos.

Si tuviera que decir que la película tiene un centro, diría que está en el quinteto de criminales liderados por Gatillo (Javier Enciso) y compuesto por Duarte (Ever Enciso), Chino (Nico García), Rodrigo (Víctor Sosa) y Torito (Calolo Rodríguez), secuaces en Asunción de un temido jefe criminal de la frontera conocido simplemente como El Brasiguayo (Beto Barsotti).

Al mismo tiempo que recibe al recién llegado J.D. Flitner (Nathan Haase), un estadounidense que busca adquirir tierras para la plantación de marihuana en asociación con el Brasiguayo, Gatillo planea sublevarse a su jefe y sacarlo del camino para ponerse a sí mismo en la cima.

El eslabón débil de la película es su guión, que se mueve inconsistentemente entre sus muchos personajes para luego olvidarlos durante grandes porciones de película. Sufre además de la presencia de personajes totalmente innecesarios e intrascendentes, que no hacen sino ocupar tiempo de metraje y cuya ausencia no afectaría en lo más mínimo a la película; uno de esos personajes periféricos incluso participa directamente en el clímax de la película y aún así todo hubiera ocurrido exactamente igual si dicho personaje no hubiera estado ahí.

La subtrama del “yanqui” también se siente poco satisfactoria una vez que acaba, pasando de flirteos con una asuncena anónima a un encuentro con un par de trabajadoras del sexo en secuencias que no tienen nada de especial. La cosa se pone más prometedora luego... y entonces J.D. se desvanece, como si la película repentinamente hubiera decidido “ya no me importa este tipo”. Sin pena, ni gloria, ni resolución, ni nada. Similarmente, el sangriento clímax de la película es visualmente impresionante, aunque hace algunos saltos de lógica bastante molestos y por lo general se siente apresurado, aunque obviamente entrar a hablar de eso en detalle es imposible sin revelar el final.

Pero la película logra imponerse a esos defectos que llegan a ser graves gracias a otros aspectos en los que tiene gran éxito. Quizá el principal es el buen hacer de casi todos los actores que componen el dilatado elenco principal; provistos con personajes vistosos y coloridos, los actores lo aprovechan al máximo. Todos lo hacen por lo general bien -la cantidad de líneas que suenan poco naturales se puede contar con los dedos de una mano-, pero si tuviera que elegir favoritos tendría que decantarme por Víctor Sosa, genial en su interpretación de “gallito” hablador en exceso y confiado en aún más exceso; y Javier Enciso, que se roba todas y cada una de la escenas en las que aparece como Gatillo, un pistolero de mirada demente, con un hilarante concepto de conciencia social que probablemente será lo más recordado del filme, y con justicia.

Aunque no incurre en espectaculares trucos de cámara como los que presentaron Maneglia y Schémbori en 7 Cajas, Bedoya dirige con firmeza y en general el filme tiene un acabado técnico casi intachable, con atractivo trabajo de fotografía, momentos destacados como la simple pero bella secuencia de créditos iniciales y el ya mencionado clímax final, una memorable secuencia de acción en cámara lenta.

No nos va a llevar a los Óscar, pero si uno logra sobreponerse a las incertidumbres e inconsistencias de un guión descuidado -y no es difícil gracias al talento frente a cámaras y al pulido aspecto visual del filme- hallará en Luna de Cigarras una experiencia entretenida que bien se merece una recomendación.

En pocas palabras: el cine paraguayo sigue su curso con Luna de cigarras: una historia sobre el narcotráfico, que no muestra el narcotráfico. Un tono de humor oscuro, que no siempre hace reír.

En no tan pocas palabras: En la búsqueda de la excelencia en el cine hecho en casa nos volvemos a encontrar con el mismo inconveniente; esa herramienta que sirve de base, como cimiento a una casa: el guión. De esa herramienta pocas veces considerada se estructura una historia, que toma forma en imágenes en la gran pantalla.

Veámoslo así: la ópera prima de Jorge Bedoya nos logra entretener, nos muestra paisajes de nuestra urbanidad como nunca nadie nos pudo mostrar y nos dibuja variopintos personajes que nos podrán sacar alguna sonrisa. Pero son varios los cabos sueltos del cuento que intenta contar, que nos termina hiriendo como un sutil puñal al desaprovechar semejante despliegue con su planteamiento argumental.

La influencia “tarantinesca” en su mirada de director es clara desde el inicio: ya la secuencia inicial –revelada en el teaser y en el tráiler final–, que inevitablemente nos remonta a filmes como Perros de la Calle (1992) y Bastardos sin Gloria (2009).

El filme gira en torno a una historia de narcotráfico que tiene su inicio con la llegada del estadounidense J.D.Flitner al país, quien busca campos para poder cultivar marihuana. Como contacto principal, lo recibe Gatillo, quien trabaja para un “poderoso” de la mafia de las drogas, a quien llaman “Brasiguayo”.

Desde allí, aparecerán una serie de personajes: la dupla integrada por Rodrigo y Torito; el gánster violento de Duarte, el aliado tonto de El Chino y un tornero a cargo de Juanse Buzó.

Pero esa historia de narcotráfico termina diluido entre burdeles asuncenos y prostitutas de poca monta, con una historia paralela que aparece, sin haberse anticipado a lo largo de su desarrollo.

Entre las virtudes del filme, sobresale una formidable dirección de actores, enriquecida por los excelentes diálogos trabajados por Tito Chamorro (7 Cajas), que enuncian frases entrañables como “El que se chipa pierde” y “Un funcionario tiene que funcionar”. Sin embargo, el humor particular que maneja sirve para definir al director… aunque no siempre logra hacernos reír.

La historia, que pretende venderse coral, se diseña en un difuso laberinto que pierde fuerza en relación a la mafia, las armas y los helicópteros que nos muestran el tráiler y los afiches.

El personaje interpretado por Nathan Haase se convierte, probablemente, en el narcotraficante más ingenuo de la historia. Aun presentado como el disparador principal y con experiencia en su Estados Unidos natal, el personaje se pierde entre el montón del reparto local y, ya en el clímax del film, se queda en el olvido.

El Gatillo a cargo de Javier Enciso se roba el filme, con una serie de miradas y tics que lo descubren como la gran revelación de la película. La dupla conformada por Sosa Traverzzi y Calolo Rodríguez aporta frescura y comicidad, en un derroche de carisma; mientras que Nico García logra superar su traspié actoral de 7 Cajas, para componer un personaje hecho a su medida.

Sandra “Kukú” Flecha se luce con una ‘caficha’ (sin nombre definido), a la que –correctamente caricaturizada– le aporta cierto tratamiento kitsch, en un mundo bizarro de prostitutas y locales de mala muerte.

El erotismo –o, digámoslo, pornografía– toma forma con Shirley Giménez (Lectura según Justino) en la piel de Elisa; antes de que aparezcan Andrea Quattrocchi (Sandra) y Lali González (Mabel), interpretando a dos prostitutas. La actriz de 7 Cajas y la figura de Baila conmigo aparecen convertidas en las somnileras más finas de Asunción, en la escena de sexo más liviana posible.

Juanse Buzó saca a relucir un rostro cinematográfico, pero que se pierde en un texto que no siempre le creemos, más que nada fonéticamente (hay que decirlo: más parece un muchacho de Villa Morra tomando la personalidad de uno de los suburbios de Asunción).

La factura técnica, sin dudas, es lo mejor del film; mano a mano con el logrado nivel actoral. Más allá de discutibles decisiones de edición y una llamativa falta de subtítulos en la función de preestreno, será difícil olvidar la bella secuencia en plano cenital que recorre campos paraguayos y la Costanera de Asunción, en los créditos iniciales de la película.

La puesta en escena se impone con locaciones correctas, con una prolija dirección de arte a cargo de Osvaldo Ortiz. La fotografía resulta impecable, de la mano de Nahuel Varela.

La banda sonora logra darle fuerza a las escenas, con la música –tanto diegética como extradiegética– diseñada por el mismo director.

Delincuentes ingenuos, malvados dudosos, un poderoso preocupado por la belleza de su rostro y prostitutas ladies del centro de Asunción forman parte del zoológico que Jorge Bedoya nos presenta en una historia difusa –aunque válida– para mirarla, sin culpa, por menos de dos horas.

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LUNA DE CIGARRAS

Dirigida por Jorge Bedoya

Escrita por Jorge Bedoya y Nathan Christopher Haase

Producida por Héctor Duarto, Gabriela Sabaté, Rodrigo Salomón y Gaspar Zaldívar

Edición por Rodrigo Salomón

Dirección de fotografía por Nahuel Varela

Banda sonora compuesta por Jorge Bedoya

Elenco: Javier Enciso, Nathan Christopher Haase, Víctor Sosa Traverzzi, Beto Barsotti, Calolo Rodríguez, Éver Enciso, Nico García, Andrea Quatrocchi, Lali González, Héctor Silva, Sandra Flecha, Juanse Buzó y Tito Jara Román

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