El maratón de The Cure

Robert Smith y los suyos dieron un espectáculo de unas tres horas, con casi 40 canciones y una energía fuera de serie, ante unas 25.000 personas.

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Una vida dedicada a la música, y varias vidas dedicadas a escucharlos. Tras 37 años de existencia con un éxito indiscutible, por primera vez los paraguayos podíamos verlos en vivo… y en nuestro propio país. No es poco el mérito que hicieron para ocupar ese lugar desde finales de los setenta, con la edición de aquel viejo LP “Three imaginary boys”.

En los últimos años, con el repentino establecimiento de Paraguay como destino obligado para algunos de los más grandes artistas del mundo, ha habido varios conciertos que los medios no hemos dudado en calificar de históricos tanto por la trayectoria de los artistas presentados como por la misma magnitud de los shows: recitales como los de Guns 'N Roses, Aerosmith, Kiss o Paul McCartney.

Teniendo eso en cuenta, sería injusto no brindarle ese mismo adjetivo al show que brindó The Cure en la noche del martes y madrugada de este miércoles, un espectáculo maratónico que por momentos puso a prueba la resistencia y el poder de concentración del público, pero que sin duda supone otro capítulo triunfal en la historia de la música internacional en Paraguay.

La atmósfera tenía cierta electricidad, esa marca de los más memorables recitales, aun antes de que la música comenzara a sonar en el Jockey Club de Asunción, que suma otro evento a su larga lista de conciertos de gran magnitud.

Había aún un importante número de gente en proceso de ingresar o deambulando por las inmediaciones del hipódromo cuando el reloj marcó las 19:40 y subió a escena la joven banda paraguaya Tribu Sónica, que interpretó temas como “Una voz potente” y “Lágrimas y miel”, presentando en sus temas una fusión de géneros como el pop, el rock, el blues y la música electrónica que resulta en un sonido que ciertamente permite augurar buenas cosas para la banda, que cuenta con la particularidad de tener una voz femenina como vocalista, algo que no vendría mal ver más en nuestro país.

El siguiente momento fue muy especial: subía al escenario Deliverans, la celebrada banda que desde su álbum “Rompiendo el cristal” se ha establecido como una de las principales referentes del rock en Paraguay, y que además tiene un estilo musical clara y abiertamente inspirado por The Cure, y se disponía a telonear para la banda que fue una de sus principales influencias. El público respondió con pogos y coros el entusiasmo de los artistas, que interpretaron canciones de aquel pionero disco, además de otras más recientes.

Finalmente, el momento de los teloneros pasó y la hora anunciada se acercaba. El público, entonces, celebraba cada acción de los ayudantes que hacían las últimas pruebas de sonido con los instrumentos.

Llegaron las 21:35, y con ellas la oscuridad en el escenario y el campo del hipódromo, al tiempo que innumerables teléfonos celulares resplandecían. De a uno, los miembros de la banda tomaron sus posiciones y, finalmente, el mismísimo Robert Smith –sí, el mismo del maquillaje, el lápiz labial y el peculiar peinado– apareció y, sin preámbulos, su contagiosa voz comenzó a entonar “Open”, invitando sin palabras al público a que se le una. “¡Thank you!”, se escuchaba decir a Smith, mientras el escenario resplandecía con colores vivos, a partir de juegos de luces que invitaban a una intensa noche.

Siguió “High”, con las primeras notas haciendo explotar al público con un histriónico Smith presidiendo la canción, mientras un cielo se proyectaba en pantalla; a eso le siguió la también fuertemente acompañada –aunque no muchos sabían la letra– “End of the world”.

Había algo impactante en ver a una banda tan influyente como The Cure allí en vivo, tocando solo a metros. Tal vez sea un efecto residual de todo ese tiempo que pasamos sin considerar ni siquiera como broma la venida de grupos como este a nuestro país, y quizá el asombro que aún nos embarga se vaya desvaneciendo con el tiempo, pero anoche, ver a The Cure cantando en el Jockey no dejaba de ser mágico, en cierta forma.

La multitudinaria audiencia -unas 25.000 personas, según cifras oficiales- volvió a explotar con la rítmica “Lovesong”, coronada con un “¡Gracias!” en español de un Smith que en todo el concierto no dijo mucho, pero lo dio todo. La energía seguía con “Push”, que precedió a otro de los éxitos universales de la banda, “In between days”, que también fue coreado a miles de voces en el hipódromo con un Smith que abandonó su guitarra eléctrica en favor de una acústica adornada con “stickers” de banderas de varios países, entre ellos la de Paraguay.

La mundialmente popular “Just like Heaven”, que no tardó generar espontáneos “pogos” y coros atronadores, que se calmaron un poco con “From the edge of the deep green sea”, una oportunidad para que Smith y compañía desplegaran ese sonido tan característico de la banda, ese que a tantos artistas inspiró.

Fuertemente coreada fue “Pictures of you”, interpretada con un Smith seguro pero sereno, y que fue seguida por “Lullaby”, en la cual la banda tuvo uno de sus mejores momentos de la noche, con un sonido hipnótico puntuado por el vocalista, quien bailaba, gesticulaba y actuaba la letra de la canción; un momento sencillamente inolvidable.

El bajo hizo vibrar cada molécula presente en el hipódromo en la animada “Fascination Street”, seguida de la igualmente reverberante “Sleep when I'm dead”. El público volvió a saltar y a empujarse emocionado con “Play for today”, seguida de una versión de “A forest” cantada desde una niebla verde, con un inicio calmo que dio lugar de nuevo a un gran ambiente de fiesta.

Con una armónica, Smith abría “Bananafishbone”, con un sonido oscuro fuertemente contrastado por las festivas “The walk” y “Mint car”, que a su vez dieron paso a uno de los momentos más esperados de la noche. Aunque era aún martes, artistas y público se unieron en una explosiva interpretación de “Friday I'm in love” que debió haberse escuchado en una gran área alrededor del hipódromo. La pantalla formaba corazones, mientras los coros seguían al unísono.

El ritmo bajó un poco –y era necesario–, luego con “Doing the unstuck”, seguida de la íntima “Trust”, la hipnotizante “Want” y “The hungry ghost”.

Siguió la canción “Wrong number”, con un sonido de rock un poco más clásico con impetuosas guitarras y un cantante que interactuaba con el público, haciéndolo parte de la canción. La siguió “One hundred years” –que arrojó tibios aplausos–, y que a su vez se vio seguida de la muy rockera “End”.

Acto seguido, los artistas abandonaron el escenario, aunque al cabo de cinco minutos estaban de vuelta listos para seguir. El público, sin embargo, había comenzado ya en las últimas canciones a exhibir cierta falta de concentración en el show, que estaba probando ser un poco más largo de lo que esperaban (develando, en cierta forma, el gusto y/o fanatismo –o no– por la banda).

“¡Gracias! Thank you!”, se escuchó decir a Smith.

El espectáculo siguió con la fuerza de “Cold”, un tema de ritmo retorcido y oscuro, con el teclado sonando como un tétrico órgano. Luego siguieron “A strange day” –marcada especialmente por la batería– y aquella canción editada en 1982, “The Hanging Garden”.

Las cosas se relajaron un poco con “Dressing up”, seguida de la juguetona y alegre “The Lovecats”, que pareció revitalizar al público, que se puso de nuevo a bailar y cantar, como si el tiempo no hubiera pasado. Siguieron los alegres acordes de “The caterpillar” y “Close to me”, una canción de mediados de los ‘80. La mucho más rockera y frenética “Hot, hot, hot!” levantó el ritmo de la noche en su tramo final, seguida de la muy celebrada “Let's go to bed” y “Why can't I be you?”, manteniendo el clima de fiesta que se coronaría minutos después.

¿Y de “Boys don't cry” qué se puede decir que ya no se haya dicho miles de veces en los muchos años de carrera de The Cure? Nada queda por decir, salvo que el momento en que el tema sonó en vivo en el hipódromo, de la boca y los instrumentos de The Cure, es uno que cualquier persona que aprecie la música y su historia jamás olvidará.

Y como toda fiesta tiene un final, la extensa –pero intensa– noche de The Cure también terminaba. De eso se encargaban “10:15 saturday night” y la eminentemente rockera “Killing an Arab” –nada menos que el primer sencillo grabado por la banda, allá por 1979–, que puso un cierre por todo lo alto para otro de los que pasarán a la memoria como los auténticamente grandes conciertos que tuvieron lugar en Asunción.

Unos cantaban, otros saltaban o bailaban; algunos, incluso, todo eso, a la vez. También hubo quien desconocía por completo la mítica y trayectoria del grupo que estaba allí. Pero, para todos, era la fiesta de The Cure, y nada importaba más que eso.

Aunque los años les haya restado juventud y su carrera esté más cerca del retiro que de sus mejores tiempos de producción, The Cure sabe que su letra y música han de perdurar en el tiempo, tanto como el dejo de misterio que arroja la mirada y la sonrisa de Smith cuando sube con sus compañeros al escenario.

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