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A la hora de medir la influencia en el género musical del metal, pocas bandas pueden decir que gozan de la absoluta importancia de la que hace gala Iron Maiden, uno de los grupos comercialmente más exitosos del género con millones de fans en todo el planeta, canciones universalmente reconocidas e iconografía de las más representativas.
Lo que hace unos años soñaba un grupo de fans que salía a las calles de Asunción a pedir, este domingo se convirtió en una de esas realidades que difícilmente podían asimilar... aun cuando estaba ocurriendo.
Luego de un período de espera tras las presentaciones de Ghost y Slayer, que sirvieron como espectáculos anticipados al show principal de la noche -pero, sin dudas, ambos con vida propia-, el escenario se hallaba listo, aunque con telas negras cubriéndolo aún en gran medida.
La emoción y la anticipación que se habían acumulado durante horas, días y semanas, finalmente comenzó a descargarse en júbilo cuando las luces en el escenario disminuyeron y un video comenzó en las pantallas gigantes, culminando con una explosión de fuego mientras Bruce Dickinson, Steve Harris, Janick Gers, Adrian Smith, Dave Murray y Nicko McBrain salían a escena.
Sin preámbulos, el show comenzó con la canción “Moonchild”, con un Dickinson enérgico corriendo de un lado al otro del escenario y el rostro fantasmal de Eddie, la emblemática mascota de la banda, en el fondo del escenario.
Mientras el fuego se encendía en el escenario, el público explotaba en coros ensordecedores con “Can I play with madness”, respondiendo con entusiasmo cuando Dickinson exclamaba su característico “Scream for me Asunción” (Grita por mí, Asunción). Imágenes de la banda en pantalla ilustraban que aquel sueño de tantos al fin era realidad.
Siguieron la frenética “The prisoner” y la muy celebrada “2 minutes to midnight”, con un Dickinson que parecía inagotable, una energía desorbitante, algo admirable si se tiene en cuenta que no habían pasado ni 48 horas desde el concierto de Iron Maiden en la capital argentina; si Dickinson en realidad estaba cansado por el viaje, no se notó en su movediza actuación.
“¿Cómo diablos están?”, consultó el vocalista al público. “Nos tomó 35 el venir a Paraguay, pero les digo que no nos va a tomar otros 35 años el volver”. El público explotó, cantando tan fuerte que el vocalista británico tuvo que esperar a que bajen la intensidad para seguir hablando. El comentario que hizo sobre cómo lo que probablemente eran unas 20.000 personas allí reunidas hacían más ruido que las 60.000 que los vieron en vivo en Buenos Aires fue largamente celebrado, antes de que comenzara “Afraid to shoot strangers”.
Acto seguido, la bandera británica comenzó a ondear en el escenario, llevada por un Dickinson vestido con una casaca roja como la del uniforme del ejército británico el siglo anterior. Era el momento de interpretar “The trooper”, escrita por Harris y editada en el álbum "Piece of Mind". El público y artistas se unían una vez más en un ensordecedor coro.
La euforia de los fanáticos instalados en el límite del sector Campo hizo que varios de ellos intentaran desafiar las vallas de seguridad para acercarse a sus ídolos... hasta que los guardias lograran llegar a ellos y apartarlos.
La intensidad y espectacularidad no podía bajar, ya que la canción que siguió fue nada menos que una de las más grandes del grupo. Miles de personas recitaron con la voz de Barry Clayton antes de que comenzara la emblemática “The number of the beast”, que provocó una rendición total de los fans a sus amos del metal. En el escenario, dos ojos rojos impresos en el telón observaban al público detrás de las llamaradas.
Ya con el fondo cambiado, la intensidad siguió vigente con “Phantom of the opera” -de nuevo, con fuego- y la también celebrada “Run to the hills”, en la cual se unió a los artistas en el escenario nada menos que Eddie, vestido en esta ocasión como militar clásico. La energía incontenible seguía vigente, mientras sonaba el épico himno que es “Wasted years”, y los coros seguían con un disfrute generalizado que se evidenciaba en cada uno de los rostros.
Un impresionante juego de pirotecnia fue el punto final de la maratónica “Seventh son of a seventh son”, que incluyó no solo a un Eddie gigante sobre el escenario, sino también mucho tiempo para que las guitarras tuvieran lucimiento sin interferencia de la voz de Dickinson. Eddie seguía allí, como si de un Buda se tratara. Luego llegaba “The clairvoyant”, que lograba continuar el espíritu metal.
La siguiente canción fue otro de los grandes clásicos de la banda, en parte tenebrosa y en parte enérgica y veloz: “Fear of the dark”, que el público coreó no solo mientras Dickinson cantaba a la “Asunción en la oscuridad”, sino hasta en los momentos puramente instrumentales, acompañando el ritmo con las palmas en gran sincronía. "Thank you!", agradecía el vocalista, mientras los pogos seguían, sin tener fin.
Siguió la canción que da nombre a la banda “Iron maiden”, con un Eddie gigante presidiendo el espectáculo. De nuevo, la espectacularidad de la banda ofrecía un gigante recital, mientras Gers revoloteaba su guitarra.
Al terminar la canción la banda amagó terminar el show, retirándose por apenas medio minuto antes de que las pantallas volvieran a encenderse, mostrando filmaciones de la Segunda Guerra Mundial, mientras el famoso discurso de Winston Churchill retumbaba en el hipódromo.
Con la bandera paraguaya colocada en un extremo de la batería, la banda regresó para interpretar la adecuadamente bélica “Aces high”, mientras el escenario escupía fuego en un despliegue de pirotecnia que continuó en la siguiente canción, “The evil that men do”.
La nota de color la tuvo -sin dudas- Dickinson, cuando alguien desde público le arrojó la bandera de una marca de hamburguesas (auspiciante del evento). La voz de Iron Maiden no encontró mejor respuesta que pasársela por el trasero.
Los gritos seguían, los saltos también. El viento asomaba los espacios del Jockey, como calmando las ansias que veían su fin.
Tocaba cerrar el show -esta vez, en serio- y la banda lo hizo con una versión de “Running free”, rica en solos para el lucimiento de cada uno de los miembros de la banda.
En un escenario que vio cumplir el sueño de los seguidores del género, Iron Maiden cerraba una noche que sin duda quedará grabada en la mente y el alma de decenas de miles de personas congregadas allí para estallar en pedazos su espíritu metal.
Antes subieron Ghost y Slayer. Leé la crónica de esos shows.