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No son frecuentes las ocasiones en que una película logra resumir cómo será la experiencia general de verla tan precisamente como lo hace Batman vs Superman: El Origen de la Justicia.
Tras la secuencia obligatoria en la que vemos la muerte de los padres de Bruce Wayne – algo que ya está un poco gastado a estas alturas, aunque las imágenes en la cámara lenta marca registrada del director Zack Snyder y la siempre bellamente estilizada fotografía de su habitual colaborador Larry Fong hacen que al menos sea interesante – un texto nos informa que hace dos años en la ciudad de Metrópolis “el mundo conocía a Superman”, enmarcando el debut público del Hombre de Acero no como un evento triunfal sino como una catástrofe aterradora.
Volvemos a ver la batalla final de El Hombre de Acero no desde el punto de vista de los dos kriptonianos peleando, sino desde el suelo, con el aterrador sonido del motor mundial de Zod devastando la ciudad, y la imagen, desde lejos, del masivo monolito levantando edificios, vehículos y personas en el aire y aplastándolas contra el suelo. Esta es la perspectiva de Bruce Wayne (Ben Affleck), quien tiene un edificio lleno de empleados en medio de la zona de devastación. El millonario vuela por las calles llenas de escombros y gente aterrada en un lujoso automóvil, yendo al rescate de sus empleados y urgiéndoles que evacúen, pero llegando apenas a tiempo para ver cómo un láser kriptoniano parte el edificio en dos y lo derrumba.
Esta es una escena que funciona bien, una efectiva forma de presentarnos el mundo que este nuevo Superman y el nuevo Batman habitan, un mundo dividido entre el asombro ante la llegada de un ser extraterrestre de enorme poder y el miedo y la inseguridad que ese increíble poder despiertan tras ver sus posibles consecuencias... Y, sin embargo, también es una escena llena de errores de lógica: ¿por qué Wayne está tan desesperado por llegar a su edificio si hay realmente poco que él, un simple humano, pueda hacer para ayudar, en especial si no tiene su bati-traje o su infinidad de bati-instrumentos consigo? ¿Y por qué sus empleados esperan a su llamada para comenzar a evacuar cuando hay un gigantesco aparato extraterrestre literalmente aplanando la ciudad a solo unas pocas cuadras, eso sin siquiera tener en cuenta a los dos extraterrestres voladores que atraviesan edificios como si fueran torres de yenga?
Y eso, al final, es Batman vs Superman: la experiencia de estar dos horas y media sentados frente a una pantalla viendo una sucesión de imágenes agradables a la vista pegadas encima de una historia que conjura ideas interesantes, exploraciones semi-alternativas de personajes monumentalmente icónicos, y mina sus propios esfuerzos estéticos y técnicos con lagunas de lógica demasiado frecuentes y grandes que llevan a que cualquier reflexión medianamente profunda sobre el funcionamiento de este mundo y las mentes de sus protagonistas acabe más que nada en frustración.
En los dos años que pasaron desde el desastre de Metrópolis, el mundo aún no ha hecho las paces con la existencia de Superman (Henry Cavill), cuyo poder e invulnerabilidad lo hacen quizá lo más cercano que el planeta ha visto a un dios, y ese es un concepto que el filme repite hasta el cansancio. Tras haber planteado a Kal-El como una analogía de Jesús una, y otra, y otra vez en El Hombre de Acero, Snyder y compañía lo pintan aquí más como un dios de la mitología griega, un ser de gran poder pero falible, inestable, inseguro y capaz de causar tanto daño como bien.
Mientras Superman vuela por el mundo previniendo desastres o rescatando a Lois Lane (Amy Adams), una senadora estadounidense (Holly Hunter) encabeza una cruzada por hacer que las acciones de Superman sean reguladas por el Gobierno, mientras que el excéntrico magnate Lex Luthor (Jesse Eisenberg) demuestra un inquietante interés por la tecnología kriptoniana que quedó de la batalla de dos años atrás, incluyendo la nave de Zod que sigue en Metrópolis, el cadáver del general extraterrestre y la otra parte del motor mundial que, por alguna razón, sigue tirado en el Océano Índico sin vigilancia para que cualquier persona con una canoa y un equipo de buceo pueda rapiñarlo.
Aunque es grave, el problema de tener giros y acciones ilógicas esparcidas por toda la película no tenía por qué ser una sentencia de muerte para la película, pero Batman v Superman tiene un problema aún más grave que es el que acaba por hundirlo: mala caracterización de sus personajes, particularmente Superman.
Ahora, aunque considero a El Hombre de Acero un filme con graves problemas, nunca suscribí a la creencia de que el controvertido final haya sido una especie de “traición” al personaje simplemente porque ha habido tantas versiones y facetas de Superman a lo largo de las casi ocho décadas de historia del personaje que no hay una sola versión definitiva del personaje para que Snyder y sus colaboradores traicionen. Superman, como casi cada personaje de cómic en la historia, cambia, de forma sutil o radical, cada vez que un artista y un guionista nuevo se pone a las riendas, así que un Superman inexperto e inseguro no es precisamente un problema; de hecho, tenía cierto sentido en el contexto de El Hombre de Acero.
Lo que sí es un problema es que haya habido un salto de dos años y el personaje sea en la práctica el mismo que al final de El Hombre de Acero. Que en los dos años en los que no lo hemos visto no haya desarrollado personalidad alguna y sea el mismo ser apagado y distante, indefinido, capaz de desperdiciar no solo a un actor capaz de gran carisma cuando se le da el guión y la dirección correctas, sino nada menos que al superhéroe por excelencia, el ícono absoluto de una forma de arte que goza de una dominación de la cultura popular sin precedentes en la actualidad. El filme trata débilmente de dar algo de profundidad a su Superman, aunque la escenas que intentan hacer eso de forma más explícita – como las de nuevo moralmente confusas conversaciones con su madre Martha (Diane Lane) o en sueños con su padre adoptivo Jonathan (Kevin Costner) sobre la naturaleza del heroísmo y el deber de Superman para con el mundo – son menos efectivas que escenas más sencillas como Clark y Lois compartiendo una conversación en el baño.
Superman está en la lista de prioridades de una película que se llama Batman vs Superman, lógicamente, pero en importancia el Hijo de Kriptón está muy, muy por debajo de otros dos menesteres que la película juzga más importantes: uno de ellos es dar anticipos para los demás personajes y los conflictos cósmicos que sin duda serán el foco de las dos películas de La Liga de la Justicia que Snyder tiene que preparar ahora, algo que es manejado de forma más bien torpe a través de inexplicables secuencias de sueños – una que recuerda vagamente la interesante historia de Superman Hijo Rojo, y la combina con la historia del videojuego Injustice: Gods Among Us, añadiendo referencias a cierto icónico villano del universo DC - o archivos fílmicos; es como tomar todas esas referencias que Marvel esconde en las cuatro o cinco de sus películas que llevan a los “eventos principales” de Los Vengadores, y tratar de encajarlas todas en una sola película.
La segunda gran prioridad, por supuesto, es Batman, el único personaje con el que Warner Bros. tiene una historia más o menos consistentemente exitosa en el cine – si se descuenta Batman y Robin. Y para crédito del filme, el Batman de Ben Affleck se encuentra entre lo más rescatable del filme, aunque sea solo porque sí tiene una motivación clara y sus acciones tienen más sentido que las del inescrutable Superman y el entretenido pero demente Lex Luthor de Eisenberg. Affleck tiene la presencia y el físico para verse imponente en el traje y la capa del Hombre Murciélago y el carisma para vendernos al detective playboy Bruce Wayne.
La forma despreocupada en la que este nuevo Batman imparte violencia – digamos que esos matones que estaban en ese auto que Batman aplasta con el Batimóvil probablemente no salieron bien de allí – ha generado ya bastante controversia, pero – de nuevo – mi problema con eso no viene de una impresión de “traición” a un personaje que ha tenido cientos de facetas distintas durante 70 décadas de publicaciones; es cierto, el hecho de estar movido por un deseo de impedir que lo que les pasó a sus padres y a él fuera de aquél cine vuelva a ocurrirle a nadie más y un respeto absoluto por la vida humana están en el mismísimo núcleo de Batman como personaje, pero la idea de explorar a un Batman cuya moral ha cambiado por alguna razón llegando a permitirse matar puede ser potencialmente interesante.
El problema es que Snyder, Chris Terrio y David S. Goyer nunca dejan ver esa explicación, nunca se sumerjen en la cabeza de Batman para ver qué lo influencia. El filme toma su inspiración de El Caballero de la Noche Regresa, el inmensamente influyente trabajo de Frank Miller, al mostrarnos a un Batman avejentado, endurecido y trastornado por las pérdidas de su vida, pero aquél trabajo explicaba con lujo de detalle cómo funcionaba el mundo que el viejo Batman habitaba y cómo este ambiente y su pasado – también bastante detallado – impulsaban sus acciones (que, dicho sea de paso, tampoco llegaban al homicidio), pero el filme toma ese concepto de un Batman experimentado pero ligeramente retorcido, calca algunas imágenes que ideó Miller y se queda en eso. Ni un flashback, ni una conversación con Alfred (un muy buen Jeremy Irons que podría haber sido más utilizado), nada.
Así, tenemos a un Superman al que apenas conocemos y un Batman al que da gusto seguir, pero al que tampoco se explora con profundidad, sumados a un Lex Luthor que hace cosas de psicópata malvado por razones que jamás terminan de tener sentido, y todo esto conduce a un final que une en pantalla a algunos de los personajes más importantes de la historia de los cómics, los íconos por excelencia de toda una forma de arte, para ponerlos a pelear por razones que podrían ser evitadas con una simple línea de diálogo, una oración, para forzar un momento que tendría que tener la electricidad de esto, pero que pasa sin pena ni gloria porque estos íconos que millones soñaron siempre con ver en la pantalla grande apenas intercambian palabras entre explosiones por computadora en un paraje deshabitado en que no tienen nada qué hacer más que dar supergolpes porque esta gente tan desesperada por emular el éxito de Marvel Studios no entiende que el secreto detrás del hecho de que las aventuras fílmicas de personajes como Iron Man y Capitán América sean tan cautivantes yace en el hecho de que sus películas se aseguran de que el público los conozca y que ellos se conozcan entre sí, no en simplemente vestirlos en sus trajes icónicos y ponerlos a batallar.
En resumen, el Superman definitivo del cine sigue siendo de la década de 1970, El Caballero de la Noche de Nolan sigue siendo el mejor filme de Batman con actores de carne y hueso – el mejor en general es la magistral película animada La Máscara del Fantasma, obviamente – y centro todas mis esperanzas por el universo cinematográfico de DC en Escuadrón Suicida.
En Batman vs Superman, Zack Snyder pinta grandiosas imágenes en movimiento, espectaculares paneles de cómics de escala mítica. Pero se olvida demasiadas veces de poner el texto que acompaña a las imágenes, y cuando se acuerda de incluirlo lo hace pobremente, dando lugar a un batiburrillo de influencias y referencias visuales de algunos de las historias más icónicas de los cómics, pero sin traerse consigo también el genio literario que la mayoría de las veces hizo que esas historias sean icónicas en primer lugar.
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BATMAN VS SUPERMAN: EL ORIGEN DE LA JUSTICIA (Batman v Superman: Dawn of Justice)
Dirigida por Zack Snyder
Escrita por David S. Goyer y Chris Terrio
Producida por Charles Roven y Deborah Snyder
Edición por David Brenner
Dirección de fotografía por Larry Fong
Banda sonora compuesta por Hans Zimmer y Junkie XL
Elenco: Henry Cavill, Ben Affleck, Jesse Eisenberg, Amy Adams, Gal Gadot, Holly Hunter, Jeremy Irons, Diane Lane, Laurence Fishburne, Scoot McNairy, Callan Mulvey, Tao Okamoto y Kevin Costner