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Alguien describió a las recientes remakes de clásicos de Disney como equivalentes a “covers” de canciones; algunas a cargo de realizadores que le aportan un estilo único que hace que las nuevas versiones sobresalgan por sí mismas, otras ejecutadas por gente que no se molesta en más que hacer una recreación “live-action” más o menos exacta de lo que se vio en animación.
En esas dos categorías, el nuevo Aladdin se ubica más cerca de la segunda, una recreación que se acerca a los niveles de fidelidad extrema de La Bella y la Bestia, pero que también toma una lección de la que hasta ahora ha sido la mejor de estas remakes, la Cenicienta de Kenneth Branagh, y se ocupa de darle a uno de sus personajes principales una profundidad que no tenía originalmente.
Esto, sumado al esplendor visual que uno esperaría de una producción con todo el capital de la casa de Walt Disney, y el ojo dinámico de un cineasta como Guy Ritchie, cuyas sensibilidades cinematográficas forjadas en thrillers británicos de mafiosos y obras de acción de época se prestan muy bien a hacer un musical “a lo Disney”, acaba siendo la receta para una película que no es ningún clásico ni va a suplantar al filme en que se basa, pero no es una mala manera de matar dos horas en el cine.
La historia es la misma: en el reino árabe de Agrabah, un ladrón llamado Aladdin (Mena Massoud) sueña con más, y por una serie de coincidencias acaba conociendo a la princesa Jasmine (Naomi Scott), la hija del sultán frustrada con la idea de que solo existe para casarse con algún príncipe; y luego con el siniestro vizir Jafar (Marwan Kenzari), quien lo convence de entrar a una cueva mística en busca de una lámpara mágica a cambio de riquezas, pero Aladdin descubre que la lámpara contiene a un genio (Will Smith) que ofrece concederle tres deseos.
El guión de Guy Ritchie y John August se esfuerza por injectarle modernidad a la historia sin cambiar nada fundamental, y si bien algunas de sus adiciones a la historia, como una nueva subtrama para el Genio con un personaje original, no aportan demasiado y se sienten prescindibles, en otros aspectos hay aciertos dignos de aplauso.
Como Cenicienta hiciera con su propio “interés romántico”, el Aladdin de 2019 le da mucha más personalidad e importancia en la historia a Jasmine, a quien ahora vemos como un personaje mucho más complejo en vez de solo un objetivo para nuestro ladrón protagonista.
La nueva Jasmine es una estadista cuyas frustraciones no se limitan a no poder elegir con quién casarse o vivir atrapada en su palacio, sino que disputa la ley de Agrabah que dicta que una mujer no puede ser sultán. Naomi Scott brilla en el papel, un rol que debería terminar por catapultarla al estrellato.
En cuanto a la música, la principal novedad de la película con respecto a la original es una nueva canción para Jasmine, un tema compuesto por el legendario Alan Menken con los autores de las canciones de La La Land y El Gran Showman que se queda corta en comparación con los temas originales del filme del '92 – se siente demasiado, a falta de otra palabra, “moderna”, como si hubiera salido de Frozen, y contrasta de forma notable con los temas más clásicos de Menken que se repiten del Aladdin original - , pero que Scott igual logra hacer relucir en fácilmente el mejor momento original de toda la película.
Pero todas las canciones originales regresan y son tan pegajosas como siempre, y el acompañamiento visual es sencillamente soberbio; Agrabah es colorida y vibrante, el trabajo de vestuario es maravilloso y los números musicales compensan la pérdida de esa energía caricaturesca de la animación con un dinamismo en la edición y los movimientos de cámara que hacen que momentos como Un salto adelante o Príncipe Ali sean un goce para los ojos y los oídos. No me esperaba que el director de Snatch tuviera un ojo tan fino para armar secuencias musicales, pero definitivamente es así y espero que Ritchie vuelva a probar el género en algún momento.
Lo del Genio siempre iba a ser una cuestión complicada, ya que recrear la elasticidad y la energía caótica de la versión animada de Robin Williams, con sus diálogos de ametralladora y su humor a lo Looney Tunes, iba a ser imposible en un entorno “live action” sin que chocara de frente con la estética de lujoso musical y todo acabara como una especie de ¿Quién engañó a Robert Rabbit? digital (pero probablemente no tan bien logrado como aquel clásico).
Dicho eso, Smith hace un trabajo aceptable, apoyándose más en su carisma natural que en su energía. Su Genio es menos Bugs Bunny y más cercano a secundarios recientes de Disney como Maui de Moana.
Mena Massoud también se desenvuelve bien con un personaje que nunca fue el más complejo o interesante del canon de Disney.
El eslabón débil es Jafar, al que el actor Marwan Kenzari interpreta como un villano de telenovela en vez del traidor memorablemente teatral de la película original. Ritchie y August tratan de darle un poco de profundidad extra, pero ni el pasado que insinúan para el personaje ni su motivación principal acaban teniendo demasiado peso.
Ninguna de estas “remakes” de Disney son estrictamente “necesarias”, ya que los clásicos siguen ahí y la mayoría están igual de vigentes que cuando se estrenaron.
Pero como un “remix” de lo que hizo que el Aladdin de 1992 resonara, acompañado de todo el espectáculo que los cada vez más todopoderosos bolsillos de Disney pueden comprar, Aladdin vale la pena la visita a la sala de cine.
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ALADDIN
Dirigida por Guy Ritchie
Escrita por Guy Ritchie y John August
Producida por Jonathan Eirich y Dan Lin
Edición por James Herbert
Dirección de fotografía por Alan Stewart
Banda sonora compuesta por Alan Menken
Elenco: Mena Massoud, Naomi Scott, Will Smith, Marwan Kenzari, Navid Negahban, Nasim Pedrad, Numan Acar, Billy Magnussen, Robby Haynes, Alan Tudyk, Frank Welker