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Desde la intensidad autodestructiva de Whiplash hasta la dedicación robótica de Neil Armstrong a su misión en El primer hombre en la Luna, pasando por el profundamente conmovedor romance interrumpido de La La Land, el director Damian Chazelle parece tener una fascinación especial por historias sobre gente que se entrega en cuerpo, mente y alma a su vocación, aunque les cueste la cordura, la salud o la vida. Pero si en sus películas anteriores las historias eran íntimas, en su nueva película Babylon ese acto de sacrificio es una explosión de drogas, sexo, sangre y celuloide que dura unas robustas tres horas y rara vez aburre.
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La película comienza a finales de la década de 1920, poco antes de que Hollywood comenzara a transicionar del cine mudo a las películas sonoras, y sigue las trayectorias de varias figuras (ficticias) del mundo del cine en ese ambiente de descontrol y opulencia, centrándose principalmente en Manuel Torres (Diego Calva), el asistente de un poderoso productor que va escalando puestos en un estudio; la caótica y ambiciosa actriz Nellie LaRoy (Margot Robbie) y el exitoso galán de la pantalla grande Jack Conrad (Brad Pitt).
En vez de los íntimos análisis de personajes que componen su filmografía previa, Chazelle amplía la vista panorámica de su cámara para crear un envolvente paisaje de decadencia, uno que deja sus intenciones bien claras en sus primeros compases, en los que – luego de una introducción en la que un personaje es bañado con diarrea de elefante – la película presenta a su mosaico de protagonistas en una apocalíptica fiesta en una mansión, en una secuencia técnica y logísticamente impresionante que recuerda a algún suntuoso musical del Hollywood clásico, pero con un ciento cincuenta por ciento más de desnudez y una pegajosa capa de alcohol, cocaína y fluidos corporales encima.
Tanto en el tono tragicómico que adopta como en su contenido sexualmente gráfico, la película recuerda bastante a la magistral El lobo de Wall Street de Martin Scorsese, aunque aquella es una película mejor balanceada que Babylon, cuyas tres horas de duración no terminan de sostener toda su historia y por momentos la energía caótica que ostenta decae en momentos que si uno fuera generoso podría tomar como una decisión intencional de emular los bajones que siguen a la euforia que uno siente después de consumir ciertos narcóticos.
Eso sí, en sus momentos más enérgicos Chazelle hace pesar su asombrosa capacidad para potenciar sus historias con usos ágiles y audaces de movimientos de cámara y edición creativa, y el ritmo de jazz frenético, como de improvisación controlada, que imprime a esos momentos.
Uno de los puntos altos de la película llega en el primer tercio, cuando dos rodajes distintos – el de la nueva película de Jack, con Manuel ayudando; y el del primer filme de Nellie, para el que fue reclutada en la fiesta luego de un desafortunado incidente de sobredosis – se superponen entre motines de extras, escenografía en llamas, horribles lesiones y hasta una muerte al filmar una escena de batalla, una estrella ebria y una carrera desesperada por conseguir una cámara... y finalmente, después de todo el caos, dos momentos perfectos capturados en celuloide. Es apropiadamente adictivo.
La segunda mejor escena de la película es, coincidentemente, otro rodaje, uno polarmente opuesto a ese primer torbellino de caos; es una angustiante e incómodamente cómica secuencia en la que Nellie y su equipo pierden la cabeza intentando adaptarse al cine sonoro, uno que requiere silencio absoluto en el set, modulación precisa de las voces y un montón de otros dolores de cabeza técnicos que no eran preocupación en los días de “salvaje oeste” del cine mudo.
Desde allí la película se vuelve un poco más tradicional y pierde algo de ese impulso de locura mientras sigue las dificultades de sus protagonistas en adaptarse al nuevo estándar cinematográfico y los cambios sociales entre décadas.
Y aunque la película nunca aburre y por momentos logra recapturar esa magia infecciosa de su primera mitad – en particular en una surreal secuencia hacia el final en la que Manuel desciende, metafórica y casi literalmente, a los infiernos debajo de Los Ángeles de la mano de un memorablemente desquiciado Tobey Maguire; o en el inolvidable final de la película -, Babylon se siente como una película que podría haber sido recortada y ajustada un poco.
Pero a fin de cuentas tiene sentido y es paradójicamente apropiado que una película sobre excesos y autodestrucción sea excesiva en todo, a veces en detrimento de sí misma.
Babylon es una espectacular, incómoda e impactante historia contada por un director que expande sus horizontes para retratar a una escala apoteósica su tema favorito de personas que se arrojan a la fogata como leña para alimentar el fuego del arte.
Calificación: 4/5
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BABYLON
Dirigida por Damien Chazelle
Escrita por Damien Chazelle
Producida por Olivia Hamilton, Marc Platt y Mathew Plouffe
Edición por Tom Cross
Dirección de fotografía por Linus Sandgren
Banda sonora compuesta por Justin Hurwitz
Elenco: Diego Calva, Margot Robbie, Brad Pitt, Jean Smart, Jovan Adepo, Li Jun Li, Olivia Hamilton, P.J. Byrne, Katherine Waterston, Lukas Haas, Max Minghella, Rory Scovel, Tobey Maguire, Flea, Eric Roberts, Samara Weaving, Olivia Wilde, Ethan Suplee, Spike Jonze, Jeff Garlin