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(Disponible en Prime Video)
Las secuelas tardías de películas de comedia no suelen ser muy buenas, como las amargas decepciones de las continuaciones de Anchorman o Tonto y Retonto en la década pasada han confirmado. Es una de esas reglas implícitas de Hollywood.
Es por eso que es tan sorprendente el hecho de que este año hemos visto no solo una buena continuación de un clásico de la comedia – la excelente tercera entrega de Bill y Ted – sino dos, porque la secuela del icónico semi-documental de 2006 Borat, anunciada hace solo un mes, mantiene la misma calidad de la original tanto en su comedia negra como en su brutal radiografía socio-política de unos Estados Unidos más aterradoramente polarizados que nunca.
En la ficción del filme, el reportero Borat Sagdiyev (Sacha Baron Cohen) se ha convertido en un paria desde que la película original hizo que su país Kazajistán se convierta en el hazmerreír del mundo. Pero catorce años después, el líder del país decide liberar a Borat de prisión y darle una nueva misión: volver a los Estados Unidos y entregarle un mono (el ministro de Cultura y la principal estrella porno de Kazajistán) al vicepresidente Mike Pence, con el objetivo de que Donald Trump vea al país como un aliado suyo.
Sin embargo, las cosas salen mal desde el principio cuando Tutar (Maria Bakalova), la hija de 15 años de Borat que él ni siquiera sabía que tenía, se cuela en el viaje, por lo que Borat decide entregarla a ella a Pence como novia.
En la película original, realizada en plena administración de George W. Bush, con los ataques del 11 de septiembre de 2001 frescos en la memoria colectiva y las guerras en Afganistán e Irak recién iniciadas, Cohen, por medio de su personaje caricaturescamente ignorante, antisemita y misógino, se plantaba como una plataforma para permitir que las personas con las que interactuaba delataran por sí solas sus peores actitudes o ideologías, desde los jóvenes universitarios que abiertamente deseaban un regreso de la esclavitud hasta una multitud en un espectáculo de rodeo que vitoreaba cuando Borat imploraba “que George Bush beba la sangre de cada hombre, mujer y niño en Irak”.
La secuela se enfrenta con el problema de que Borat se ha convertido en un ícono de la cultura pop, por lo que agarrar desprevenidos a sus entrevistados resulta más difícil, aunque acaba convirtiendo ese inconveniente en una ventaja simplemente haciendo que Borat se disfrace, y el espectáculo de ver a Cohen actuar como Borat actuando como distintas parodias del norteamericano promedio siempre es entretenido.
Quizá la diferencia principal entre la nueva Borat y su predecesora es que sus dos mitades – la comedia guionada y actuada, y el contenido “documental” con reacciones genuinas – se sienten más claramente separadas.
Pero los dardos que tira a cuestiones como el negacionismo del Holocausto, la oposición al aborto o el uso de las redes sociales como herramienta de radicalización dan en el blanco, y la relación central entre Borat y Tutar está tan llena del mismo tipo de humor negro y socialmente inaceptable como de una sorprendente cantidad de impacto emocional, a medida que Tutar y Borat van descubriendo juntos que quizá las mujeres no tienen por qué ser tratadas como ganado según dicta el manual del Ministerio de Agricultura y Ganadería de Kazajistán para la crianza de hijas que Borat lleva consigo.
Mención aparte debe hacerse del trabajo de Maria Bakalova, que mantiene sin problemas el ritmo de su veterana co-estrella, vende de forma impecable la evolución emocional de un personaje tan caricaturesco como el suyo y se lanza sin ningún tipo de temor a situaciones tan incómodamente hilarantes como una gala de debutantes arruinada por problemas menstruales, un discurso sobre las virtudes de la masturbación ante una audiencia de mujeres conservadoras o, en la pieza central del filme que ha dado tanto de qué hablar en los últimos días, un sugestivo encuentro con el exalcalde de Nueva York y abogado personal de Donald Trump, Rudolph Giuliani.
Aunque están más dispersos, la película no carece de momentos que igualan las escenas más memorables de la película anterior en los que Borat ponía una cámara frente a cierto sector de la sociedad estadounidense, les daba un empujoncito y les dejaba dar rienda suelta a sus peores aspectos.
Una secuencia en la que Borat acaba hablando ante una multitud de manifestantes de ultraderecha, armados hasta los dientes y enarbolando banderas pro Trump y eslóganes ante el “engaño” del covid-19, es uno de los momentos que sobresale.
Sea por abierta hostilidad o increíble indiferencia –la cantidad de gente que no parece tener problema con el hecho de que Borat lleve a su hija en una jaula es alucinante–, Borat vuelve a dejar que el “ugly American” –y por asociación todo aquél que esté viendo y que comparta sus ideas, independientemente de su nacionalidad– se deje en evidencia casi por sí solo como un ser totalmente ridículo.
Tan ofensiva e hilarante como la original, el estreno repentino de la secuela de Borat es una de las pocas buenas sorpresas de un año para el olvido.
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BORAT: SIGUIENTE PELÍCULA DOCUMENTAL (Borat Subsequent Moviefilm)
Dirigida por Jason Wolliner
Escrita por Sacha Baron Cohen, Anthony Hines, Dan Swimer, Peter Baynham, Erica Rivinoja, Dan Mazer, Jena Friedman y Lee Kern
Producida por Sacha Baron Cohen, Anthony Hines y Monica Levinson
Edición por Craig Alpert, Mike Giambra y James Thomas
Dirección de fotografía por Luke Geissbuhler
Banda sonora compuesta por Erran Baron Cohen
Elenco: Sacha Baron Cohen, Maria Bakalova, Dani Popescu, Brian Patrick Snyder, Jeanise Jones, Judith Dim Evans