El show empezó tan mal que obligó al grupo neoyorquino a ofrecer su mejor versión para hacer felices a las 80.000 personas que se congregaron en el Parque O'Higgins de Santiago.
Media hora más tarde de lo establecido se presentó el conjunto en el escenario, dispuestos a presentar ese rock de garaje con el que conquistaron el mundo, y fue ahí cuando todo falló: la voz de su vocalista, Julian Casablancas, no se oía, tampoco las guitarras de Albert Hammond Jr. y Nick Valensi.
Dos piezas tocaron ante la confusión del público, que no sabía cómo reaccionar, hasta que Casablancas se sacudió sus demonios y cortó el esperpento.
“¿Quieren que las toquemos de nuevo?”, le preguntó el cantante al público antes de, ahora sí, interpretar en condiciones The Modern Age y Soma.
Sin embargo, algo no cuadraba del todo: las guitarras tapaban la voz de Casablancas y el bajo sonaba roto, distorsionado. Y en esas llegó Someday, uno de sus primeros exitazos, y las piezas comenzaron a cuadrar como por arte de magia.
Parecieron recordar entonces los neoyorquinos quiénes eran, el grupo que había puesto patas arriba el rock en el 2001 con su Is this it, un disco de culto, redondo, que resucitó la escena alternativa cuando muchos ya la daban por muerta.
Y poco a poco fueron desatando los himnos que han puesto a bailar a millones de personas durante los últimos quince años: primero la guitarra potente de Reptilia, luego la melodía contagiosa de 12:51, después el sonido sucio pero terriblemente atractivo de Trying your luck.
Con el incidente del principio más que olvidado y el público completamente entregado, echaron toda la carne en el asador y desataron la euforia con New York City Cops y sobre todo con Last Nite, una de las canciones más coreadas del concierto.
Pero el concierto aún tenía una sorpresa final: Casablancas y sus chicos se soltaron la melena e interpretaron You only live once, sólo se vive una vez, esencia de la banda y una pieza que no venían tocando últimamente, a la que siguió una magistral Take it or leave it para cerrar un show que terminó muy bien pero pudo acabar muy mal.
Y es que antes el rapero canadiense Abel Makkonen Tesfaye, más conocido como The Weeknd, había amenazado con robarles todo el protagonismo con un concierto tremendo que deja bien claro que ahora mismo es el rey del rthym and blues y lo será hasta que él decida.
Todo lo que hace rebosa actualidad: su ropa, su lenguaje corporal, su puesta en escena. Y sin embargo, su música y su voz recuerdan a un clásico, ni más ni menos que a Michael Jackson, así de alto apunta el canadiense.
Comenzó con su rompepistas Starboy, sin duda uno de los mejores momentos del festival, pero lejos de quedarse sin fuelle ofreció un show en el que destacaron canciones como I feel it coming o Earned it.
Mención especial merece la brillante Can't feel my face, un canto a la droga revestido de romanticismo que muestra de dónde viene The Weeknd.
Antes de ser una súper estrella con dos discos con millones de ventas, antes incluso de colgar sus primeras maquetas en Youtube, era sólo el hijo de dos inmigrantes etíopes que comenzó a consumir a los once años.
Con su primer concierto en Chile, brutal, limpio e intenso, el rapero canadiense demostró que ya es uno de los grandes.
Al atardecer, los norirlandeses Two Door Cinema Club se habían presentado con un concierto con el que demostraron que siguen pisando fuerte y que han renacido de sus cenizas, mientras que a primera hora de la tarde los británicos Duran Duran enlazaron éxito tras éxito.
Después, con los fuegos artificiales con los que The Strokes recordaron a Santiago que sólo se puede disfrutar de la vida una vez, se cerró la séptima edición de Lollapalooza Chile, un gigante musical que hizo las delicias de 160.000 personas durante este fin de semana.