Al margen del próximo fin de semana, en el que Desert Trip repetirá exactamente las presentaciones de estos días, será casi imposible reunir a todas estas figuras en una misma ocasión, por lo que los adjetivos “histórico”, “irrepetible” y “único”, que han sobrevolado constantemente el evento, parecieron justificados.
Y es que en sólo 72 horas el público, veterano en su mayoría pero multigeneracional en conjunto, pudo ver a McCartney y Young cantar A Day In The Life de The Beatles, disfrutó de The Rolling Stones versionando Come Together de los de Liverpool y contempló a Dylan entonando un himno generacional como Masters of Wars.
La traca del evento, que tuvo lugar en la ciudad californiana de Indio en el mismo recinto del festival Coachella, llegó con Roger Waters, que ofreció un desbordante recital de rock atmosférico cargado de crítica política que es la marca de la casa.
El exbajista de Pink Floyd comenzó con la insinuante Breathe y el célebre disco The Dark Side of the Moon (1973) monopolizó el primer tramo con las apabullantes Time, Money y Us and Them.
Pasan los años y los fans de Pink Floyd, el grupo que mejor rentabilizó la pasión por el rock progresivo, se mantienen fieles e irreductibles, tanto que esta noche los relojes y el dinero en las pantallas que antecedieron a Time y Money se celebraron casi como goles.
La factura audiovisual de los conciertos de Waters siempre ha sido uno de sus puntos fuertes con imágenes de paisajes espaciales, ambientes apocalípticos, escenas alucinadas y figuras espectrales que redondean la experiencia del “show”.
Tampoco escasearon las consignas políticas y en las pantallas se leyó “si no estás enfadado, no estás prestando atención” ante las críticas al racismo, la discriminación y la violencia de Fearless.
Sostenido por una banda preparada al centímetro para los extensos desarrollos instrumentales, un carismático Waters abordó una intensa Shine On You Crazy Diamond y una desgarradora Wish You Were Here.
Sirenas y alarmas anunciaron la aparición de cuatro chimeneas para convertir el escenario en la portada del disco Animals (1977), poco antes de que Donald Trump se convirtiera en el blanco de la diana de Waters.
“Trump es un cerdo”, en gigantes letras, despertó enormes aplausos cuando sonaba Pigs (Three Different Ones).
Además, el famoso cerdo volador de Pink Floyd se paseó por el cielo con el rostro del candidato republicano a la Casa Blanca junto a los adjetivos “ignorante”, “mentiroso”, “racista”, “sexista” y un remate final que no dejaba dudas: “Que le jodan a Trump y a su muro”.
La afilada Another Brick in the Wall Part 2 anunció el final del espectáculo total de Waters, que bajó la persiana cargando contra la ocupación israelí de Palestina y hermanándose con el público en una aclamada Comfortably Numb.
La jornada había comenzado con The Who, que con I Can't Explain y The Seeker dejaron claro que lo suyo iba a ser una exhibición de rock excesivo y al máximo de revoluciones.
El guitarrista Pete Townshend alabó el “impresionante atardecer” que, con tonos rosados y violetas sobre el horizonte, recibió a The Who, y ese fue de los pocos momentos relajados de su presentación.
Una tremenda Who Are You, que cayó como una bomba sobre el Desert Trip, certificó además que el show de los británicos destacaría por su cuidada apariencia visual, repleta de colores y detalles impactantes.
Townshend recordó la participación de la banda en el legendario festival de Monterey de 1967 y deseó con ironía “buena suerte” al público de cara a las elecciones estadounidenses, al mismo tiempo que Clinton y Trump se enfrentaban en su segundo debate televisado.
Pero la noche no era para política sino para música y The Who empleó inmejorables bazas de inicio como My Generation, poco menos que un tratado de fe para muchos de los asistentes.
Los conciertos del Desert Trip regalaron instantes de íntima felicidad para sus espectadores. Por ejemplo, una pareja de unos sesenta años se dio un gran beso de pura alegría con los primeros acordes de Behind Blue Eyes, tema que terminarían cantando abrazados antes de hacerse un selfi para inmortalizar el momento.
Los habituales molinillos con el micrófono de Roger Daltrey, con un chorro de voz imponente, encontraron el espejo ideal en las también clásicas ruletas de Townshend, un torbellino con su guitarra durante toda la noche.
Una parte dedicada a Quadrophenia (1973) dejó algo frío al público, que se reenganchó en la recta final gracias a The Pinball Wizard y See Me, Feel Me.
The Who finalizó con las irrebatibles Baba O'Riley y Won't Get Fooled Again con las que muchos de los espectadores, más preocupados en su día a día por su plan de pensiones que por los dilemas de los veinteañeros, acabaron gritando a pleno pulmón temas acerca de revoluciones juveniles y la trágica desilusión de la adolescencia. Cosas mágicas del rock.