Así lo prueban los conciertos de Calvin Harris y Pharrell Williams, dos de las estrellas más esperadas del cartel y responsables de buena parte de la asistencia de las 70.000 personas que se bañaron este domingo bajo la lluvia que cubrió durante prácticamente todo el día el Autódromo de Interlagos, en Sao Paulo.
La nueva estrategia, con la que Lollapalooza intenta escalar en el podio de los circuitos de festivales, se plasmó con toda su fuerza mediante las mezclas “electroclash” del DJ más caro del planeta.
La electrónica del escocés Calvin Harris no dio ni un segundo de tregua con un hit tras otro, demostrando que su asiento en el olimpo de los disyoqueis está más que merecido y que tanto Blame como Under control, Bad o Summer todavía piensan sonar unas cuantas miles de veces más.
Un show que reunió a más público que cualquiera de las otras bandas que pasaron por el Autódromo de Interlagos y que, con serpentinas y luces de neón incluidas, más se acercó a Tomorrowland que a Woodstock.
Aunque la música comercial no sólo se encarnó en los platos y la mesa de mezclas de Harris, sino que el estadounidense Pharrell Williams cerró “feliz” el Loollapalooza, cuyo clímax llegó con el viral superventas Happy, que ha llegado a convertirse en la banda sonora del Día de la Felicidad. Recientemente condenado por copiar el éxito Blurred lines, que no dudó en incluir en el concierto, el rapero y productor optó por actuar rodeado de bailarinas y con una permanente sonrisa tatuada en la cara que mantuvo a los fans gritando todo el rato.
El cierre fue de gran estrella pop, con Williams acompañado de seguidoras brasileñas bailando a su lado y con confeti haciendo su gran hit global Happy. Todo patrocinado por una marca deportiva que lucían el cantante y sus bailarinas.
Sin embargo, y por suerte para los más fieles al ADN del festival, el cierre de Lollapalooza tuvo otra opción muy distinta: la actuación de Smashing Pumpkins, uno de los grandes emblemas del rock alternativo de los noventa. La banda de Billy Corgan, relegada al tercer escenario del festival, consiguió plantar cara a Williams desplegando su universo onírico plagado de sonidos metálicos y una voz que remite a más de uno a su juventud.
Pero aunque el telón de Lollapalooza haya bajado amparado en la receta infalible de los tonos más comerciales, lo cierto es que el resto del día ha cumplido con la promesa del rock que siempre guió a la cita.
El hip hop de los mexicanos Molotov inauguró la sección más bailable del festival, fusionando el funk con el rap-metal y deleitando a los brasileños con una actuación de lo más gamberra. En tan sólo 45 minutos, el cuarteto trató de resumir veinte años de carrera musical con un concierto en el que no faltaron Chinga Tu Madre, Gimme the power o el polémico Puto.
Más tarde llegó el turno a la tríada indie-rock formada por los impertérritos Interpol, las innovaciones de The Kooks y los pegadizos Foster the People: toda una declaración de intenciones del festival, que en dos días ha convertido al país de la samba en un auténtico cruce generacional entre viejas y nuevas estrellas.
Con su característico aire chulesco pero sin pronunciar mas que algún tímido “obrigado”, la “noventera” banda norteamericana Interpol trató de conquistar Brasil con su postrock oscuro y sombrío, impregnado para su nuevo álbum El pintor de urgencia y pureza, pero sin conseguir animar demasiado a un empapado público.
En cambio, The Kooks, con un look mucho más maduro, seguro y cómodo, revalidaron su título de reyes del indie alternativo británico, con el que consiguieron con creces hacer enloquecer a la marea que en menos de diez minutos se apelotonó frente al escenario. La banda de Brighton se presentó en Sao Paulo orgullosa de la evolución que ha experimentado desde que en 2004 compusieran Naive, uno de los himnos de la escena musical europea.
La marcha y el ritmo que instalaron en los cuerpos de sus fans benefició también a Foster the People, que disfrutó de un público eufórico que a duras penas lograba corear entero y sin equivocarse alguno de los temas.
Los californianos acompañaron el húmedo atardecer brasileño con hits pegadizos y versiones que buscaban deformar las canciones de sus álbumes Torches y Supermodel, pero que fueron superados por el primer acorde de Pumped Up Kicks, la melodía que los lanzó al estrellato.
Así, bandas y estilos tan dispares como contrarios bautizaron la nueva época en la que se ha enfrascado Lollapalooza, antes un festival para quienes ansiaban conocer las novedades del rock más alternativo y ahora para quienes desean escuchar en directo las canciones que suenan por la radio.