Fue salir el músico argentino al escenario y dejar de sonar los cánticos a favor de La Roja que el público coreaba en los momentos previos como si aquello fuera una terapia de grupo.
Calamaro ya no necesita aspavientos para hacerse notar: armónica en mano y acompañado por un sedoso violoncelo, ofreció un concierto elegante como su esmoquin negro y sus enormes gafas de sol.
“No hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo”, cantaba el argentino casi susurrando, invocando el romance que vivió toda la noche con el público de Santiago.
El músico argentino, que está presentando su disco Romaphonic Sessions, un álbum grabado con la colaboración del pianista Germán Wiedemer, consideró que el corazón roto de Santiago había que repararlo a base de boleros y no del rock canalla con el que tocó el cielo a lomos de Los Rodríguez.
Así que dividió el espectáculo en tres actos en los que la intensidad fue in crescendo: primero la calma de piezas como Bohemio, luego la seducción de Copa rota y luego un final trufado de sus mayores éxitos.
Tan recuperado vio Calamaro al público que se permitió resucitar su alma provocadora y bromear con el reciente trauma chileno. “El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania”, lanzó, a lo que el público reaccionó con una sonora pitada.
Así que el zapatero volvió a dedicarse a sus zapatos y cerró heridas presentando, tras cuatro años de ausencia en Chile, sus éxitos más conocidos, un repaso por una carrera adornada con quince álbumes en la que ha coleccionado discos de oros, polémicas y reconocimiento por igual.
Calamaro es consciente de que en la música actual quedarse quieto es desaparecer y expuso sus viejos hits acompañados por el encanto del piano y el glamour del violoncelo.
Devolvió a la vida a Los Rodríguez con Para no olvidar y puso los pelos de punta al público con Estadio Azteca, más melancólica que de costumbre gracias a la garganta desgarrada del argentino.
Comenzaron a sonar los compases de Flaca, ese himno al desamor que encajaba tan bien con el ánimo del Movistar Arena, y la gente lo sintió como propio: las voces de las 8.000 personas del recinto, que colgó los carteles de 'No hay entradas' se elevaron como nunca antes en la noche fría de Santiago.
El cantante argentino, que propone una experiencia tan íntima que prohíbe a los asistentes usar el teléfono móvil, pasó a los bises para interpretar una joya como Paloma, en la que se echaron de menos las guitarras eléctricas que convirtieron al tema en un hito de la música latinoamericana.
Siguió con distinción por Media verónica y cerró con Mi enfermedad, donde recuperó ese sonido fresco y optimista tan propio de este icono del rock que a sus 55 años sigue levantando estadios.
“Soy el remedio sin receta y tu amor, mi enfermedad”, le cantaba al público chileno, al tiempo que le recordaba que la tristeza siempre es transitoria y un concierto de Calamaro cura todas las penas.