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El pasado jueves 10, las puertas de la Sala García Lorca de la Manzana de la Rivera se abrieron de par en par y al ingresar el público fue teñido por la oscuridad. Los cinco músicos estaban dispuestos cada uno en una tarima, primero de espaldas entre ellos y luego, con sutiles movimientos, se fueron mirando, concibiendo lentamente el inicio del show. De la oscuridad, la curiosidad a las luces, como ese big bang que dio origen a todo.
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Primero, despojados de sus instrumentos ante el público y mirando a ningún punto. Luego, al calzar cada uno su arma musical, todo empezó. Fue así un extenso recorrido que tocó todas las aristas de la música de un grupo que supo evolucionar, siempre abrazando la diversidad sonora, sin cerrarse ni dejarse llevar por el miedo a la experimentación. Así comenzó “El karaku”, con un concepto integral bajo la dirección artística de Paola Irún, inspirado en la numerología y el simbolismo que envuelven esta década de música.
El público, en tanto masa de energía, también se iba moviendo alrededor de ellos, eligiendo cada uno su propia aventura, eligiendo dónde quedarse o ser también un nómada en el propio concierto, eligiendo qué escuchar más porque los sonidos, según desde donde uno está parado, llegan de diferentes formas e intensidades. Uno podía hacer sus propias mezclas de cada canción. Pero el centro de lo que en un momento devino también en pista de baile era donde todo se amalgamaba y sonaba perfecto.
Si uno quería quedarse estático, asombrado ante la propuesta, podía hacerlo; si uno quería bailar y recorrer, también. Todo era válido, mientras los músicos se iban turnando en las postas de las diferentes canciones, como siempre lo han hecho en sus diferentes conciertos. Bañados por las luces a veces de colores y a veces solo blancas, Iván Figueredo, Yoti Morel, Andy Velázquez, Gonzalo Resquín y Héctor Rojas, dieron rienda suelta a su historia musical, presentada en diferentes capítulos.
El concierto estuvo enteramente ligado a todo un concepto que vinieron desarrollando desde hace tiempo a través de sus redes sociales, especialmente Instagram, donde plantearon en diferentes cápsulas audiovisuales su historia presentada por números, del 1 al 10, simbolizando cada número una etapa de su carrera y sus respectivos pilares. Algunos de estos pasajes sonaron como audios entre diferentes partes del show, aunque no pudieron apreciarse en su totalidad porque el barullo de la gente por momentos estaba sobrepasado de emoción.
Veintitrés canciones fueron las que sonaron en la noche, a través de la ya acostumbrada impecable calidad musical que logró como ensamble esta banda con el paso del tiempo. El repertorio fue un abanico de todas las partes de su trayectoria, contando así su visión musical, que se pasea por géneros muy variados pero que ellos, con inventiva, saben amalgamar. Desde la cumbia al blues, desde el pop al rock, LaNuestra pasa cada ocurrencia por su filtro, logrando canciones que los caracterizan por su energía y su entrega, y esta vez no fue la excepción.
Sonaron así “Somos mucho”, “Esta vez”, “Solo sé”, “Jaguarman”, “Como quisiera”, “Tapar la luna”, “Mi negra”, “Eie”, “Pegaría”, “Mbatoví”, “Nderehe”, “Día de locos”, “Bailar”, “Re loco”, entre muchas otras canciones en las que la agrupación dio rienda suelta a una lírica que también toca diferentes polos, desde lo existencial hasta lo efímero de las emociones.
Más que un concierto, fue una propuesta que invitaba a experimentar sensaciones según cómo uno se involucraba con el espectáculo, y eso definitivamente es un plus a la hora de invitar a la gente a relacionarse con el arte esta vez en forma de música. En esa sala uno podía conectarse con su karaku desde los propios sentimientos generados por las canciones de LaNuestra, y para un grupo, no habrá mayor satisfacción que el hecho que las canciones trasciendan a sus creadores e impacten en la gente, siendo parte de sus historias personales.
No hay mejor celebración también que el saber mirar hacia atrás, hacia adentro, y ver ese punto en el camino y en el corazón donde todo comenzó, para luego sorprenderse por el viaje que tomó cada canción, hasta dónde llegaron y seguirán llegando, en tanto aparecen también nuevas músicas y vivencias.
Lo más hermoso: el concierto empezó y terminó con la canción “El karaku”, despojados comenzaron y despojados terminaron, quizás de las expectativas y entregados al disfrute, a la gente y al abrazo de los amigos que esperaban al bajar de los escenarios. Porque de eso se trata una carrera en el arte, subir, bajar, abrazar, volver a subir, volver a bajar, y así cíclicamente, a pesar de turbulencias a veces pero siempre con el disfrute como luz guía, como esa luz primera que iluminó a cada uno al iniciar el show.
Fotografías gentileza de William Uliambre (@will_u10).