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El festival Jazz Sudaca, un evento autogestivo iniciado por los músicos y ahora gestores y productores Lara Barreto y Juanjo Corbalán, busca no solo mostrar todos esos estilos que conforman la identidad sonora de Latinoamérica, sino también demostrar cómo esa libertad propia del jazz define el deseo de los diferentes artistas que forman parte de este cartel.
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Esta primera jornada fue un verdadero viaje que nos llevó por diferentes tierras con las diferentes propuestas como vehículos para la emoción. Al entrar a la sede cultural, un gran escenario se erigía en la Galería Livio Abramo, y ahí ya estaban el arpa clásica y la guitarra que tomarían Alexander Da Silva y Micaela Núñez, de Calandria Dúo.
Sensibilidad, dulzura y delicadeza, como también carácter y fuerza se conjugaron en este acto de apertura. En ese planteo libre y despojado, Alexander y Micaela proponen música folclórica y popular desde su mirada, desde un abrazo clásico. “Agua dulce” y “Flores de Asunción”, de Ismael Ledesma; “Agua y vino”, de Egberto Gismonti; “Calandria de mi tierra”, de Agustín Barboza, y Vals y Candombe, de la Suite “Mágica”, de Máximo Pujol, dieron forma a un exacto rompecabezas ejecutado por el dúo, que transmitió una sentida conexión.
Sobre la sutileza de las cuerdas que aún resonaban en el aire, el público fue pasando al Teatro Tom Jobim, donde un piano brillante pronto empezaría a ser acariciado por la pericia musical de Víctor Scura, quien junto a la profunda y expresiva voz de Daisy Lombardo arrojaron su embrujo tanguero. “Afiches”, “El milagro”, “Fangal”, “Maquillaje” y “Naranjo en flor” se sucedieron en un repertorio pensado eficazmente para conmocionar. Con un cuadernito en mano, en medio de cada obra Daisy puso también voz a las historias detrás de las canciones y reflexionó sobre la necesidad de ejercitar la memoria para combatir las injusticias.
A mitad de camino llegó la primera propuesta internacional de la noche, de la mano de Morgana Moreno (flauta traversa) y Marcelo Rosário (guitarra). Ambos vienen de cosechar una rica experiencia haciendo carrera por largos años en Europa, pero finalmente regresaron a su país para estar más cerca de esta identidad que los atraviesa.
Esa mezcla está magistralmente impresa en sus obras originales, que hacen parte de su último disco “Nascente”. Piezas como “Brasileiro”, “Recomeco” y “Maria”, demuestran su amplitud compositiva y su maestría interpretativa. Por el tiempo que duró su actuación uno podía transportarse a ese Brasil explosivo y colorido, como también a la calma que transmiten su naturaleza y sus paisajes. También hicieron “Simplicidade”, y para “Verde” y “Bon voyage” contaron con Gonzalo Resquín en la percusión, cerrando así un sólido show que tocó todos los costados sentimentales.
El público aplaudió de pie y aprovechó para estirar las piernas que ya llevarían nuevamente a todos hacia el hall, donde empezó a sonar con fuerza la música caribeña, que se hizo presente de la mano de Kotaroo Latin Jazz, un grupo encabezado por el percusionista venezolano Javier Kotaroo, quien está al frente de la banda que integran Oliver Duarte (saxos), Brian Halaburda (piano), Dani Pavetti (percusión), Jair Galeano (bajo eléctrico) y Einar Perdomo (guitarra).
“Bembé”, “Echa pa jazz”, “El camino”, entre otras obras, pasearon a la audiencia por ritmos del Caribe, fusionado con las propiedades del jazz. Este viaje llegaba así a su fin, demostrando la casi infinita inventiva musical que recorre a nuestro continente y que configura también nuestra forma de ser como latinoamericanos. Las cuatro propuestas se conectaron de manera extraordinaria, tejiendo los hilos de nuestros sentires a través de la música.