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Incluso en medio de la conversación para ABC, sonreía por la oportunidad de poder repasar su carrera desde la perspectiva de su presente. Es que también para ella el arte es autoconocimiento y, más que nada, el reflejo de lo que uno es por dentro. Entonces, el hecho de poder mostrar eso, como pueda, es traducir algo que “nace de la memoria del cuerpo”.
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Ella afirma sentirse aún muy joven, pero su biografía dice que la memoria de su ser ya ha vivido varias cosas, ya sea porque lo buscó o por obra del destino. “Al principio quería ser bailarina, pero era tan mala que decidí dedicarme a cantar”, dice y automáticamente conecta con una carcajada que achicó sus ojos, guardados tras unos lentes amarillos transparentes. Pero tenía 9 años cuando le impactó la muerte de un tío. “Tenía que sublimar de alguna manera esa ausencia, cantaba en la ducha, a modo de rezo, un poco meditativo”, dice sobre esta conexión entre el canto y lo espiritual que más adelante confirmará que existe.
Como muchas otras historias, entró al coro del colegio. Vieron que tenía aptitud para el canto, entonces su madre decidió profundizar llevándola a tomar clases particulares en el barrio con Verónica Florit. Luego ingresó a la escuela de Julio Bocca, donde le indicaron que su camino no era la danza, con la que ella tenía una “fijación”, sino el canto.
Entonces aceptó y dejó que su voz le muestre el camino. Pasó por un reality llamado Elegidos, algo que hoy evalúa como algo muy lejano a sus deseos, pero que le sirvió para aprender. “Fue una etapa para mí muy recreativa, porque tenía 15 para 16 años y era un juego. Tenía banda, equipo de música, micrófono, gente que me maquillaba, vestía, como una peli. Todas las galas eran para mí una diversión y al otro día, de 7:45 a cuatro de la tarde iba a la escuela”, recapitula.
“Lo que pasa con los realities es que te ponen arriba y después no existís o dejás de existir. Pero fue aprendizaje, porque los realities no te dan nada de lo que la gente cree, es una popularidad que no existe. Esa es la realidad. El pos de eso para muchos es muy difícil”, expresa ella, quien solo quería cantar, “como ahora”, dice.
Sin miedo al fracaso
Así la cadena de decisiones la fueron llevando a construir peldaño a peldaño una carrera no solo como música, sino también como actriz. A sus 24 años ya ha lanzado dos álbumes: “Solo sé” (2018) y “Loto” (2020), y el mes pasado el sencillo “Arena en la guitarra”, el primero de una nueva etapa. Además, ha pasado por tantos escenarios y también atesorado hitos como ser el acto de apertura del concierto de Paul McCartney, en 2019. O algo más reciente, haber encarnado a la madre de Fito Páez en la serie “El amor después del amor”, de Netflix, solo por citar algunos hechos, ya que ella confirma que todo la construye e impacta con la misma magnitud.
“Me pasa que si no me desafío siento que hay algo que no está funcionando”, confirma con mucha serenidad y seguridad. En ese sentido, Bernardi asume también que tanto lo bueno como lo malo te acercan a quien querés ser, porque “siempre está bueno naufragar lugares que inclusive no valen la pena”.
Sin que se le mueva un rulo de lugar, todo acomodado bajo una boina, ella fluye de forma muy expresiva y sin rodeos, para decir que “las personas le tienen mucho miedo a la palabra fracaso” pero que para ella, es una palabra que encierra “mucha sabiduría y poder”.
“El fracaso tiene poder. Veo hasta con mis alumnos o colegas, personas de las industria, que decís que fracasaste o que algo fue un fracaso y te tratan como de consolar, de evadir o de absorber esa palabra. Me parece a mí que está buena la palabra, asumirla y dejarla que exista, más que nada en el artista, porque la vida del artista se construye en el fracaso todo el tiempo. Cuando aprendés a tocar un instrumento empezás fracasando porque no te sale de una. Siempre se empieza fracasando en el arte. Por eso también creo que quien se dedica al arte sabe verlo”, remarca.
Así como Jorge Drexler afirma en un tema “Una canción me trajo hasta aquí”, Bernardi también sabe ver cómo sus decisiones la llevan constantemente a desafiarse a sí misma. Este presente la tiene presentando “Arena en la guitarra”, un sencillo en el cual habla con ella.
“Es un tema que me compuse un poco a mí. Y justamente tiene que ver un poco con el fracaso, con lo aspiracional”, dice, para luego recomendar la película “Never look away”, que habla de varias instancias en la vida de un artista, sobre todo de sus conflictos.
Uno de esos conflictos, señala, es ese cuando se plantea: “Quiero ser original y en pos de ser original deja de ser uno mismo. Siempre está esa lucha, entre eso que quiero ser y eso que soy”. Se queda un rato pensando y añade que en la vida pasa que uno puede andar con “las cuerdas oxidadas”, -haciendo una analogía con la guitarra-, “porque alguien no se encargó de cambiar las cuerdas de la guitarra, entonces esa arena es esa cosa molesta que ni siquiera te deja sonar bien, como una interferencia”.
Tiene entonces mucho de mirarse y de hurgar para reconocerse. “Habla mucho de las miradas el tema. Dice: ‘me fui perdiendo en tu mirada, me fui quedando en tu mirada’. Esa mirada que uno a veces... no sé si te pasó de mirarte por arriba, -es muy de escritor eso-, como si miraras de forma omnisciente y te mirara esa idealización de lo que querés ser y te juzga. Como el yo y el súper yo. Se dice a sí misma: ‘no esperes nada de mí, yo no espero nada de vos’”.
Con otra gran sonrisa dice que no le gusta mucho explicar sus canciones, porque le gusta que la gente las haga suyas. Pero en este caso, explicó el motor del tema. No obstante, reafirma algo que siempre le dice a sus alumnos: “El arte no es subjetivo, el arte crea subjetividades. El poder del arte, del verdadero arte, es que vos puedas producir en el otro una nueva subjetividad. Entonces si viene alguien y me diceque le hizo acordar a un conflicto con otra persona, me encanta, para eso lo escribí. Porque en realidad tiene que ver con un duelo, sobre lo que uno espera de uno mismo y lo que se es. Muchas veces pasa con los padres, las parejas, los hermanos, pero en este caso me pasa a mí conmigo”.
En transformación constante
Vic se pone pensativa más aún cuando piensa en los procesos, en su caso en el de crear canciones. Hablar de eso es algo que le desborda, y afirma incluso que es algo muy difícil de poner en palabras.
“No tengo una forma concreta de composición. Sí siento que hay algo que unifica todas las canciones que es eso que es inexplicable, que no se puede tocar, pero es como...”, dice y se queda mirando hacia arriba (o hacia adentro de ella). Y continúa cuando baja la respuesta: “Es como sentir una memoria de algo que no se vivió, que no se ve. Es como una memoria en los sentidos del cuerpo, es una memoria del cuerpo, nace de la memoria del cuerpo, no sé bien de qué pero es como algo acá (señala su centro) y no puede no serlo, es como si te hipnotizara la memoria del cuerpo, tenés que hacerlo porque tenés que hacerlo”.
Fue así que un día se dio cuenta, un día cualquiera, de la nada. Se estaba bañando, lavándose la cabeza, llena de shampoo. De repente algo cae e impacta en su mente. Salió corriendo, así como estaba, toda mojada, enloquecida busca algo para escribir. Encuentra un labial y pintarrajea por el espejo: “La memoria del cuerpo”. Solo que era viviendo con su hermana. Vuelve a pegar una carcajada luego de plantear el momento que uno lo imagina como de mucha locura. “¡Victoriaaa!” le reclama la hermana. Pero ella se ríe y dice que “ese es el impulso de la memoria del cuerpo, que no tiene explicación, pero tenés que hacerlo”.
Ser fiel a quien uno es
Así es ella, tal cual. Expresiva, no impulsiva pero apasionada con lo que defiende. Por eso, para Vic es importantísimo ser ella misma. Pero también piensa que eso es algo que todos deben entender para uno mismo. “Siempre tuve mucho miedo de dejar de ser quien soy”, plantea al hablar sobre su vida entre ser actriz y cantante, y al pensar dónde se unen los mundos desde lo performático.
También en esta parte se empieza a plantar sobre el ego, el enemigo de la sencillez. “Yo siempre tuve mucho miedo de caer en esa despersonalización y dejar de ser mi yo niña, Victoria”, remarca, para después enfatizar que ese ego, que todos portamos, es algo que “te damnifica”. “Una cosa es tenerlo para subirte al escenario, que lo necesitás, y otra cosa es ser egocéntrico. Lo mismo con la autoestima. Otra cosa es cuidarse y otra ser egoísta”, sentencia.
Para ella no hay claves ni secretos. La receta para mantener el equilibrio es rodearse de gente que te hace bien y que te dice en la cara lo que a veces no se puede ver. “Siempre me rodeé de mucha gente que me bajaba de un hondazo; respeto a la gente que es sincera y te canta las cuarenta. Creo que eso me ayudó y también tenerlo siempre presente”.
El poder de la palabra
A propósito de coincidir en la vida con esa gente, ella está segura que es porque siempre se decanta a vibrar al son de gente que “genuinamente” siente que “tienen la palabra, que la defienden, que la respetan, que son fieles”.
¿A qué se refiere? Es que Vic plantea una verdad: “Estamos en un momento siento bastante agrietado. Ya no sé si ‘te doy mi palabra’ es una frase tan confiable como antes. Yo creo que el lenguaje está totalmente prostituido. Se dejó de creer en el poder del lenguaje, entonces ahora no importa lo que digas en una canción, dentro de lo que es popular, y eso me parece muy dañino. Quieras o no, en este caso puntual, a veces uno tiene que aclarar, más que nada en mi país Argentina, que la cultura es la que construye la identidad del pueblo, y en un pueblo sin lenguaje, un pueblo donde sus canciones no tienen ningún tipo de contenido que construya, no sé a dónde podríamos llegar. Entonces lo que te da el poder del lenguaje es poder construir esa subjetividad en otro, de esforzarte en hacer algo bello. Eso sí es incierto porque uno no sabe a dónde lo depara la belleza, pero sí a dónde nos depara cada letra de obsenidades. Me parece que es claro el panorama”, analiza.
Conexión con lo real
Este mundo frenético, donde todo sucede a instancias de microsegundos, donde todo es pasajero, Vic lo mira con cautela e intenta no dejarse influenciar. Ella sabe que su deseo firme es el de conectar con una escucha atena, con una mirada atenta.
“La gente hace contenido visual para que lo vean y no para verlo. Lo mismo para la música. Veo ahora que se armó como una dimensión de la figura del artista mega pegado, mega exitoso, canchero; se industrializó mucho la figura del artista. Entonces creo que esto de que les importe más que les vean que mirar, digo lo mismo con la escucha, les importa más que les escuchen que escuchar”.
Al respecto, Bernardi se animó a reflexionar que últimamente en su mayoría la gente no escucha, sino que consume. “Entonces como no escuchan y consumen necesitan siempre renovar ese estímulo. Porque antes hacían un disco y eso la gente se pasaba un año entero escuchándolo, ahora es sacar un tema todos los meses, cada seis semanas, porque o si no se te baja el ‘engagement’. Se aburre la gente. Pero ¿de qué se van a aburrir? En realidad no es que se aburren, es que se llenan de vacío, y cuando empiezan a sentirlo tienen que volver a llenarse de vacío para no asumir el verdadero vacío. Una adicción al vacío. Me siento en una clase de escritura creativa”, dice y pasa de la seriedad a la risa con mucha sinceridad, porque de verdad lo siente.
“Yo deseo la escucha atenta”, confirma esa Vic a la que todo lo que siente le desborda. Aprovecha entonces esa estela de profundidad y se anima a ensayar un pensamiento sobre lo escrito. “A ver, lo que está escrito es importante, pero no importa tanto la exactitud sino que eso que estás escribiendo te permita a vos volver a evocar el estado de cuando lo escribiste. Si podés, inevitablemente quien te escucha va a empezar a evocarlo también. No creo en la exactitud de las palabras, sí en la intención de poder evocar ese estado. Eso es lo más valioso que tiene el ser humano. Por eso también creo que el arte es una religión, es un poco religioso eso de ir a evocar un estado, es una congregación, una misa, la misa del rock”, piensa, describe y enumera, mientras sus ojos siguen brillando con tras sus gafas. Luego mira con un poco de ternura y dice: “Espero no sonar muy soberbia con esa adicción al vacío”, volviendo sobre sus palabras.
Pero es que Vic Bernardi es por sobre todo sincera con sus deseos, algo que se puede sentir en una conversación con ella no solo para esta entrevista sino desde el saludo, desde al abrazo y la mirada de felicidad. Todo eso ella lo transforma en las ganas que tiene no de contar cómo piensa sino de compartir sus puntos de vista y reflexionar en un intercambio más que interesante.
Cultura para reconocernos
Como cerrando un círculo del repaso por su carrera, entonces hablamos también de la educación, algo que ella defiende a capa y espada, como futura egresada de la carrera de Artes de la Escritura, por la Universidad Nacional de las Artes. A propósito de la reciente marcha en la defensa por la gratuidad de la educación en su país, algo que no está muy lejando de lo que sucede aquí, refiere que es algo que le pone triste.
“Es muy complejo porque yo creo que todo es político. El tema es que se confunde lo político con la política. Entonces a veces a los artistas nos pasa que queremos dar nuestra opinión, y está ese grado de confusión que tenemos todos, porque se encargó la propaganda de todos los eslabones del poder que construyen a la sociedad argentina, de confundir lo político con la política. Entonces el artista se ve en la confusión de que no quiere demostrar que es partidariamente de un grupo político, entonces no hacen política, y es lo peor que puede pasar, porque siempre hay política, políticas de salud, de educación, culturales, eso se tiene que defender, y esas políticas no necesariamente son partidarias”.
“Yo no creo que nadie en la Argentina esté en contra de que haya salud y educación pública. Me parece muy desconcertante y decepcionante, triste, que no se respete algo que para nosotros es lo más valioso que tenemos. Siento que nos bastardearon bastante. Ahora resulta que hacer cultura es un privilegio y no un derecho. Eso es muy dañino porque la cultura es el alimento para el espíritu, y en una sociedad en donde hay una persona que la está pasando como el culo, ese escuchar, aprender a cantar, a pintar, poder sublimar aquello que le pasa, te diría que sirve porque tiene que ver con la salud mental. La cultura no es solamente un confort, un entretenimiento. Yo creo en el poder del arte que tiene que ver con el poder del autoconocimiento. Un país sin cultura y sin educación es un país sin autoconocimiento. Ojalá que no nos pase en unos años que no nos podamos reconocer, a veces tengo miedo, de que la Argentina se quede sin rostro, ojalá que no”, se sincera.
Subraya el nombre del libro de Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina” y afirma que somos eso. “A nosotros nos necesitan de rodillas, y nosotros nos encargamos a lo largo de los años, de mantenernos en pie. Y yo creo que así como muchas otras cosas más, una de las cosas que nos mantuvo en pie como latinoamericanos fue la cultura, y también tiene que ver lo gastronómico, lo teatral, el cine. Pero mundialmente está todo muy mal, hay muchos conflictos basados en una antigüedad que decís: ¡chicos, por favor! Pero ojalá que todo mejore. Justo antes de venir acá con mi madre hablaba del instinto de supervivencia, y creo que hacer arte es un instinto de supervivencia que a veces muchos no lo tienen”, cerró.
Puentes para aprender
Y así como es necesario tender puentes y reflexionar gracias a la cultura, Bernardi llega con esa música tan profunda a Paraguay. De hecho, haciendo un subrayado a esa necesidad de compartir, primero que nada dará hoy un taller de canto en School of Rock (España y Malutín, Paseo Carmelitas), a las 14:00. Para alumnos, la inversión es de G. 60.000 y para público en general, G. 100.000. Inscripciones al (0982) 224094.
Los conciertos serán luego este sábado en Táva Comedor (México 453 entre 25 de Mayo y Cerro Corá), a las 21:00, y el domingo en La Chispa (Estrella entre Colón y Montevideo), desde las 18:00, donde compartirá con las cantautoras paraguayas Stefy Ramírez, Lucero Sarambí y Sari Carri. El acceso a ambos es gratuito.