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En nuestra aún incipiente industria musical, que un festival con una búsqueda muy específica, sepa establecerse y crecer, es un gran mérito que sin dudas se debe al gran grupo que está detrás.
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Esta edición que pasó deja muchas cosas que destacar, si recordamos que todo empezó de las ganas de demostrar que las mujeres y los colectivos de disidencias también tienen cosas para contar.
Si bien esto sucedió como respuesta a un hecho que es una realidad: que en la mayoría de festivales no incluyan propuestas con mujeres y disidencias (porque eso significa que esto es aún común en los diferentes escenarios), si de algo sirvió y sirve el Sorora, es también para potenciar no solo el talento de quienes están sobre el escenario sino alrededor de él.
Diversidad de miradas musicales
Este cartel pretendía mostrar una variedad de estilos musicales y de la mano de artistas tanto que están empezando a transitar en la carrera musical como de personas con gran trayectoria.
Así el evento tuvo a una Lizza Bogado, quien con su presencia puso la firma de que las mujeres unidas son capaces de lo que sea, ya que estuvo sustentada en una banda completa de talentosísimas artistas.
También estuvieron Sol Gómez, con su hermoso canto popular en fusión con una mirada pop; Desobediente y Kuña Street, quienes pusieron la firma del rap al evento; Sari Carri, una presencia etérea y delicada al son del pop.
La primera presencia internacional se dio con la cantautora argentina Loli Molina, quien con solo una guitarra eléctrica y pedales tejió un bello entramado sonoro, con canciones introspectivas y conmovedoras, centrándose en su último álbum “Lo azul sobre mí”.
Más adelante fue el turno de Lucero Sarambí, Rafaela Mood, y Darlings y Puta Romántica, tres propuestas bien dispares entre sí, lo que confirma el buen estado de salud de la creatividad desde cada proyecto. Una más hacia el folclore contemporáneo, otra abrazada por una fusión de música popular y lo experimental, y la última encarando con seguridad el chamber pop.
Cabe resaltar que, entre actos, se iban sucediendo DJs como Avsurdo, Wasabi, Izela y Dislexia Severa, quienes imprimieron su estilo propio en momentos donde el baile y el disfrute eran la norma. Cada uno de ellos tuvo un lugar destacado, y la gente supo apreciar sus electrizantes sets.
El acto final, con la rapera argentina Sara Hebe, fue como la materialización de todo lo sucedido desde que este festival empezó a ser un sueño: la locura, el delirio y el descontrol, pero desde una felicidad absoluta.
Sara Hebe tomó el micrófono y entregó rimas certeras sobre verdades que todos comparten. Apoyada en una banda de músicos impecables, se dio por completo y de forma literal, ya que surfeó la “ola” de un público que supo retribuir su entrega.
Con la fotografía de este momento se puede recordar este evento, que supo ser celebración de lucha de la mano de personas que acompañan el sueño de tantos artistas, que entienden que este festival es constancia e impulso de un talento que ya existe, pero que definitivamente necesita escenarios para crecer y este es uno de ellos.
Además, esta edición fue muestra de crecimiento, ya que la puntualidad fue digna de destacar, también la puesta en escena entre escenografía y luces, los espacios para recrearse como un sitio para fotos, feria, y mucho más.
Fotografías gentileza de Azul y Cía.