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Al pasar unos minutos de las 21:00 la gente empezó a ingresar a la sala, mientras la cantante Andrea Valobra entregó sus versiones jazz de canciones propias como de grandes clásicos. Acompañada de Víctor S. Morel (batería), Paula Rodríguez (contrabajo) y Giovanni Primerano (piano eléctrico) cantó “Llorarme un río”, “Poco a poco”, “That’s Life”, entre otras, pintando de brillo esta primera parte y confirmando sus grandes condiciones de intérprete.
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Exactamente a las 21:50 el gran telón del teatro subió para revelarnos a Toquinho. Simplemente así, con una guitarra y en medio de unas luces coloridas. El público estalló de alegría, en consonancia con las sonrisas que ya regaló él desde el inicio.
Antes de cantar, Antônio Pecci dictaminó que la noche sería un recorrido por su historia. Como un gran libro abierto, empezó hablando del Paraguay y de su emoción por volver. Recordó a Berta Rojas, con quien había compartido ya dos veces en ese mismo escenario, a quien calificó como “gran persona y ser humano”.
La primera anécdota de la noche llegó después, rememorando una ocasión en que compartió con el actor italiano Marcello Mastroianni, quien elogió a Toquinho por la simpleza de su trabajo porque solo con una guitarra por el mundo podía emocionar. Así empezó a tejer un recorrido marcado por esa sencillez pero tiñendo el camino con una paleta casi infinita de colores.
La bossa nova fue la reina y abrió así con “Corcovado” y “Garota de Ipanema” recordando sus primeros acercamientos a este género musical que le dio un pasaje a vivir aventuras guitarra y corazón en mano. Luego hizo “Que Maravilha”, primera canción escrita entre Toquinho y Jorge Ben en 1969, por lo que consideró que ya era “una señora con botox”.
En aquella época las conexiones eran pocas pero indelebles. Chico Buarque le había mandado un fax para que vaya a su encuentro en Italia. “Samba de Orly (Samba Em Fiumicino)” nació de ese amigo que se va para el que se queda, retratando esas andanzas.
Tras unos valses instrumentales donde expresó que él lleva impregnado los acordes de viejos guitarristas brasileños que escuchaba en la vitrola de su padre, Toquinho reafirmó esa calidad exquisita de intérprete de su instrumento que es como una extremidad más de su cuerpo, moviendo los dedos como arañas inquietas por todo el diapasón.
Cuando volvió a Brasil, en los 70, recibió una llamada de Vinícius de Moraes, quien ya era un grande cuando Toquinho aún tenía 22. Lo invitó a trabajar con él “pero tenía que conquistar su confianza”. Contó una anécdota de oro, de cómo un atrevido Pecci robó un poema que Vinícius hizo en una máquina de escribir porque quería hacer la música. De esta irreverencia nació “Tarde Em Itapoã”. Ahí empezó una “parceria” que vio nacer unas 150 canciones.
“Samba pra Vinícius” y “Asa Branca” marcaron el final de esta parte, donde Toquinho se tomó un tiempo para contarnos que encontrar simplicidad es difícil, pero mucho más satisfactoria que lograr cualquier acorde complicado, porque esa simplicidad viene de la mano con los sentimientos.
El huracán Camilla
Las primeras notas de “Se Todos Fossem Iguais a Voce” empezaron a sonar y se escuchó una voz que atravesó a todos de inmediato. No la veíamos pero ya conquistó. Lentamente entró al escenario Camilla Faustino, la compañera de Toquinho en esta nueva aventura de homenajear a la música de Brasil y a las personas que lo marcaron.
Los aplausos crecieron ante esta cantante que demostró desde el primer momento su presencia monumental y sus sentimientos incesantes. Llegaron así otros temas como “Chega de Saudade”, una canción con la cual nació toda una generación detrás, de la mano de Joao Gilberto, considerado el padre de la bossa nova.
“Esta canción es para ustedes” dijo Toquinho tras sorprender a la gente con “Recuerdo de Ypacaraí” dando así un gran abrazo musical a nuestro país. Dijo que lo emocionaba mucho interpretar esta guarania, pues Paraguay es para él un país muy presente desde su infancia. Recordó escuchar el arpa paraguaya de Luis Bordón ya que su padre tenía todos sus discos y era escucha obligatoria en los almuerzos familiares.
Volviendo a hablar de simplicidad recordó a Baden Powell con su “Berimbau”, que con dos acordes e influencias africanas en la parte rítmica logró crear una obra atrapante. Siguiendo con los homenajes llegó “Gracias a la vida”, que creció a niveles muy altos con la impresionante voz de Camilla, que pareciera atrapar el espíritu de un alma con mucho recorrido y cuya emoción estuvo a la altura de esta emblemática obra de Violeta Parra.
“Canto de Ossanha”, “Eu Sei Que Vou Te Amar” y “A Tonga De Mironga Do Kabulete” sonaron con una alegría arrolladora ya casi hacia el final, llevando Camilla y Toquinho a la gente de un estado emocional a otro, haciendo destilar el disfrute.
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Los agradecimientos de Toquinho estuvieron cargados de esa sencillez que pregonó durante todo el show y que también caracterizan a su carrera. Él es uno de los grandes protagonistas de la música brasileña y con este concierto dio cátedra de que la música es la reina y ellos los mensajeros.
Así llegó la bellísima “Aquarela”, en tanto sus voces se entrelazaban en armonías delicadas y conmovedoras. Una ovación de pie obligó a ese bis que está ya casi siempre establecido como un acuerdo tácito.
Fue solo un momento cuando las luces se apagaron y los artistas salieron del escenario, pero cumplieron la vuelta haciendo cantar a todos un himno necesario para estos días. “Tristeza, por favor, vá embora” fue la frase que resonó por todo el teatro, con la gente levantando las manos, aplaudiendo y confirmando que al menos por esas horas no hubo tristezas, sino solamente la alegría de compartir alrededor de la música