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La antesala fue cumplida a la altura por el grupo paraguayo Mythika, que presentó sus canciones originales cargadas de riffs filosos y ajustados, una batería de eficaz energía, un bajo envolvente y la intachable voz de Julio Franco. Una banda que cumplió con creces la tarea tanto sonoramente como en cuanto a pisada, de abrir para uno de los grupos más destacados de la región en cuanto a hard rock y heavy metal.
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La ansiedad se sentía en el aire, cuando ya pasaron varios minutos de la hora acordada para el inicio del pacto mágico de la banda argentina. Cuando finalmente, siendo exactamente las 22:16 todo el lugar quedó a oscuras y unas luces azules atravesaron el recinto.
Con un sonido poderoso y hasta estruendoso, Rata Blanca arremetió con toda su calidad ingresando con “Michell, odia la oscuridad”, del emblemático álbum “La llave de la puerta secreta” (2005).
Aunque ya desde el principio, lastimosamente, no se podía comprender a Adrián Barilari por el excesivo volumen del resto de la banda, especialmente de la guitarra, la gente se mostraba visiblemente emocionada por este reencuentro después de tantos años.
El show siguió con “Solo para amarte” y “Agord, la bruja”, mientras la multitud entregaba también el clásico “¡Olé, olé, olé, Rata, Rata!”. En tanto, Barilari desataba una personalidad incansable, traducida de sus tantos años de rock que parecen darle incluso más vida. El cantante se paseaba por el escenario con los brazos en alto, apuntaba con el pedestal al público para que cante con él y cumplía así su parte del pacto.
“¡Muy buenas noches Asunción! ¿Cómo está Paraguay? ¡Gracias, los extrañábamos! ¡Hoy vamos a hacer mucho rock and roll!, exclamó el excelente vocalista, quien aceptó seguir el galope furibundo de la batería de Fernando Scarcella y el incisivo bajo de Pablo Motyczak, que se abrían paso con vehemencia sobre el colchón de góticos sintetizadores en “Volviendo a casa”.
La gente cantaba, otros saltaban, algunos elevaban sus vasos de cerveza o se abrazaban en felicidad. También había muchas caras jóvenes que se hicieron presente para compartir con sus padres, algo que demuestra la bondad de la música de unir generaciones.
Emociones a flor de piel
Más tarde quedó solo en el escenario el guitarrista Walter Giardino y, parado frente a su muralla de amplificadores Marshall, empuñó con garra su roja Fender para entregar un alucinante solo que luego se unió a una profunda introducción de las teclas de Danilo Moschen para dar pie a “Chico callejero”.
La filosa guitarra de Giardino siguió siendo protagonista, como en todo el show, casi al mismo nivel o sobrepasando a la voz de Barilari. Quizás buscando ser una declaración de protagonismo, algo que lastimosamente no beneficia al grupo.
“Talismán” y “El círculo de fuego” siguieron en un repertorio que supo abarcar los diferentes álbumes de la banda, algo que la gente celebró demostrando su fanatismo. “¡Muchas gracias! ¡Guau!”, decía Adrián, mostrando una genuina sorpresa por este reencuentro. “Venimos a Paraguay desde hace mucho y las ganas son las mismas, están intactas”, dijo, siendo aplaudido por la multitud.
Luego, antes de hacer “Ella” pidió a todos que prendan los flashes de los celulares, dando paso a un cuadro ya casi habitual en todos los conciertos, donde las luces pintan de brillo al lugar.
“Guerrero del arcoíris”, una obra que nos llama a ser conscientes sobre el cuidado del planeta y sus recursos, sonó también en este concierto que empezó desde aquí a intentar calibrar el sonido al servicio de la banda completa.
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Un reencuentro para el recuerdo
Tras más aplausos, gritos y emoción, Giardino volvió a plantarse con un extenso solo que se elevó por casi 10 minutos, donde demostró la razón por la cual es considerado de los mejores guitarristas. Tras “El amor del camino”, Barilari volvió a preguntar al público cuánto los extrañaron. “¡Tenemos que hacer esto más seguido! Hace bien al cuerpo y al alma”, dijo sobre esta reunión alrededor de la música que atraviesa a varias generaciones.
Luego de estas palabras invitó a todos a cantar uno de los temas más clásicos de la banda: “Mujer amante”, dejando por momentos que el público cante solo. “¡Muchas gracias! ¡Muy buenas noches!”, decía como amagando una despedida pero que, claramente, cumpliría con el acuerdo implícito de casi todas las bandas: entregar más temas.
Una seguidilla potente de “71-06 (Endorfina)” y “Rock and Roll Hotel” empapó de energía a la gente que aún demostraba querer más. El baterista tuvo luego su momento de brillar con un extensísimo solo que parecía una tormenta intensa, llena de truenos que llegaban directo al corazón.
El show terminó por todo lo alto, con dos canciones emblemas del grupo argentino: “Aún estás en mis sueños” y “La leyenda del hada y el mago”, poniendo broche a un show plagado de canciones encantadas, así como son estas obras de Rata Blanca, un grupo que se encuentra musicalmente impecable, con obras que envejecieron de buena manera y que siguen emocionando.
Cabe resaltar el buen ambiente, el comportamiento del público, los accesos y controles y la buena organización conjunta por parte de FTM, Topshow y G5Pro.