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El sonido de las hojas secas al ser pisadas fueron el sendero que guió al público a sus asientos. Grillitos y aullidos sonaban a lo lejos. El escenario, una tarima circular en el medio de la sala, acogía a Lucero/crisálida, susurrando antes de su transformación a mariposa, a la espera de mostrarnos todos sus colores.
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En medio de la oscuridad, su voz a capella rompió con un absoluto silencio para cantarnos “Don insomnio”, una canción de cuna quizás para ella misma en noches de turbuluencias. La artista estaba literalmente adentro de un cascarón hecho de telas y hojas, desde donde nos cantó las primeras notas.
Así comenzó este recorrido por la inventiva de Lucero, por sus canciones cercanas, que nos hablan de ella pero también de nosotros. En ella nos dibuja postales de diferentes momentos de su vida, de la vida de otros y de sus amores, sus vínculos y sus recorridos, sus luchas y caídas, su trabajo y sus deseos.
La emoción atravesaba los poros
Entre interesantes cambios de luces, los cuatros músicos que la acompañaron fueron ingresando. Así, Paula Rodríguez en bajo, Vetner López en percusión, Lara Barreto en saxo y Lizle Martínez en guitarra rodearon a Lucero pero también al público, ya que sus ubicaciones, en círculo y de cara a la gente, permitían que los sonidos sean realmente envolventes.
La pícara “Casa diez” siguió en el repertorio, significando un giro de ritmo y explosión de colores al show. Tras un audio que nos explicaba el proceso de transformación que desarrolla una oruga, vino justamente la “Canción de la oruga”, en tanto Lucero seguía dentro de su capullo y se preguntaba “¿Cuándo seré mariposa?”.
Un espíritu festivo se dio más tarde con “Carnavalito”, una enérgica canción que sirvió para revelarnos de a poco a la artista, quien estaba enfundada en un largo pantalón color ocre, lucía sus largas trenzas y tenía el pecho descubierto, totalmente entregada al concepto.
Con las luces siendo protagonistas, tornándose más frías y claras, vino la “Oda al amor”, un tema cargado de sinceridad como también de sensualidad. En un marco de ternura, Lucero cantó a su hermana la “Canción de siesta para Daniela” en tanto regalaba barquitos de papel diario, con frases del tema, al público.
“Tanta luz” estuvo envuelta de burbujas generadas por el público, ya que debajo de algunos asientos había burbujeros. Así la gente se hizo niñez, entre risas y el brillo de muchos ojos. Lucero devolvía esa niñez a muchos como también invitaba a pensar en los procesos que nos hacen madurar. Todo era válido y necesario en este recorrido construido por la lírica de Lucero.
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Sonidos de relámpagos y las luces indicando la aproximación de una tormenta nos prepararon para un ritual poderoso de la mano de “Cosa de brujas”. Entre sahumerios, poder y hojitas, llegaron las primeras invitadas: Paty Latorre y Stefy Ramírez, generando un trío que hacía temblar hasta la última fibra. Las tres voces se cruzaban en el aire, abrazando al público con sus cantos sanadores así como lo hacía el humito de las plantitas que también se elevaba.
“A la mar” nos devolvió después a un estado de tranquilidad, luego de aterrizar del momento de intensidad de recién. “Canto así para que me escuches y vengas cerca”, decía Lucero, mientras iba ingresando un coro de voces angeladas con Flor Giménez, Emi Olazar, Edu Martínez y Ariel Prieto, con ropas de color blanco, lo que dio énfasis a este momento cristalino.
Tras este momento cargado de emotividad vino otro más intenso con “Refugio”, tema cantando por Lucero y su madre Natalia Olazar. “Vení, vení, sembrate conmigo” dice esta obra que nos incentiva a celebrar el abrazo de un lugar seguro.
Después de lo que fue realmente una montaña rusa de emociones la noche cerró con “Ormitar” y “Clu”, en un momento donde no faltaron las poesías de Lucero en medio de las canciones como también guiños, como a la argentina Loli Molina en un fragmento de “Lo azul sobre mí”.
Una artista muy única y sincera
Fueron las canciones y los textos de Lucero los que dieron vida a este espectáculo. Pero sin experiencias, sin vivencias, sin recorridos, no habría canciones ni textos. La artista supo entender que su viaje tanto personal como en comunidad es parte de la vida misma. Además, su ser artista se completa también al realizar este intercambio poderoso de energía con la gente.
Sus obras nos cuentan de sentimientos muy profundos e íntimos, de procesos claves del ser humano tanto en soledad como en sociedad. Nos habla de la naturaleza, de política, pero ante todo de humanidad. La música es su lienzo y ella toma esa hoja en blanco para pintar paisajes de los más diversos colores y elige compartir.
La gente, que llenó la sala, salió conmovida y feliz de ver esta “Crisálida”, donde esta vez Lucero no tuvo vergüenza, se transformó, arremetió contra el vértigo y se mostró vulnerable, porque ella sabe que el amor de la gente y la música son el mejor refugio en noches de tormenta interior. Y en momentos de paz y calma, ¿qué mejor que contagiar esas energías para crecer en comunidad?
“Crisálida” fue eso. La creación del amor desde la artista y Clari Lezcano en producción y codirección, como también de todo un grupo de artistas que decidió ser parte de este evento único donde, quizás hubo alguna que otra cosa técnica que mejorar, pero Lucero y equipo se jugaron a hacer algo diferente y no hay nada que no sirva para aprender y evolucionar, porque aprendiendo y evolucionando somos “crisálida” todo el tiempo.
* Fotografías gentileza de Áurea Báez.