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Allá por el año 2016 en Corrientes, Argentina, donde disfrutaron de un festival, Ángel Molina y sus amigos Juan Manuel Acevedo y Federico Sosa conversaban “largo y tendido” sobre música paraguaya.
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El compartir con sus amigos estando “muy cerca y muy lejos al mismo tiempo” de nuestro país, notar cómo en una ciudad como Corrientes incluso “se escucha más música paraguaya que en la propia Asunción” o donde la gente también habla en guaraní, más esas horas de intercambios de opiniones sembraron en Molina las semillas de “un proceso de reflexión” que terminó convirtiéndose en el álbum “Arete”.
El disco, disponible en plataformas digitales y en formato físico, se compone de nueve creaciones originales de Molinas y una versión de “Gallito cantor”, de José Asunción Flores.
“Seguí explorando a la guarania, dándole más insumos, abiertamente buscando hacer música paraguaya obviamente con las fusiones que uno hace de lo que uno escucha, de los caminos que recorrió. Evidentemente hay préstamos del jazz, del rock pero buscando la línea donde todavía se pueda decir: esto es música paraguaya porque respeta los síncopas y los fraseos”, comentó el autor en conversación con ABC Color.
El músico y arquitecto afirmó que lo suyo con este álbum es un aporte dentro de un recorrido que ya lo empezaron otros hace mucho tiempo.
“Yo no estoy creando nada nuevo. Eso lo demostró gente con mucho más trayectoria y valor que yo. Uno de los primeros es Óscar Cardozo Ocampo, también su hermano Pinchi, ellos nos mostraron el camino. Lo hizo también Jorge “Lobito” Martínez allá en el siglo 20. Hay gente ahora como Pedro Martínez con una propuesta seria, rigurosa, creativa. Yo simplemente estoy explorando a mi manera”, subrayó.
La riqueza del compartir
Este disco está minado de la presencia de músicos que han aportado sus visiones y experiencias como Ricardo Flecha, Gabriel Colmán, Juan Manuel Acevedo, Óscar Fadlala, Sebastián Ramírez, Juan Pablo Giménez, Marcelo Ortigoza, Omar Valdéz y Ángel Molina Navarro.
“Nunca uno sabe todo y lo importante es saber quién sabe”, dijo entre risas, para afirmar que rodearse de estos músicos fue clave para que la obra se enriquezca.
“Para hacer un álbum con estas características, fusionando ciertas cosas pero buscando mantener ese sabor identitario, es que recurrí en primer lugar al estudio de Óscar Fadlala, un pianista que hace arreglos maravillosos. También está presente el tono inconfundible de Ricardo Flecha”, destacó.
Resaltó también la presencia del bajista Juan Pablo Giménez y del baterista Sebastián Ramírez. “Como el género está definido por el ritmo era importante para mí eso. El que generalmente marca el ritmo en la música paraguaya es el bajo que tiene su sabor, tiene que tener eso pero también esas pequeñas transgresiones y ahí está Juan Pablo que es mucho más brillante que yo. En la batería tengo a Seba Ramírez quien incluso hizo su trabajo de grado sobre la batería en la polca paraguaya. Es fundamental en él que entiende los tres mundos: jazz, rock y folclore”, señaló.
Con Juan Manuel, agregó, su “mayor logro” fue “convencerle que tenga un registro y encima con música mía”. Es el “mejor de los pagos” viniendo de alguien que creó “La jornada” incluido en el disco “Juego de niños” de Lobito Martínez. “Recuerdo que cuando lo escuché por primera vez me llamó muchísimo la atención y es uno de los motivos por los que hice este disco”, señaló.
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La expresión de nuestros días
Molina habló también sobre la actualidad, observando que ahora “se está estableciendo una reflexión colectiva de ¿qué podemos hacer de la música paraguaya? y cómo podemos seguir componiendo dentro de los géneros que la caracterizan”.
Eso, señaló, se da más en la parte del jazz pero en el rock también se pueden hacer fusiones interesantes. “Pero creo que es un camino que estamos recorriendo varias personas y eso tiene que concretarse en un discurso pero hecho en música, no solamente palabras. Uno tiene que tener una propuesta”, remarcó.
Además, hizo énfasis en la importancia del cambio que es “lo único constante en el universo”, a la hora de celebrar las diferentes búsquedas artísticas.
No obstante, advirtió que hay que estar atentos pues también hoy en día “hay como un afán de cambiar demasiado rápido y no se puede madurar. No somos la misma sociedad que hace 50 años. Por eso va a ser difícil volver a imponer la misma expresión musical de la primera mitad del siglo 20, somos otra sociedad, estamos más conectados, hay cosas buenas y otras que empeoraron, por eso la música tiene que actuar como un barómetro de la sociedad, de cómo estamos como cultura”, remarcó.
Música para reflexionar
Por otro lado, recordando lo dicho de cómo una ciudad de otro país escuche más música paraguaya que el paraguayo mismo. Eso, dijo, “es un resabio cultural de lo más nefasto que fue la dictadura”. Con ella “Paraguay perdió a sus hijos, pues casi todos fueron a recalar a otras tierras. No solo en la música sino en todas las artes. El delito era un delito de conciencia, de pensamiento. José Asunción Flores murió en el exilio seguro extrañando Asunción”, manifestó.
“Eso nos cortó lo mejor de la música paraguaya allá en la primera mitad del siglo 20. La dictadura nos castró culturalmente y fue difícil recuperarse. Algunos retornaron como Herminio Giménez. Otros ya no pudieron”, añadió.
Pero él espera que esta noche sea un ritual para vivir el amor por la música, que él supo heredar de sus influencias, y disfrutar de este nuevo aporte. Invitó así a la gente a celebrar junto a él y los músicos que lo acompañarán en escena. “El arete es una fiesta ritual sagrada para los indígenas donde participa toda la comunidad. Para nosotros es una fiesta grande donde nos encontramos”, planteó.
En ese sentido, afirmó que “el músico busca compartir sus emociones con el público, lo hace por algo, quiere saber qué les pareció y retroalimentar. Y la cultura uno lo tiene que hacer entre todos, no solo el artista sino toda la comunidad. No es un tema de consumo. Ahí nos acercamos a los guaraníes”, cerró.