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La gala empezó con un carácter triunfal marcado por la frenética y juguetona obertura de la ópera “Cosi fan tutte”, de Wolfgang A. Mozart. Breve pero intensa, esta porción de la pieza sirvió para hacer sentir desde el principio que la OSCA se encontraba ante una dirección llena de matices y carácter. Eleanor Núñez, la invitada española-norteamericana, se paraba así por primera vez ante este grupo insuflando de pasión la ejecución de todo el conjunto.
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Pronto llegó uno de los platos principales de la noche y uno muy esperado sobre todo por su protagonista, la pianista Chiara D’Odorico, quien volvía a tocar con la OSCA luego de varios años. En todo este tiempo su carrera ha crecido exponencialmente, por lo que ahora supo entregar esa madurez que ha venido cultivando.
La joven música paraguaya tenía ante sí un desafío y un sueño, según había expresado días atrás a ABC Color, el de interpretar el Concierto Nº 2 en fa menor, para piano y orquesta, de uno de sus compositores favoritos Frederic Chopin.
Se trata de una obra clave y cumbre del piano romántico, por lo que para ella ejecutar esta composición suponía un reto por varios motivos, ya sea por la exigencia técnica y por poder canalizar con su interpretación los sentimientos plasmados por el autor. Ella logró todo eso y más, ya que dotó a la obra de su propia personalidad, una presencia cálida como arrolladora.
La voz del piano va y viene por toda la extensión de las teclas negras y blancas, creando remolinos sonoros vertiginosos para pasar a momentos más calmos e introspectivos. Los dedos de Chiara acariciaban el piano con un conmovedor entusiasmo. La gente, que conformó un público maravilloso, le seguía con la mirada y como se dice coloquialmente “no volaba ni una mosca”.
Cuando terminó el tercer y último movimiento, la gente salió de su encantamiento para pararse automáticamente y entregarle una ovación de pie. D’Odorico se abrazó largamente a Núñez, dejando pintado así un cuadro único. El de dos protagonistas mujeres que van tomando el podio, la batuta, el piano, o lo que fuera, mereciéndolo por completo, como corresponde.
La ilusión del estreno en la tierra natal
A la segunda parte ingresamos aún en un clima de enamoramiento ya que Eleanor, con el repertorio que armó, decidió llevarnos a viajar por una pieza con una belleza de grandes proporciones: “Salut d’amour” o “Saludos de amor”, de Edward Elgar.
Antes de esto ella se presentó y con muchísima gracia dijo estar contenta por esta oportunidad. Explicó su origen de vida entre España y Estados Unidos, y dejó en claro que la OSCA estaba conformado músicos de muy buen nivel. Tras este preámbulo Eleanor condujo a la orquesta por una encantadora pieza, que parecía traducir exactamente el sentir de la noche. Todo allí estaba sucediendo por amor.
Parte de ese amor a la música fue como nació la primera Sinfonía del compositor encarnaceno Daniel Luzko, quien entró, muy aplaudido, a agradecer al público. Con una sonrisa radiante, el también docente y músico compartió su alegría y emoción por este estreno en Paraguay.
Contó un poco del contexto en el que nació la obra, cuya semilla fue un curso en la Academia Europea de Música Americana en París, que se enfoca en la pedagogía de Nadia Boulanger. Esta forma motiva a encontrar recursos en obras ya existentes para implementarlas. Luzko tomó así algo de Prokofiev y de Bartók para cerrar con su identidad.
La obra, en tres movimientos, agarra al público de la mano para mostrarle un mundo de posibilidades en la música. Daniel se vale de un lenguaje contemporáneo para exprimir a la orquesta en su totalidad, dando protagonismo a cada fila de instrumentos. Todo está tan bien armado que cada uno tiene su lugar complementando al otro.
Es una obra de choque, llena de colores, matices, efectos especiales, muy digna de un “soundtrack” de película. Hay explosiones, movimientos acelerados, las cuerdas recurren mucho al pizzicato (técnica donde se pulsan las cuerdas), las percusiones estallan en todo su esplendor, los vientos penetran, el piano juguetea y el arpa accede por momentos de una forma delicada. Todo eso hizo que el público salga tocado de alguna u otra manera.
El último movimiento es el más delirante -para bien- de todos y es el que imprime las ideas claras de Daniel. Él deja percibir de forma muy literal su intención de movilizar, conmocionar y lo consigue, ya que canaliza esa forma de ser que transmitió antes en escena al hablar y contar sobre su obra. Pareciera un niño explorador que descubrió un tesoro y lo compartió con todos.
Así se dio esta conjunción de amores, de pasiones desatadas desde diferentes universos. Desde el piano bellísimo de Chiara, de la dirección sinigual de Eleanor y el tejido brillante de sonidos de Daniel. Todo eso sumado a las claras intenciones de la OSCA de mostrarse a pleno y afirmar su vigor, hicieron de esta noche una carta de amor que uno guarda para siempre.