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Toda la idea de este concierto partió del fallecido embajador Miguel Ángel Solano López. Antes de partir a la eternidad el 26 de mayo de 2021, el diplomático había dejado escrita una presentación para el programa. Allí afirmaba que no quería un concierto “de piezas fáciles”, sino “un programa difícil que eleve” el nivel de rendimiento de los músicos.
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En ese sentido eligió dos piezas importantes como la Sinfonía N° 3 en Do Menor, Op. 78, de Camille Saint-Saëns del año 1886, y el Concierto para órgano, cuerdas y timbales, de Francis Poulenc, de 1939, ambos franceses. A estas obras se sumó el Adagio para cuerdas, de Samuel Barber, con arreglo para órgano de William R. Strickland.
Fue un programa pensado antes de la pandemia, por lo que Solano López, al ver que las obras requerían un virtuoso del órgano, invitaría a un organista europeo, algo que no pudo pasar por el cierre de fronteras.
En enero de 2021 -sigue contando en su escrito- se encuentra con Aguayo y Santacruz, quienes recibieron las partituras y las estudiaron. Ellos le confirmaron de que podrían llevar adelante el programa.
“Esta noche escucharán el fruto de su trabajo, con el valor agregado de que este trabajo es netamente paraguayo”, afirmaba en el texto que se entregó con el programa de mano la noche del miércoles. Así, dos años después el sueño del embajador se cumplía.
Ese mensaje quedó fresco y resonando, muy evidentemente, en los músicos que tomaron a las obras con un compromiso intachable, honrando el desafío y el apoyo de una persona que pedía esta clase de conciertos para nuestra sociedad; conciertos que inviten ya sea a pensar, a conmoverse o a encontrarse con uno mismo en la música.
En el recinto sagrado todo eso se cumplió y la gente, que también desafiando al frío, se dio cita y colmó los asientos de la catedral, agradeció por la noche de sueños cumplidos. Personas de todas las edades disfrutaron y se dejaron transportar invitadas por el sonido celestial del órgano de tubos y por la pulcritud y fuerza de la orquesta que se hizo una con las obras que reverberaron por las características del edificio.
Entre la intensidad de la majestuosa obra de Poulenc, en donde los timbales y el órgano protagonizan una hermosa conversación y se abrazan con intensidad; lo sublime del adagio de Barber, que cobra brillante vida con el arreglo de Strickland, y la Sinfonía Nº 3 de Saint-Saëns, brillante y virtuosa, la gente quedó visiblemente emocionada.
El concierto finalizó y una ovación de pie fue instantánea, entre sonrisas de gratitud y abrazos para volver a casa con el corazón lleno de música, ese alimento que enriquece sueños.
*Fotografía a Miguel Ángel Santacruz: Gentileza Arzobispado de Asunción.