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En plena oscuridad, entre la emoción, la ansiedad y un leve barullo, resuenan por los parlantes unos audios de WhatsApp. Una voz femenina explicando a su “querido primo” algo peculiar: cómo la naturaleza inventó el amor. Eran unos audios que la astrofísica Alejandra Melfo envió a Jorge Drexler.
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Ella le detalló cómo durante millones de años las células se movían por su cuenta y se reproducían solas. Hasta que hace 1.600 millones de años hubo un par que se mezcló para crear una tercer célula. Eso fue en la era del Mesoproterozoico que menciona el tema “El plan maestro” (donde colabora Rubén Blades), coescrito con ella, punto de partida del nuevo disco “Tinta y Tiempo” y así del concierto que celebró este miércoles ante 3.000 personas.
La travesía comenzó con la celebración a aquella “célula visionaria” que inventó el amor y el sexo, para que en esa línea de gratitud por los vínculos que vamos generando en la vida llegó otro tema del nuevo trabajo: “Corazón impar”, que dio lugar enseguida a la gracia y capacidad de improvisación del uruguayo, quien atorado con una pelusa empezó a contar cantando ese inconveniente, para pedir perdón y empezar de nuevo con la canción, mientras la gente también sumaba percusión con los pies.
Todo sucedía en una gran “hoja en blanco” que fungía de pretexto y escenario al mismo tiempo, para que esta pieza se llene de colores que a su vez nos transmitían las emociones de cada canción, apelando al minimalismo, todo eso diseñado por Carlos Marquerie y Patricia Ruiz, y ejecutado por Andrés Conesa.
Así, Jorge Drexler llenó esa hoja en blanco con una banda sonoramente exacta y furiosamente encendida: el director musical y guía del ritmo Javier Calequi en la guitarra eléctrica, el enérgico Borja Barrueta en batería y percusiones, el creativo Carles “Campi” Campón (gran responsable de este nuevo disco y otros) en programaciones, samples y bajo, y las angeladas y poderosas voces de Miryam Latrece, Alana Sinkëy y Meritxell Neddermann (también en teclados).
Volviendo en el tiempo llegó la ya clásica “Me haces bien”, acompañada a coro por la gente que de igual forma demostró conocer también los nuevos temas. Pero en esa misma línea del recuerdo, y al calzarse una guitarra, Drexler entregó “Eco” arropado en la colorida voz de la portuguesa-española Sinkëy.
“Bendito desconcierto”, que en el disco cuenta con la voz del uruguayo Martín Buscaglia, fue aquí compartida con la sutileza del argentino Calequi, quien eleva la riqueza musical de esta propuesta con su presencia.
El escenario quedó en penumbras para dejar en intimidad a Jorge y el público. Bañado por una tenue luz que variaba en azules hizo “Inoportuna”, mientras que en un pasaje de este Neddermann, gran música española, sacó a volar su talento por los aires en un gran, virtuoso y “groovero” solo de teclado.
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Celebrando con gratitud
En un gran salto en el tiempo hacia atrás Drexler, que afirmó no tener en cuenta las efemérides, recordó que está cumpliendo 30 años de carrera con la música. Por ello entregó “Era de amar”, incluido en su primer disco “La luz que sabe robar” de 1992. Y para sorpresa, como si ya las emociones no fueran suficientes, homenajeó al gran Gustavo Cerati al introducir aquí el verso “Cruza el amor por el puente”, de la canción “Puente”, prestando así su voz para recordar lo vivo que sigue en su arte.
En otro pasaje punzante e impactante, elevó su oda a lo aleatorio con el nuevo tema “¡Oh, algoritmo!”, acompañado en exactos movimientos por la guitarra de Javier. El verde iluminó el recinto y una forma circular coronó el centro del escenario, casi como un guiño a esa plataforma de logo verde que hoy día domina el “random”. En esta canción, en el disco cuenta con la cantante y compositora israelí Noga Erez quien entrega unas líneas en inglés. Drexler suplió esa presencia con gracia y solvencia, demostrando sus nuevas cualidades de rapero.
Después llegó el desagarrador pedido de “Asilo”, grabada con Mon Laferte pero aquí presentada por la encantadora y candente voz de la española Latrece. Como un espiral sus plegarias se unieron y tocaron a la gente que agradecía constantemente con aplausos igual de cálidos.
La canción que nombra al disco sonó seguidamente con toda la banda a pleno, en ese ritual en el que Drexler afirmaba haber perdido la inspiración para pedir “Tinta y Tiempo”. En la línea de sacarle provecho a los recursos electrónicos, volvió a estar frente a frente a Meritxell, quien proveyó su talento para comandar el vocoder y dotar efectos a la voz de Jorge que se triplicó en diferentes tonos para “El día que estrenaste al mundo”, un tributo a sus hijos y a los recuerdos captados en fotografías.
Su amor por Paraguay fue una vez más protagonista al regalarnos su “Milonga paraguaya”, en la que le canta a la “prima lejana de Mangoré”. No perdió oportunidad para hablarnos de que es su compositor favorito y de cuánto admira la valentía de Agustín Barrios, quien fue como un “outsider” en nuestro país, quien fue perseguido y criticado por defender una música nueva y diferente.
Tiró la moneda al aire para que “Sea” dicte que pase lo que tenga que pasar, mientras el público hacía de coro y muy afinado. “Duermevela”, una canción para su madre Lucero, elevó los sentimientos, la nostalgia como también la gratitud, luego de explicar que la presencia de su mamá le daba de niño la seguridad para entregarse al estado de somnolencia.
Como sabiendo ser dueño de nuestras emociones, de ese estado de excesivo cariño maternal, nos hizo dar un salto con “Movimiento”, obra en donde le canta a los movimientos migratorios de la historia de la humanidad. Así, mientras la gente movía sus pies, brazos, caderas o cabezas, asistía a una clase de ciencias sociales.
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Clamor democrático
En ese contexto de sucesos históricos afirmó Drexler “lo importante que es recordar la oscuridad de esos momentos” al hablar de la dictadura uruguaya que canta en “Aquellos tiempos”. Empatizó con nuestro país diciendo que nos entiende porque, lastimosamente, sabemos de dictadura, mientras en el fondo un grupo exclamaba “¡Dictadura nunca más!”.
La sensual y fogosa “Tocarte”, que compuso y cantó con C. Tangana para el álbum, marcaba ya casi el final. Con el público explotando efervescente regaló su canto a las telecomunicaciones con “Telefonía” para luego pedir “Silencio”, que fue difícil lograr ante el delirio de la gente.
Así se cumplió la primera “despedida”. La gente no cesó de aplaudir, haciendo que las palmas retumben por todo el SND Arena, haciendo que el grupo vuelva. Gracias a que alguien del público le tiró una bandera con la letra de “Polvo de estrellas”, reemplazó esta canción que no estaba prevista en el setlist (que marcaba “La guerrilla de la concordia” para ese momento).
Agradeciendo a todo el personal de blanco y a todos los que trabajaron durante la pandemia para proveernos de cuidados y alimentos, dedicó “Cinturón blanco”. En ese clima festivo y entre el deseo de que no acabe el concierto, el baile se extendió con “La luna de Rasquí” para acabar en el himno del cambio “Todo se transforma”.
Nueva despedida, pero la gente seguía firme en sus lugares y firme en sus gritos y aplausos. La multitud rugió cuando todos volvieron para, ahora sí, hacer el tema que cerraría una noche celebratoria: “Amor al arte”.
“La pandemia nos dio una lección: que no estamos por encima de la naturaleza”, dijo Jorge en este cierre, para recordarnos el “tesoro” que es nuestro Acuífero Guaraní y que tenemos “un ecosistema con una biodiversidad monumental”. “Es lo mejor que podemos dejar para las generaciones que vienen”, exclamó, mientras abrazado con sus músicos nos invitaba a hacer las cosas por amor al arte, pero sin confundir el precio con el valor, en una noche en la que nos presentó sus nuevas fotos musicales, “recuerdos” de la pandemia, y que sirvieron de asilo en el punto ciego de la pena.