“En este proyecto mezclamos la arquitectura y la música. Aquí vemos una escultura que es mucho más grande que un órgano, el instrumento más grande que existe y puede llegar a medir 10 metros, mientras que éste llega a 45 metros”, comenta a Efe su creador, el compositor suizo Beat Gysin.
Detrás del músico (aprendió percusión y piano de niño) se alza una instalación que se asemeja mucho a un bolígrafo gigante y cuyo ciclo de vida acaba esta semana, después de haber sido instalado en 2019 en el Museo de Bellas Artes de Basilea y - tras una larga pausa debido a la pandemia- en la Catedral de Zúrich el pasado junio.
El proyecto se denomina "Rohrwerk”, la unión de dos palabras que en alemán quieren decir tubo (rohr) y ensamblaje (werk), "y lo vemos como una fábrica sonora, pero también como un escenario y una escultura temporal dentro de la cual hay instrumentos”, explica Gysin.
De allí el carácter efímero del nuevo instrumento, que dentro de poco será desmontado definitivamente y que consiste en un inmenso tubo central dentro del cual cuelgan tubos más pequeños en círculo y que descienden en forma de escalera de caracol, al lado de los cuales también hay campanas, trombones, flautas, trompetas y elementos electrónicos.
Con esa configuración se logran dos resultados muy distintos: el primero una serie de reverberaciones o ecos producidos gracias a un altavoz colocado en la parte de abajo del tubo y que empuja el aire comprimido dentro de éste hacia arriba, donde hay un micro que devuelve el sonido hacia abajo, produciendo un incesante movimiento de idea y vuelta.
El segundo resultado es algo más tradicional porque participan músicos que, más que "tocar", sacan sonidos que corresponden a seis composiciones creadas especialmente para esta instalación musical y para ello utilizan los instrumentos que están suspendidos en el tubo gigante, que en el extremo superior cuelga de una grúa.
El resultado es cuanto menos sorprendente y cualquier novato en música contemporánea podría dudar seriamente de que esto pueda considerarse música, un cuestionamiento que no es nuevo y que ha desafiado durante siglos tanto a teóricos, como a profesionales de este arte.
Basta recordar la definición de que la música no es más que sonidos organizados, señala en conversación con Efe el compositor suizo Nicolas Buzzi, quien -con el colombiano Germán Toro Pérez- compuso una pieza titulada “Umlaute” para este pabellón sonoro.
Sobre cómo nació su proyecto, Gysin hace una analogía con su segunda formación, la de químico, y explica que así como una molécula es el punto de partida para la química, en esta propuesta sonora lo ha sido el tubo.
“Para los arquitectos el tubo es una escultura y para los compositores es el inicio de un instrumento”, comenta, tras recordar que en esta obra colaboraron dos arquitectos y un escenógrafo.
Convencido de lo innovador del proyecto, el secretario general de la Sociedad de Música Contemporánea de Lausana, Jean-Michel Pittet, explica a Efe que los compositores están influenciados por su contexto, por las problemáticas actuales y los cuestionamientos que generan, y lo reflejan en su obra.
No duda en afirmar que de todos los públicos, los niños son los que resultan más interesados por proyectos como el Rohrwerk, ya que sus oídos están menos condicionados y reaccionan con mayor naturalidad a los sonidos.
Para los adultos el enfoque es diferente y depende de sus experiencias e intereses, como se ha podido constatar a través de las reacciones producidas por el Rohrwerk en sus tres puestas en escena.
Mientras en el museo en el que se presentaba el público de inmediato establecía una relación entre este instrumento y el arte, en la Catedral de Zúrich las reacciones fueron más de carácter espiritual.
En el EPFL, un centro de excelencia científica, los estudiantes desean entender cómo funciona el Rorhwerk y las reglas de la física que están detrás de este proyecto, con el que esta semana se hacen dos representaciones diarias gratuitas en su campus, antes de proceder a su desmontaje final.