Los cuentos de Casaccia, un compendio de gran literatura

Gabriel Casaccia es considerado por los críticos el más grande novelista paraguayo junto con Augusto Roa Bastos. El fue el precursor de la madurez en la narrativa de nuestro país. Pero además de sus novelas, sus cuentos fueron verdaderas obras maestras en el género.

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Una demostración de esto tendrán nuestros lectores este domingo cuando aparezca con el ejemplar de nuestro diario, el libro "El guajhú y otros cuentos", un verdadero compendio de gran literatura.

Este será el quinto volumen de la Biblioteca Popular de Autores Paraguayos, publicada por la Editorial El Lector y ABC Color. Los cuatro anteriores fueron: "Cuentos completos", de Rafael Barret; "La quema de Judas", de Mario Halley Mora; "Angola y otros cuentos", de Helio Vera, y "Función patronal", de Alcibiades González Delvalle.

El propio director general de El Lector, Pablo León Burián, corrió con las gestiones para conseguir los derechos de publicación del libro de Casaccia que saldrá el próximo domingo. El contrato correspondiente fue signado con Alejandro, hijo del gran escritor compatriota, quien vive actualmente en Buenos Aires.

Gabriel Casaccia, nombre literario de Benigno Gabriel Casaccia Bibolini, nació en Asunción el 20 de abril de 1907 y falleció en Buenos Aires el 24 de noviembre de 1980. Entre Asunción, Buenos Aires y Posadas realizó sus estudios secundarios entre 1919 y 1926. Luego se inscribió en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, de donde egresó como abogado. En 1933, como auditor de guerra, estuvo en el Chaco durante seis meses. En 1935 emigró a Posadas, Argentina, y en 1952 se instaló en Buenos Aires, donde vivió hasta su fallecimiento.


SIETE CUENTOS

Siete son los relatos de Gabriel Casaccia elegidos por Francisco Pérez-Maricevich para integrar el libro "El guajhú y otros cuentos". Algunos pertenecen a la primera edición de "El guajhú" (Buenos Aires, 1938) y otros a "El pozo" (Buenos Aires, 1947).

Tales cuentos son: "El guajhú", "El viático", "La calesita de Ferreyra", "El Mayor", "El tropiezo de Felipa", "El novio de Micaela" y "El hombre de las tres A".

De acuerdo con el análisis de Francisco Pérez Maricevich, el año de 1938 marca la contemporaneidad narrativa del Paraguay respecto a la coetánea latinoamericana.
Con la publicación de "El guajhú", en ese año sigue el analista, Casaccia introdujo un repertorio inusual en el tratamiento técnico de la materia narrativa, dotándola de profundidad. Instruido por el sicoanálisis freudiano, Casaccia se impuso la ardua tarea de liberar de adherencias adventicias la imagen humana dominante en la literatura y el imaginario paraguayos.
Y lo realizó enfocando la experiencia paraguaya en la profundidad de la conciencia, así sea esta fronteriza de la magia y el mito, o de los prejuicios y traumas socialmente inducidos.

"El guajhú" y "El pozo", además de unos pocos cuentos aislados, incorporaron en la construcción del mundo que define y, al mismo tiempo, es definido por el personaje, la visión en profundidad, eso es, crítica, de la aventura humana.
Por ello concluye Francisco Pérez-Maricevich, estos cuentos trascienden la anécdota local, su enclave regionalista, para alcanzar valores y significación universales.

El propio Gabriel Casaccia ha reconocido en su obra la influencia de grandes escritores universales, tales como Fiódor Dostoievsky y Marcel Proust. También influyeron en él las teorías del español José Ortega y Gasset sobre la novela contemporánea.

Por otra parte, el gran escritor paraguayo, uno de los dos pilares sobre los que se asienta la literatura paraguaya a los ojos del mundo (el otro es Roa Bastos), ha logrado varios premios internacionales en su carrera.

En 1963 le otorgaron el Premio Kraft, en Buenos Aires, por su novela "La llaga". En 1966 obtuvo el Premio Primera Plana Editorial Sudamericana, por su novela "Los exiliados", mientras que "Los herederos" y "Los Huertas" fueron finalistas en otros concursos.
Refiriéndose a la obra de Casaccia, la escritora paraguaya Sara Karlik señala que "el autor no escatima detalle o alcance asertivo para delinear lo que podría denominarse como puntillismo narrativo, el factor que mueve el interior de sus personajes con la intensidad de sus descripciones, pintándolos con colores que destacan y los identifican hasta crear los tipos necesarios para que produzcan en el lector la total identificación de ellos, alimentando la fantasía del lector e incorporándolo al mismo tiempo como personaje clave".
"Consigue así el autor, expresa Karlik, que la imagen, la letra y los significados se fundan. Su realidad se vuelve la del lector".
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