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Es una idea abstracta que se roba el cuerpo de un hombre de sesenta centímetros de alto que está en una pintura y un viaje extraño a un mundo subterráneo poblado por espeluznantes Metáforas Dobles. El autor incluso señala en algún momento “varias cosas no tenían sentido”.
Pero se trata de Murakami, cuya ficción popular siempre juega con los límites entre lo real y lo surreal, lo mundano y lo fantástico, la vida típica y sucesos atípicos. Es difícil describir La muerte del comendador, pues es demasiado expansiva y compleja, pero presenta varios de los temas ya conocidos en otras novelas de Murakami: el misterio del amor romántico, el peso de la historia, la trascendencia del arte y la búsqueda de algo que nos elude pero que parece estar al alcance.
Las obras de Murakami han sido traducidas en cincuenta idiomas; además de novelas, escribe cuentos cortos y novela sin ficción, además de que él mismo traduce libros del inglés al japonés. Durante una reciente visita a Nueva York, Murakami, de 69 años, se sentó conmigo para una entrevista después de haber salido a correr por Central Park (se sabe bien que le encanta salir a correr). Mientras tomaba un café de Starbcucks, habló sobre los misterios del proceso creativo, su amor por planchar ropa y cómo su adherencia estricta a una programación diaria para escribir lo ayuda a liberar su imaginación. A continuación, extractos de la conversación.
–¿De dónde surgió la idea para La muerte del comendador?
–No sé; la he de haber recogido de algún lugar en mi mente. De repente quise escribir el primero o primeros párrafos y no tenía idea de qué sucedería después. Lo puse en un cajón en mi escritorio y después fue cosa de esperar.
–Entonces, ¿cómo se dio el resto del libro?
–Un día tuve la idea de que quizá podía escribirlo y entonces empecé y seguí haciéndolo. Hay que esperar para el momento correcto y sin duda llegará. Debes tener confianza en que las ideas fluirán y yo tengo confianza porque ya llevo escribiendo cuarenta años y sé cómo hacerlo.
–¿El proceso de escribir te parece fácil?
–Cuando no escribo mis propias obras, me dedico a traducir, algo que es muy bueno mientras espero: sí estoy escribiendo pero no es mi propia novela. De esa manera es casi como un entrenamiento o labor manual. Además salgo a correr y escucho música; también hago los quehaceres familiares, como planchar la ropa. Me gusta planchar. No es como que mi mente esté turbia cuando escribo; en realidad es divertido.
–¿Lees las reseñas de tus obras?
–No las leo. Muchos escritores dicen eso y es mentira, pero no estoy mintiendo. Mi esposa lee todas y cada una, aunque solo lee en voz alta las que son malas. Dice que tengo que aceptar esas malas reseñas. Pero las buenas, olvídalo.
–Tus libros tienen muchos elementos surreales y fantásticos. ¿Hasta qué punto tu vida es así?
–Soy una persona realista, una persona práctica, pero cuando escribo ficción me dirijo a las partes raras y secretas de mí mismo. Lo que hago es una autoexploración dentro de mí. Si cierras los ojos y te sumerges hacia ti mismo puedes ver un mundo distinto. Es como explorar el cosmos, excepto que es el tuyo; viajas a otro lugar donde hay peligros y miedo, es muy importante saber cómo regresar.
–Parece que es difícil para ti hablar mucho de los significados detrás de tus obras.
–La gente siempre me pregunta sobre los libros: “¿Qué quieres decir con esto, qué quieres decir con aquello?”. Pero no puedo explicarlo para nada. Hablo de mí mismo y hablo del mundo, de manera metafórica, y no es posible explicar o analizar las metáforas; hay que aceptar esa forma. Un libro es una metáfora.
–Has dicho que La muerte del comendador es un homenaje a El gran Gatsby, novela que justamente tradujiste al japonés hace unos diez años. Gatsby usualmente es pensada como una tragedia sobre los límites del llamado sueño americano. ¿Cómo se relaciona a tu nuevo libro?
–El gran Gatsby es mi libro favorito. Lo leí a los 17 o 18 años, saliendo del colegio, y me impresionó la historia porque es un libro sobre un sueño y sobre cómo la gente se comporta cuando ese sueño es interrumpido. Es un tema de mucha importancia para mí. No lo veo necesariamente como un sueño americano, sino como el sueño de un joven, un sueño en general.
–¿Sobre qué sueñas?
–No lo hago; quizá solo una o dos veces al mes. O tal vez sueño más pero no recuerdo qué soñé. Pero no tengo que soñar, porque puedo escribir.