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Me encantaría que en clases se lea más la novela de Octavia E. Butler, La parábola del sembrador. Es una novela distópica brillante y de una riqueza inmensa que va bien con 1984 y El cuento de la criada; también es una exploración fantástica de la manera en la cual las crisis pueden fomentar movimientos religiosos e ideológicos nuevos.
— John Green, autor de Bajo la misma estrella y Mil veces hasta siempre.
La Biblia, sobre todo las traducciones más antiguas (disfruto especialmente la versión del rey Jacobo). Ya no soy religiosa, pero creo que es verdaderamente una tragedia que no haya más personas que estudien la Biblia, porque tiene todo como obra de literatura: poesía, filosofía, narración, mitos, ficciones, acertijos, fábulas, parábolas y alegorías. Sus oraciones son provocadoras pero también desconocidas; se resisten a que haya una sola interpretación. No ceden a nuestro entendimiento.
Creo que hay mucho valor en leer un texto que no queda fácilmente expuesto y que mantiene escondidos algunos de sus secretos. Lo que se aprende es una herramienta clave: la paciencia para leer textos que aún no comprendes.
— Tara Westover, historiadora y autora de Educated: A Memoir
Me encantaron tantas de las novelas y obras que leí en el bachillerato —desde La canción de Salomón hasta Hamlet—, pero siempre sentí que hacía falta poesía. Por años me sorprendía o desconfiaba cuando aparecía un poema en mi asignatura porque pensaba que todos los poemas son viejos y confusos y aburridos. Hasta que el verano antes de empezar la universidad leí Good Woman: Poems and a Memoir de Lucille Clifton. Era la primera colección de poesía que devoré por completo y despertó un amor por un medio que con frecuencia no se enseña bien o se evita.
Si pudiera diseñar mi propio plan de estudios incluiría estas colecciones: Good Woman; Looks, de Solmaz Sharif, y The Virginia State Colony for Epileptics and Feebleminded de Molly McCully Brown. Todos son hermosos y extienden una invitación para ver el mundo de otra manera.
— Yaa Gyasi, autora de Volver a casa
En vez de que los estudiantes tengan que leer Rebelión en la granja o 1984, las obras típicas de George Orwell, les ofrecería su colección de ensayos, sobre todo “Tales eran las alegrías”, “Charles Dickens”, “Matar un elefante”, “Por qué escribo” y “La política y el idioma inglés”.
Con eso recibirán, directo al flujo sanguíneo, un antídoto a la locura del régimen político actual pero también a los “no puedo” por corrección política y las “pequeñas ortodoxias malolientes” de muchos profesores universitarios.
— Thomas Mallon, autor de Finale: A Novel of the Reagan Years
Les pediría leer La epopeya de Gilgamesh (también conocido como Poema de Gilgamesh). Es de las obras más viejas de la civilización occidental que aún sobreviven; data de antes de que la literatura fuera literatura. Es a lo que siempre recurro, cada vez que la vida o una pérdida me dan un golpe (algo que sucede con frecuencia). De manera sorprendente y también deprimente (¿cuándo aprenderemos?), Gilgamesh trata todos los temas que vivimos hoy en día: un mal líder que se convierte en uno tolerante (ojalá esto suceda), la degradación medioambiental, las clases y las razas —dígase, a quién puede llamársele humano—, la lujuria y el amor, la pérdida y la muerte. El lenguaje que usa es de conjuros y evocador; en los límites de una canción y el silencio.
Los adolescentes están en la edad perfecta para su poesía: su intensidad y ritmo hormonal, así como su poderío para dejar las pretensiones y buscar el trasfondo, se mezclan bien con ese periodo de la vida. Qué lástima que es justo en el bachillerato que tantos jóvenes se desenamoran del género poético. Así que promovámoslo en cuanto podamos. Diablos, hasta pueden hacerlo con un montaje en su clase de teatro gracias a Gilgamesh: una obra en verso de Yusef Komunyakaa.
— Julia Álvarez, autora de En el tiempo de las mariposas y De cómo las muchachas García perdieron el acento.
Hace dos años mi respuesta hubiera sido otra, pero ahora les pediría que lean la obra electrizante de Stanley Milgram Obediencia a la autoridad. En momentos en que una población sorpresivamente dócil está bajo el poder del discurso engañoso de un seudocaudillo, ese estudio sobre lo maleable que es nuestra moral se vuelve particularmente urgente.
El señor de las moscas, que sí tiende a ser lectura escolar obligada, analiza lo fácil que es que un niño se vuelva un salvaje, pero Obediencia a la autoridad deja claro lo fácil que es para un adulto abdicar de sus responsabilidades y arroja luz sobre el horror resultante cuando hacemos con placidez todo lo que nos dicen que hagamos.
— Andrew Solomon, autor de El demonio de la depresión: Un atlas de la enfermedad
Los estudiantes con frecuencia llegan a la universidad ya pensando que la economía es una ciencia que no pueden dominar. Lo que es peor, algunos aún piensan eso cuando se gradúan de la universidad. Los filósofos terrenales de Robert Heilbroner prevendría ese error. Es un estudio serio pero accesible de Adam Smith, Karl Marx, John Maynard Keynes y otros; también presenta a la economía como “la ciencia que ha puesto a los hombres en barricadas” donde se pelea cómo deben convivir los humanos. El libro es un importante recurso para un momento en el que a los jóvenes les queda particularmente claro que esas peleas no han terminado, cuando los estudiantes aún batallan con la economía política, ya sea una cleptocracia al estilo Trump o el libertatismo o el socialismo democrático.
— Jedediah Purdy, autor de Después de la naturaleza: Una política para el antropoceno
Me encantaría ver en la lista El sol también es una estrella de Nicola Yoon. El libro trata la migración, el aislamiento y la familia; todo empaquetado como parte de una historia de amor. Como migrante, hubiera sido todo y más leer en esa edad sobre estos personajes que viven y sobrellevan luchas tan parecidas a las mías.
— Sabaa Tahir, autora de Una llama entre cenizas
La otra historia de Estados Unidos (también conocida como Una historia popular del imperio americano), de Howard Zinn. La historia de Estados Unidos siempre ha sido enseñada en ese país a partir de la perspectiva de los colonizadores, pero este libro pretende presentar las historias no contadas de las víctimas de esa colonización; es la historia de los oprimidos. Y les adelanto: los colonizadores no son para nada los héroes de esta historia.
— Elaine Welteroch, periodista y exeditora jefa de la revista Teen Vogue