Este “Diccionario ilustrado etílico cultural de alcoholes y alcohólicos selectos y notables” reúne también, además de sobre escritores, pintores, músicos, filósofos y políticos, entradas sobre recetas de cócteles, de bebidas, personajes, geografías y hasta órdenes religiosas que Carlos Janín ha ido recogiendo a lo largo de su vida y sus lecturas.
Editado por Reino de Cordelia, el diccionario lo conforman medio millar de entradas, un millar de ilustraciones, algo más de quinientas páginas y una bibliografía que también supera el medio millar de títulos, pero son unas cifras que no abruman en absoluto en una edición a dos tintas y a doble columna por página, que no solo le otorgan a la obra un aire académico sino que suponen un acicate para su consulta y lectura.
“Es un diccionario caótico y desmesurado en el que el único orden es el alfabético, que es un orden artificial; lo he hecho como se hacen las colecciones de sellos, encuentro cosas y las voy poniendo en una página”, dice el autor con humor.
Y sin olvidar una advertencia: "El uso del alcohol tiene una parte festiva y jocosa pero su abuso puede llevar también a la destrucción o a una muerte precoz".
Como sucede a muchos de los “excelentísimos” reseñados en este diccionario en el que, como apunta su autor, sobresale una época, el siglo XIX, como la cumbre del alcoholismo, sobre todo en la denominada “belle epoque”, en la que, para reconocerse como artista, era frecuente adjudicarse el papel de bohemio y bebedor.
Janín señala entre sus "ilustres" preferidos al escritor estadounidense Edgar Allan Poe y al "divertidísimo" autor francés Alfred Jarry, de los que afirma que "no son borrachos por vicio sino artistas de la borrachera", además del pintor francés Toulouse-Lautrec, del que recuerda que incluso concibió "espectáculos borrachiles".
“Son muchos los que hicieron de la borrachera una obra de arte; por ejemplo Malcolm Lowry hizo que toda su obra girara en torno al alcohol, podría decirse que sus páginas destilan alcohol; su vida fue beber y beber y su obra parece puro alcohol”, destaca el autor al recordar el tremendo final de otros artistas como el escritor francés Guy de Maupassant, quien terminó sus días encerrado en una celda, asediado por la locura, víctima del alcohol y la sífilis.
Otros autores, como el británico Anthony Burgess, que no sucumbieron al vicio, han sido reseñados sin embargo por la calidad etílica que fueron capaces de imprimir a sus personajes.
El autor, que ha incluido en su diccionario la receta de un cóctel de su propia invención que lleva el nombre del poeta francés Apollinaire, duda, otra vez con humor, de que su diccionario pueda leerse sin tener una copa en la otra mano, si bien asegura que sus amigos abstemios han sido los primeros que se han interesado en leerlo.