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La noticia cae como un chorro de agua helada: el escritor español Javier Marías (Madrid, 1951) ha fallecido hoy, 11 de septiembre del 2022.
Marías muere con medio siglo como narrador a sus espaldas, desde su primer libro, Los dominios del lobo, un relato de aventuras escrito a los 17 años y publicado en 1971. Pasó a la primera fila de la literatura en España en 1986 al ganar el Herralde de Novela con El hombre sentimental, y su triunfo se confirmó con el inesperado éxito de crítica y de ventas de Todas las almas. Pero su consolidación en la escena literaria internacional llegó en 1992 con la novela Corazón tan blanco.
Javier Marías, periodista de opinión
Una veta popular de Marías fueron sus artículos periodísticos. Desde 1996 colaboró en diversos medios de prensa, y mantuvo hasta hoy una columna semanal, La Zona Fantasma, en el diario El País. Esto lo volvió una presencia polémica, siempre crítica, en los debates públicos.
Frecuentemente impopulares, sus opiniones tenían un raro espesor. Por ejemplo, al relacionar la indistinción entre verdad y mentira con la pacotilla artística: “En la época en que más medios hay para contrastar y verificar las informaciones, mayor es la indistinción entre lo verdadero y lo falso, confundidos en una especie de magma”, escribía en Cuando ya no se distinguen (El País, julio del 2009); una época, la nuestra, en la cual “hasta los novelistas (bueno, los demagógicos) ‘permiten’ que los lectores ‘intervengan’ en la trama y ‘decidan’ el final, negando así la esencia misma de las ficciones”.
Hay que apuntar aquí que con las opiniones de Marías se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo, pero no aportó solo opiniones, sino que mostró la dignidad intelectual del debate con argumentos y razonamientos en una sociedad muy poco amiga de ello. Por eso, el periodismo debe sumarse a la literatura en el luto por la pérdida de una voz que hará falta en ambos campos.
Julián Marías y Javier Marías: filosofía y “pensamiento literario”
Es que el “tema de la verdad” fue, según el propio Marías –que así lo dejó escrito en Literatura y fantasma (Madrid, Alfaguara, 2001)– el asunto central de sus historias. Tema que desarrolló, pero no con la sistematicidad propia de la disciplina a la que se dedicó su padre, el famoso filósofo vallisoletano Julián Marías, sino valiéndose, en cambio, de su “pensamiento literario”, como él lo llamaba.
En Corazón tan blanco, las tendencias introspectivas de Juan, el protagonista, crean la distancia propicia a todas las rarezas de la reflexión filosófica, algo en lo cual parece inevitable sospechar la influencia paterna. Así, al recién casado Juan le causan malestar los cambios que conlleva el matrimonio, cuya “principal manifestación visible es la artificiosa preparación de una casa común, una casa que no existía para uno ni para otro, sino que debe ser inaugurada por los dos, artificiosamente”. Esa casa es “la prueba de que en realidad, al contraerse, los dos contrayentes están exigiéndose una mutua abolición o aniquilamiento, la abolición de aquel que cada uno era”.
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Javier Marías, traductor
Al margen de su obra de narrador –docena y media de novelas y tres volúmenes de cuentos, en los que plasmó su “pensamiento literario”, expresión utilizada por él en “Contar el misterio” (El hombre que parecía no querer nada, Madrid, Espasa Calpe, 1996)–, así como de sus ensayos y de sus columnas periodísticas, Marías fue también un reconocido traductor. En esta faceta, además de ser escritor de sus propias obras, acercó al público hispanohablante obras de otros escritores. Notablemente, Marías tradujo en 1978 al castellano, para Alfaguara, La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy y Los sermones de Mr. Yorick, de Laurence Sterne, un trabajo que le valió el Premio Nacional de Traducción en 1979.
Javier Marías, el final: “Los que no regresan”
Las frecuentes críticas de Javier Marías en la prensa a la hipocresía, los populismos, el mal gusto, la descortesía, el uso pobre, deficiente o perverso del lenguaje, etcétera, le atrajeron el rechazo de muchos sectores progresistas, que lo tildaron de intolerante, cuando no de “momia” o “señoro”. Marías recibía esos calificativos con la más absoluta indiferencia. O, mejor dicho, no acusaba recibo.
Pero si Marías fue poco grato a muchos sectores de la sociedad actual, tampoco él, por su parte, era dado a reconocer el altruismo del que tales sectores suelen hacer alarde. Siempre desde su “tema central”, puso por encima de ellos al egoísta convicto y confeso: “Es una de las pocas y agradables figuras –escribió en Pasiones pasadas (Madrid, Alfaguara, 1999)– que, por suerte, no intenta convertir ni salvar a nadie. Y es por ello, en última instancia, el único capaz de ver la verdad”.
Su última novela –la décimosexta–, Thomas Nevinson, apareció en marzo del 2021, publicada por Alfaguara. “A veces pienso que nuestras enteras vidas no son sino el largo y aplazado anhelo de volver a ser indetectables como cuando no habíamos nacido”, escribió Javier Marías en esas páginas. Pero no somos capaces de cumplir ese anhelo, prosigue en el mismo párrafo. Solo se atreven a hacerlo “los espíritus muy valientes y fuertes, casi inhumanos: los que se suicidan, los que se retiran y aguardan, los que desaparecen sin despedirse (...). Los que no regresan”.