A punto de cumplir 60 años, el también conocido en su pasaporte británico como John Lydon regresa a la carretera. Quizá por eso -o por hacer caja-, el cabecilla del punk publica sus memorias “sin censura” donde arremete con rabia y gracia contra sus enemigos habituales y otros invitados.
Lydon tiene una difícil historia detrás. Nació en 1956 en Londres, vivió una pobre infancia como un personaje de Charles Dickens -“vengo de la basura”, declara- y saltó a la fama universal por ser el cantante de la banda punk más celebre del universo: Sex Pistols.
Él fue el que, en el 25 aniversario de la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra, allá en el lejano 1977, popularizó el verso “Dios salve a la reina y su régimen fascista”. Y fue detenido, vapuleado, escupido, odiado y, sobre todo, alcanzó la gloria. Genio y figura. En estas memorias se recuerdan algunas brillantes anécdotas de este ególatra incorregible que ya publicó hace más de 20 años su primera autobiografía, titulada Rotten. No Irish, no Blacks, No Dogs (reeditada oportunamente ahora).
En este nuevo volumen, de más de 600 páginas, va más lejos y confiesa que la ira, la rabia, ha sido la energía que ha movido su vida. Para empezar se sitúa en el Londres de la posguerra donde enfermó de meningitis, una monja le bautizó como “el tonto del bote” del colegio y donde asegura que el catolicismo “es letal para los cantantes”. Después llega la chicha. Rotten recuerda la bolsita de heroína que la madre de Sid Vicius -el bajista de los Pistols- regalaba a su hijo por su cumpleaños, patea a la diseñadora Vivienne Westwood o arremete contra su mánager ya fallecido, Malcom McLaren, que recibe como mejor piropo que era “un chulo y un capullo”.
Sin duda, muestra una lengua viperina en estado airado. Pero no es para escandalizarse: John Lydon fue quizá el primer británico que dijo “mierda” en un programa de la BBC y ese “don de lenguas” se destila en toda la biografía. El 'abuelo' del punk reparte cartas y siempre gana. “Beyoncé, Rihanna, Jay-Z son tipo Las Vegas. En realidad, no hay mucho más detrás. Me deja frío. La música en los setenta fue tan emocionante porque había cosas muy distintas, no como ahora”, sentencia en el libro.
Esa actitud perdonavidas se mantiene en toda la historia aunque el desparpajo y el salero al contarlo (con la colaboración del periodista musical de The Telegraph Andrew Perry) hace perdonar el permanente ataque de superego tipo “ cualquier cosa que yo me ponga es punk ” u otras tonterías que aparecen en letra impresa y sin complejos. Bocazas o héroe, Johnny Rotten dedica parte del libro a reivindicar el papel de su grupo PiL en el cambiante mundo de la cultura popular. Es una forma de defender sus cuarenta años de carrera por encima del mito que, de forma bipolar, alimenta en las páginas pares de estas memorias.
Este anecdotario vital -agrio a veces, ameno siempre- es la fotografía de un personaje popular que vive en Los Ángeles y que, de forma airada, arremete contra todo lo que se mueve, respira o emite sonidos guturales. A estas alturas ¿es esto ya escandaloso? Más bien, no. Aunque tampoco es para ponerse serios: es la verborrea de un anti-Cristo -“Anarchy in UK”- con pinta de sinvergüenza que, con su actitud, figura y ganas de vivir, ha cambiado a muchas personas la forma de entender el mundo. Y eso no es poco.