Su primera nominación le llegó con la historia de boxeo “Champion” (1949), aunque la estatuilla fue a parar a Broderick Crawford por “All the King’s Men” en una edición en la que también aspiraban al premio Gregory Peck por “Twelve O’Clock High” y John Wayne por “Sands of Iwo Jima”.
La segunda tentativa fue gracias al implacable análisis de la industria del cine desde su interior en “The Bad and the Beautiful” (1952), aunque el trofeo se lo llevó Gary Cooper por “High Noon” frente a otros nombres como Marlon Brando (“Viva Zapata!”) o Alec Guinness (“The Lavender Hill Mob”).
“Lust for Life” (1956), dando vida al pintor Vincent Van Gogh, tal vez le brindó la más clara ocasión de alzarse con la figura dorada. Sin embargo, Yul Brynner se impuso con “The King and I” en el año que vio una candidatura póstuma para James Dean por “Giant” y una nominación para Laurence Olivier, su futuro compañero de reparto en “Spartacus”, por “Richard III”.
A pesar de esos reveses, Kirk Douglas, con 79 años, recogió orgulloso el Óscar honorífico que le entregó la institución décadas después de que el actor ofreciera sus mejores trabajos. Y lo hizo apenas dos semanas después de haber sufrido una trombosis que le afectó el habla.
“Veo a mis cuatro hijos. Están orgullosos del viejo”, dijo el intérprete del “hoyuelo de oro” desde el escenario del Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles, donde unas filas más abajo Michael Douglas no podía dejar de sonreír y aplaudir.
“Y yo también lo estoy. Orgulloso de ser parte de Hollywood durante 50 años. Pero esto es para mi esposa, Anne. Te quiero. Os quiero a todos y os doy las gracias por estos 50 maravillosos años”, añadió tras recibir el premio de manos de Steven Spielberg.
La Academia indicó entonces que le hacía entrega del Óscar por su trayectoria, por “50 años de fuerza creativa y moral en la comunidad cinematográfica”. Y el propio Spielberg resaltó su labor decisiva para “hacer trizas” la caza de brujas en Hollywood.
De hecho, en su libro “¡Soy Espartaco!”, publicado en 2012, Douglas narraba las dificultades que tuvo que sortear durante el rodaje de aquella mítica producción, cuando el senador Joseph McCarthy atemorizaba a los cineastas estadounidense incluidos en su lista negra de comunistas.
“Esa caza de brujas destruyó vidas y carreras, y yo hice Espartaco con un guionista -Dalton Trumbo- que estaba incluido en la lista negra y que tuvo que esconderse tras un pseudónimo para encontrar trabajo”, explicó Douglas durante el lanzamiento de la obra.
Para Issur Danielovitch Demsky, nombre real de Douglas e hijo de emigrantes ruso-judíos que abandonaron Moscú a comienzos del siglo XX, obtener el Óscar suponía la culminación de un sueño que había dado por perdido mucho tiempo atrás.
Lo pudo haber logrado antes por papeles que rechazó y que dieron la gloria a Lee Marvin’s “Cat Ballou” (1965) y William Holden “Stalag 17” (1953). Douglas admitió su arrepentimiento por haber dejado pasar esas opciones en el libro “Let’s Face It: 90 Years of Living, Loving and Learning”.
Pero supo saborear aquel triunfo personal. Era el éxito de un tipo que sobrevivió a la II Guerra Mundial como combatiente y a un accidente de helicóptero cinco años antes de levantar el premio de la Academia. Él mismo era la prueba de que en Estados Unidos, ese país que le acogió con los brazos abiertos, cualquier persona, “independientemente de su raza, credo o edad”, como dijo en su 90 cumpleaños, puede disponer de una oportunidad para triunfar.
Incluso los que empiezan sin nada, como fue su caso. “He ganado muchos premios en mi vida”, admitió Douglas al diario Los Angeles Times horas antes de recoger su Óscar, “pero estoy particularmente satisfecho de éste. Siempre es genial ser reconocido por tu propia industria. Eso lo hace especialmente significativo”.