El Musa abrió sus puertas el 6 de marzo de 2013 con apenas 300 sillas y el empeño del arquitecto argentino Jorge Jury, quien desde pequeño había sentido interés y afecto por estos objetos que le recordaban la historia de su familia.
“Esta silla es de Barcelona (España), se compró en una casa de antigüedades de Barcelona”, dijo Jury en declaraciones a Efe mientras mostraba un colgante con forma de silla. “Reemplaza a una silla que mi abuela griega trajo de Francia. Años después, buscando cosas, me encontré la sillita”, explicó en alusión a la pequeña joya.
Con ese recuerdo en la memoria, Jury puso en marcha un museo homenaje a un artículo presente desde hace siglos en las casas de todos los rincones del mundo. “La silla es el icono de toda la familia, no hay casa que no tenga una silla. El problema es que esa silla tiene un compromiso con la época, con la economía de la familia, con la economía del diseñador y hasta con el estado del mundo”, señaló el director del Musa rodeado de réplicas de sillas icónicas.
Entre ellas estaban las reproducciones didácticas de las diseñadas por la casa alemana Thonet, en madera de haya y mimbre, que cambiaron la forma tosca de las sillas habituales hasta entonces y la sustituyeron por formas más moldeadas y ergonómicas. La irrupción de la firma Thonet supuso una “industrialización y socialización del diseño” de sillas, según Jury, y cambió la manera de entender estos objetos, que ya no solo tenían que ser funcionales, sino también visuales.
Eso lo entendieron y lo reflejaron los diseñadores que llegaron después, con las nuevas vanguardias y con un nuevo concepto del arte, también aplicado a las sillas. Ese contraste se aprecia en esa misma sala del Musa que alberga las réplicas de las sillas Thonet y comparten protagonismo con imitaciones de las sillas Robie, del arquitecto Frank Lloyd Wright, más conocido por ser el autor de la Casa de la Cascada, en Estados Unidos.
La silla Robie, con su alto respaldo con tablas de madera que sobrepasa la cabeza de su ocupante y sus líneas depuradas, comparte protagonismo en esa sala con una reproducción de una silla de estilo Art Nouveau diseñada por Antoni Gaudí. Esa mezcla de estilos y diseños responde al concepto con el que Jury impulsó el Musa: “contar la historia del diseño a través de uno de los objetos que está presente en todos lados”.
El director del MUSA considera que el boceto y la materialización de las sillas se presentan como “un desafío para todos los arquitectos”. Así, junto a las sillas del día a día, las que se pueden encontrar en cualquier casa o en cualquier cafetería, el Musa también reserva un rincón a las sillas que reivindican el papel de oficios como odontólogos o barberos.
Estas sillas relacionadas con las profesiones quedan atrás al subir la escalera hasta el primer piso del Musa en el que se rinde homenaje al diseño orgánico, en el que la forma no sigue a la función y el propósito es el mero disfrute visual.
En esa planta conviven las sillas Butterfly del Grupo Austral, seña de identidad del diseño argentino, con reinterpretaciones de la silla Wassily, original de la escuela alemana de la Bauhaus, o los asientos del matrimonio estadounidense Eame, Charles y Ray. Un piso más arriba, el Musa se impregna del diseño nórdico, tanto en sus formas como en su concepto ético, con la utilización de materiales respetuosos con la naturaleza.
Con ese salto en el tiempo y en el espacio, el MUSA vuelve a sus raíces en la tercera planta, hasta donde eleva la cultura y la tradición guaraní, con sillas y banquetas con forma de animales y elaboradas íntegramente con madera, sin utilización de clavos. Esos materiales se emplearán después, con la llegada de los españoles, quienes también aportan a las sillas el cuero repujado utilizado en los asientos de la época en su país de origen.