Es un periplo de diez años en los que ha recorrido el mundo convertido en el rostro y la voz de esa polémica figura de la historia de Paraguay.
Ni el propio Ramos pensó que José Gaspar (La soledad del poder), el título del monólogo, iba a estar ligado a su vida teatral durante tanto tiempo, como tampoco el autor del libreto, el dramaturgo argentino Hernán Jaeggui.
“Es cierto que al ser un monólogo los costos son menores y es más fácil representarlo. Pero sí es verdad que nunca llegamos a imaginar que iba a ser para 10 años, con actuaciones en 23 países y más de 70 ciudades, entre Paraguay y el extranjero”, dijo Ramos.
Un circuito que va desde templos del teatro de Suramérica, como el Teatro Solís de Montevideo, hasta los lugares más insospechados de la geografía paraguaya, con actuaciones para comunidades indígenas y para los habitantes de los cinturones de pobreza del área metropolitana de Asunción.
”Recuerdo haciendo el monólogo en una comunidad de San Pedro, bajo los mangos y sobre un suelo de arena y rodeado de campesinos e indígenas. O haciendo representaciones privadas, la última en la casa de una mujer que quería dar una fiesta de cumpleaños sorpresa a su hijo“, evoca el actor.
Sin embargo, antes de embarcarse con el Francia de Jaeggui, el prócer paraguayo no era ajeno a Ramos, ya que le había dado vida en Yo, el Supremo, la versión teatral de la famosa novela de Augusto Roa Bastos, una representación que en 1991 fue todo un acontecimiento en la escena local.
”Siempre digo que en mi vida como actor hay un antes y después de Francia. Aunque hay diferencias porque aquella obra estaba a cargo de una compañía de 25 actores y era el Francia de Roa, solemne, majestuoso, omnipotente e inalcanzable“, apunta Ramos.
El resultado fue del agrado de Roa Bastos, que la vio siete veces, una de ellas detrás del escenario, y de Ramos, que creía haber acabado para siempre con el personaje de Francia.
”Yo le pedí a Jaeggui, al que me une una relación de amistad y me conoce como actor, que me escribiera un monólogo sobre el tema que él quisiera. Y se le ocurrió hacerlo sobre Francia aprovechando mi anterior aproximación al personaje“, explica.
Según el actor, el de Jaeggui es un Francia muy diferente al de Roa Bastos, que en su novela, una de las obras maestras de la literatura en castellano, lo inmortalizó como un despótico ilustrado que vela como un padre autoritario por sus hijos paraguayos.
”Este es un Francia más humano, se le ve contento, riendo, pero también se pone triste, llora, suda, se rasca, de forma que está más al alcance del público, uno puede tocarlo“, señala Ramos.
Rodríguez de Francia gobernó Paraguay como dictador entre 1814 y 1840, período en el que cerró las fronteras del país e impidió la entrada de extranjeros, lo que le ganó una enigmática aura que todavía perdura en el imaginario paraguayo.
”Con el monólogo ocurre algo curioso. Gusta lo mismo a quienes simpatizan con Francia y a quienes lo critican. La obra no pretende quedar bien con nadie. Jaeggui investigó mucho para escribirla, aunque es evidente que le dio cierto vuelo teatral y dramático“, dice el actor.
Al margen del éxito que le ha proporcionado la obra, Ramos reconoce que Francia le ha abducido de alguna manera. ”Públicamente el personaje me ha devorado. En Paraguay la gente no ve a Jorge Ramos, sino a Francia, de hecho muchos me llaman Francia. A mí me gustaría más que se me recordará por mi Edipo Rey. Pero acepto que ya soy el prócer“, admite el actor.
No obstante, Ramos alterna este registro con el ensayo de la obra Hanna y Martin, del argentino Mario Diament, sobre la relación que mantuvieron el filosofo pronazi Martin Heiddeger y la pensadora judía Hanna Arendt.
Pero Francia sigue ahí, casi omnipresente, y Ramos ya tiene nuevos compromisos adquiridos con La soledad del poder, el próximo en el consulado paraguayo en Los Ángeles (EE.UU.). ”¿Cuándo se acabará? No lo sé porque la demanda va a más y no lo veo en un horizonte cercano. Supongo que cuando me falten las fuerzas", concluye Ramos.