Cruces verdes, adornadas con coloridos motivos florales, sobre las que están clavados Cristos solemnes, son los elementos principales de la muestra, que pertenece a un coleccionista privado, pero que se exhibe durante 20 días en el Museo de Arte Sacro de Asunción (Manuel Domínguez esquina Paraguarí).
Al fondo de la sala de exposiciones, las cruces de mayor tamaño están rodeadas de otras más pequeñas que cuelgan del techo, en una referencia a la fiesta paraguaya del Kurusu Ara ("Día de la Cruz", en guaraní), que se celebra cada 3 de mayo, y donde las cruces son adornadas con telas, chipas y golosinas para obsequiar al que ora.
Las cruces de esta muestra datan del siglo XVIII principalmente, aunque hay algunas del siglo XVII e incluso del XIX, y proceden de diferentes regiones de Paraguay, explicó a Efe Luis Lataza, del Museo de Arte Sacro. Solo una de las piezas proviene de la región andina y es una cruz en la que el Cristo está rodeado por una aureola de plata repujada, confeccionada con el metal que los conquistadores españoles extraían de las minas en zonas como Potosí (Bolivia). Los guaraníes, en cambio, suplían la falta de metales preciosos en Paraguay con la profusión de colores, según Lataza.
Las cruces más grandes estaban presentes en las iglesias, mientras que las más pequeñas formaban parte de nichos o retablos domésticos, en casas particulares, y se utilizaban siempre para la oración, nunca con fines estéticos o decorativos. Por ese motivo, los guaraníes preferían figuras frontales, hieráticas, majestuosas, que les miraran directamente, como las de estos Cristos, en lugar de imágenes en éxtasis, con grandes vuelos en las ropas y mucho movimiento, como en el barroco europeo.
“No es que los artistas guaraníes no comprendieran el barroco europeo, sino que hacían una interpretación de las iconografías que les mostraban, y creaban su propia versión. No es un arte que busque la perfección o el academicismo, ni tampoco el naturalismo. Es un arte que da importancia a lo simbólico”, destacó Lataza.
Agregó que los modelos que los misioneros proponían a los guaraníes eran estampillas de grabados flamencos con escenas religiosas, de las cuales los indígenas escogían los personajes con los que se sentían identificados, por ejemplo ángeles y arcángeles que fueran guerreros o pescadores.
Lataza matizó que, hasta la llegada de los misioneros, los guaraníes no tenían una tradición escultórica y su arte se basaba en la ornamentación de objetos como vasijas con líneas o diseños no figurativos que se repiten en las peanas y cruces ahora expuestas.
Otra forma artística propia era la pintura corporal, por lo que algunos autores creen que las manchas de sangre de los Cristos están dispuestas de manera simétrica a lo largo del cuerpo porque recrean este tipo de tatuajes. Lataza considera además que la simetría, junto con la abundancia de colores, eran los rasgos que los guaraníes atribuían a los personajes divinos, y que ésa fue su manera de asimilar la exuberancia y la ornamentación recargada propias del Barroco.
Las estatuillas con los crucifijos eran elaboradas en talleres instalados en las misiones, donde misioneros jesuitas y franciscanos reunieron a los indígenas para evangelizarles, y normalmente se construían de forma colectiva. Estos guaraníes se identificaban como cristianos, e incluso algunos documentos revelan que se consideraban mejores practicantes que los conquistadores españoles que explotaban las riquezas de la región, o los portugueses que comerciaban con esclavos, contó Lataza.
Al margen de la devoción, estas 77 cruces del barroco hispanoguaraní han quedado como testigos de un arte mestizo, en el que las tradiciones de la Iglesia católica se mezclan con el sustrato cultural de los guaraníes de Paraguay.