Gabriel García Márquez y el camino de la vocación

Navegar en las aguas biográficas de Gabriel García Márquez es zambullirse en un mar de sorpresas y desvelos que reflejaron sus vivencias. *

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Dasso Saldívar, en García Márquez, El viaje a la Semilla, nos remota a una primera etapa poco conocida del insigne autor de Cien años de soledad: la del estudiante de Derecho. Su padre, Gabriel García Márquez, siempre anheló que su primogénito concluyera una carrera universitaria. Quizás una cuenta pendiente por las desventuras y pobrezas que le había impedido a él esa oportunidad. Tal era la necesidad económica, que hasta llegó a desear que su hijo fuera sacerdote, para saciar así las necesidades de la familia.

Pero el joven Gabriel, una vez inscripto en el primer curso de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cartagena, prefería intercambiar versos con sus compañeros de clase, que asistir a las rigurosas y extremadamente solemnes clases de Introducción al Derecho o Derecho Constitucional. Era tal la desdicha que sentía al cursar la carrera, que de los catorce meses que estuvo matriculado, pasó la mayor parte del tiempo en la cafetería o en los prados de la Facultad, intercambiando versos con algunos compañeros.

Sobre una escala del 0 al 5, perdió Estadística y Demografía con un 2; y a duras penas aprobó las materias de Introducción al Derecho y Derecho Constitucional. En primer curso también cursó materias como Derecho Romano, Economía Política e Historia Político-económica de Colombia.

Motivado por otras aspiraciones, Gabriel prefería los atardeceres grises de hollín, alguna que otra plaza cercana o los cares y cafés con amigos, al rigor de las insípidas lecciones que sus preceptores le imponían.

Pero la sombra de los cafés y la complicidad de los amigos, cómplices de las lecturas bogotanas, enriquecieron considerablemente ese caudal creativo que no tardó en explotar.

El futuro abogado vivía devorándose y escribiendo poemas, entre los que se destacan Geografía celeste y Poema desde un caracol, publicados en un periódico universitario llamado La Vida Universitaria.

Para algunos compañeros de la universidad, Gabriel ya era un “caso perdido”: faltaba a clases y llegaba tarde, por aquellas borracheras y noches de burdel. Era, en apariencia, un joven sin futuro.

Se hospedaba en una pensión de estudiantes, en donde compartía habitación con un amigo. Lejos de su familia y de su ciudad, comenzó a germinar su espíritu solitario, que a su vez marcarían su imaginación literaria.

“Volví a los cafés buscando a alguien que me hiciera la caridad de conversar conmigo sobre los versos y versos que acababa de leer. A veces encontraba a alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas de los cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablado de versos y versos, mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor”.

Fue así como el joven García Márquez comenzó a escribir sus primeros cuentos, que luego fueron publicados en el importante suplemento literario de El Tiempo, siempre inspirado e influenciado en el ingenio narrativo de Franz Kafka.

Al terminar el primer curso, El Tiempo le publicó un tercer cuento; y, ya en vacaciones, volvió a Sucre con sus padres. Pero su padre, lejos de honrarse de sus aptitudes creativas, también lo consideró un “caso perdido”, a pesar de que algunos veían en él a una de las más sólidas promesas de las letras colombianas. Volvió a hablarle de las precariedades económicas de la familia, y de la necesidad de que contara con el título de abogado.

De esta forma, lejos de vocación jurídica alguna, Gabriel volvió a la universidad para matricularse en el segundo curso de Derecho. Pero cuando volvió a la universidad, se encontró con que la misma estaba cerrada por los actos de violencia del Bogotazo. Entonces decidió irse a la Universidad de Cartagena, para seguir escribiendo y dedicarse al periodismo, en donde iniciaría obras como La casa y La hojarasca, y trabajaría para El Universal, en condiciones desoladoras.

De esa forma, ya camino a su verdadera vocación, sus estudios universitarios terminaron convirtiéndose en el mayor tedio de su vida. A pesar de sus constantes faltas y a su poco interés jurídico, logró terminar el curso con mejores notas: en materias como Sociología General y Derecho Constitucional, 5; y en Derecho Romano, 4.

Pero en el tercer curso las faltas fueron una constante y, por consiguiente, el rendimiento académico fue bajando; perdió Medicina Legal con un 2, y Derecho Civil aprobó, con un 3, raspando.

Al momento de matricularse para el cuarto curso, se llevó la sorpresa de que, al no haber habilitado Derecho Romano del segundo curso, necesitaba repetir tercero. Opción que tomaría como calamitosa, por lo que decidió alejarse para siempre de las aulas de la carrera que le había impuesto a su padre.

Bernard Shaw decía que las ataduras académicas son el gran obstáculo para la instrucción de una persona. De haberse recibido con el título de abogado, dejando de lado su pasión literaria, ¿hubiera concebido, Gabriel García Márquez, sus grandes obras y llegar al éxito editorial internacional? ¿Hubiera ganado el prestigio y el reconocimiento planetario que logró su obra maestra, Cien años de soledad? ¿Hasta qué punto la obtención de un título universitario ‘asegura la vida familiar’ y apacigua las necesidades económicas, como lo requería García Márquez a su hijo?

La repuesta de su padre, ante su decisión final, no fue muy agradable: “Comerás papel”, le aseguró. Y, si bien fue así durante los primeros quince años, ese “caso perdido” terminó por convertirse en el autor que cambiaría el rumbo de la literatura en español de las últimas décadas.

El encuentro con la verdadera vocación debe ser un punto reflexivo a ser analizado desde los primeros años de vida, tanto en la familia como en los institutos educativos de enseñanza.

Al exigir una carrera universitaria determinada a los hijos, cuando existe otra vocación marcada, ¿cuánto talento es desperdiciado? ¿Cuántas carreras truncadas? ¿Cuántos Premios Nobeles perdidos?

Después de todo, ningún deseo es capricho cuando el corazón lo alimenta. Y Gabriel García Márquez es el mejor ejemplo.

*Publicado en el periódico El Derecho, de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, el 23 de mayo de 2008.

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