Teatro Arlequín, esplendor de generaciones

Con la obra,“Mi hijo solo camina un poco más lento”, además de celebrar su 35º aniversario, el teatro Arlequín, nos regala la solvencia de un elenco, conmoviendo a la audiencia con el silencio avasallante de una pieza sensible y por sobre todo, real.

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Poco después de las 20:55, nos indican el acceso a la sala y entre saludos, charlas efímeras y un acompañamiento musical que va desde Pimpinela, hasta Honrar la vida, nos acomodamos y esperamos el estreno.

Luego de las parsimoniosas acotaciones (que en algunos casos deberían ser obligatorias), como el apagar los celulares, etc, un locutor lee en inglés, la carta de Ivor Martinic, autor de la obra “Mi hijo solo camina un poco más lento” y que recién al finalizar, supe que era de Croacia.

Me pregunté de inmediato, ¿qué sé acerca de ese país? Y tras la generosa intervención de Jesús Pérez, durante los agradecimientos, recordé los conflictos bélicos, que luego darían más sentido al hecho de los constantes incendios que aludía el personaje de María Elena Sachero.

Tras la lectura, Alejandra Ramos, invita a alguien del público, “a mirar desde otro punto de vista la función”, en una silla a la derecha del escenario.

Luego de todo eso, arranca una historia familiar, por demás empolvada entre silencios y rutinarios modos de convivir, de esos que generan un nudo en la garganta, insoportables al no poder desahogarlos.

La sensibilidad y naturalidad de Regina Bachero (Mía), lleva la carga emotiva durante toda la pieza. Su madre (Ana), interpretada por María Elena Sachero, dibuja historias desmemoriadas, provocando desde su ingreso (incluso al hacer mutis, ya que nunca salía del escenario), giros y giros que la llevan desde la burla, el drama, la intensa convicción y cientos de aspectos más que podríamos decir de esta impecable actriz.

La estrambótica hermana (Rita), encarnada por Alejandra Ardisone, llega como contrapeso impuesto a una realidad monótona, pero que la involucra de igual modo en la decadencia y el desgaste planteados.

Una hija (Doris), que Alejandra Ramos, supo ridiculizar magistralmente, llenándola de risas e inflexiones absurdas sobre el enamoramiento.

Toda la acción ocurre el día del cumpleaños número 25 de Branco, el hijo menor de la familia, quien debido a una enfermedad degenerativa, usa una silla de ruedas.

En este punto, la labor de Erik Gehre, muy metido en el personaje, desplazándose con el rigor adecuado por una casa llena de sombras, esbozando momentos de depresión y otros más afectuosos (especialmente en los diálogos con su madre y abuela), dieron la nota justa y podemos admitir que se encuentra en uno de los mejores momentos de su carrera.

Los demás personajes masculinos, desenfocados por ese aislamiento corroído por la falta de comunicación, de contacto físico y el cojeo de lo cotidiano, los deslustran en una trama donde la fuerza de sus ausencias, es feroz.

Jesús Pérez (Oliver), un viejo resignado a las groserías de su esposa (Ana), intenta huír de esas personas, que obligatoriamente son familia.

Un texto crudo, existencialista por momentos, catártico y visceral, sucumbe a la necesidad de afecto, a la necesidad de amor.

Este detalle se nota bastante en Robert (esposo de Mía), rol encarado por Pablo Ardisone, quien con un fastidio inveterado al interpretar, sumado a su trabajo como director de la pieza, le confiere un eximio lugar dentro de la escena cultural.

Mijael (Javier Lacognata), apresurado por no interactuar demasiado con sus peculiares parientes, enfatiza en sus momentos, la dinámica de un día destinado a los enfrentamientos postergados.

María Liz Barrios (Sara), otorga algo de calidez empachosa, refresca el retrato apagado de una familia descompuesta y sopesa la amargura estacionada.

Raúl Dionisi (Tim), nuevo novio de Doris, ingresa hacia el final, remarcando el desenlace de las confrontaciones archivadas.

En varios momentos de la historia, un narrador, describe situaciones que los personajes no realizan del todo, reforzando muchísimo esa acción, cual si fuera una denuncia de lo callado.

Utilizando la sala desde todos sus vértices y salidas, interactuando a veces con el público, este elenco portentoso, logra conquistar carcajadas, fugaces acotaciones en la audiencia, lágrimas y mucha empatía ante situaciones que transcurren todos los días.

Las funciones prosiguen los viernes y sábados a las 21:00 y los domingos a las 20:00 en el teatro (Antequera c/ Rca. De Colombia).

Las entradas cuestan G. 100.000 y se puede acceder al sistema de tickets de privilegio, abonando G. 60.000, al realizar reservas en las redes sociales (Arlequín Teatro). Los clientes del banco Itaú, acceden al dos por uno en la boletería.

Entramando una historia contemporánea, “Mi hijo solo camina un poco más lento”, se convierte desde el inicio, en una de las propuestas teatrales mejor logradas de los últimos tres años, bajo una dirección justa que supo aprovechar el potencial de cada intérprete, cincelando sus virtudes, apostando al juego entre la farsa y lo natural, rindiendo homenaje a los 35 años de esfuerzo del Arlequín, con todos los que estuvieron, los que están y los que vendrán, celebrando así, el esplendor de todas las generaciones de este arte.

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