Cargando...
Multifacética, doña Beatriz tuvo destacado protagonismo en círculos sociales, empresariales, intelectuales y políticos sin sesgos partidarios. Prestó su nombre y mecenazgo para visibilizar la comisión, compuesta mayormente de opositores al régimen, que exigía repatriar los restos del Presidente de la Victoria, Dr. Eusebio Ayala, exiliado en vida y mantenido en el ostracismo después de muerto, mientras el dictador y sus esbirros se desgañitaban deplorando “los desgobiernos liberales”, que curiosamente habían dado a la patria los tres estadistas democráticos más destacados de su devenir en Eligio y Eusebio Ayala, completando la triada perfecta, Luis A. Riart.
El sendero que la llevó a distinguirse como historiadora no fue lineal. Comenzó en el mismo hogar de una familia con proyección al propio Domingo Martínez de Irala. Su madre, doña Teresa Lamas Carísimo, había recopilado y vuelto inmortales los relatos de los hechos de sus antepasados. Sus dos abuelos, de clara prosapia hispana, murieron en promisoria juventud, el mismo 24 de mayo de 1866, en Tuyutí, la batalla más sangrienta de Sudamérica.
La madre de doña Teresa había hecho uno de los discursos más memorables del Congreso de Mujeres del 24 de febrero de 1868 ante el Mariscal-Presidente, donde las joyas familiares fueron donadas y acopiadas para la defensa del territorio invadido. La causa nacional no conjuró otro ideal que la sumisión a la misma. Cuando la contienda estaba irremediablemente perdida, y con el enemigo golpeando a las puertas de la capital, como muchas otras mujeres que después reconstruyeron la nación, se volvió Residenta y sufrió todas las privaciones del Ejército en su diagonal de sacrificio.
Hermanos soldados
Ya en el siglo 20, los cuatro hermanos varones de doña Beatriz se enrolaron para pelear en los cañadones del Chaco y pasaron allá los tres años de contienda. Ella apenas tenía 11 años cuando se firmó el armisticio, pero ya era lo suficientemente perspicaz para atesorar las anécdotas de sus allegados combatientes mientras se embebía de los apasionantes relatos de la madre, recopilados en el exitoso volumen titulado, Tradiciones del hogar, publicado en 1921, con varias reediciones.
En este libro clásico, altamente literario sin pretenderlo, se fue dibujando la nítida trayectoria de este Paraguay pobre, pero altivo, que no pide compasión ni se humilla ante nadie. Sin jamás enfrentar desmentidos o correcciones, doña Teresa afirmó que la verdadera aristocracia de la presencia hispana en el Río de la Plata se originó en Asunción. Buenos Aires y Montevideo eran apenas hostiles tierras de malones cuando todo lo español se manejaba desde Asunción. A pedido del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V, Paulo III creó la Diócesis del Paraguay, en 1547, que abarcaba todo el Río de la Plata y parte de lo que más adelante escamotearon los portugueses.
La fe católica nunca estuvo alejada de la vida cotidiana. Así, las primeras acometidas literarias de doña Beatriz fueron publicadas en el semanario religioso Comunidad. El llamado de las letras fue irresistible. Logró de su madre un postrer alegato en contra de que los restos de Alicia Elisa Lynch reposaran en suelo consagrado, en el Panteón Nacional de los Héroes, dado que su descendencia con Solano López había sido extramarital y sin bendición eclesiástica. La herencia hispana de la contrarreforma era implacable en sus dictados.
Crecientemente a gusto con el periodismo, en la década de 1970, preparó una serie limitada de preguntas específicas sobre el rol individual en la guerra de esos valientes, y las repartió a destacados combatientes del Chaco cuyas respuestas fueron compiladas en un libro que fue sensación, desde su lanzamiento, en 1977.
Testimonios veteranos: Evocando la Guerra del Chaco reveló hechos oscuros, heroísmos acallados por modestia y discreción, y la universal admiración a la conducción estratégica en el terreno de José Félix Estigarribia, así como las hazañas políticas, logísticas y diplomáticas del Comandante en Jefe triunfante, Dr. Eusebio Ayala, y su eficaz equipo de retaguardia. Los entrevistados fueron los comandantes más destacados de la contienda, además de unos pocos oficiales subalternos. Sin dudas, la recepción y el tema elaborado por este libro movió al joven Alfredo Seiferheld a profundizar las entrevistas a la totalidad de los héroes sobrevivientes escogidos por doña Beatriz. Seiferheld las recopiló luego en cuatro magníficos tomos donde se anotaron para la posteridad lo que los protagonistas parecían inexorablemente resignados a dejar que se perdieran en el olvido. El Chaco fue terreno de hazañas inauditas por parte de una generación de oro que repelió la agresión y extendió los límites territoriales hasta hitos anteriormente fantasiosos.
Y los relatos vitales, casi místicos de quienes combatieron a las órdenes del coronel Eugenio A. Garay en Yrendague, que caminaron por donde no se podía, doblegaron al desierto sin reserva de agua, y llegaron a los pozos por donde, por inexpugnables, ni había vigías, justo en el Día de la Virgen de Caacupé, de 1934, motivaron a doña Beatriz a investigar la biografía de Eugenio Alejandrino y a lanzarla, en 1991, en el libro El universo íntimo de Eugenio A. Garay. Ese, sin embargo, no fue un simple emprendimiento de curiosidad histórica.
Eugenio Garay Argaña también formaba parte de la reducida élite social paraguaya que en la posguerra del 70 conoció las feroces garras de la pobreza y el desamparo, de los que se sustrajo con el trabajo y el estudio. Eugenio y Teresa tuvieron un noviazgo, a la vuelta de aquel gallardo oficial de Infantería de la Academia militar de Chile. El flirteo fue súbitamente interrumpido a exigencia de los padres de la adolescente ante intrigas malintencionadas de que el “novio” participaba con frecuencia de correrías nocturnas extracurriculares.
Empero, a pesar del veto paterno, el afecto entre los pretéritos novios siguió incólume y se extendió a los descendientes hasta el presente. El libro sobre el general póstumo fue escrito con elegancia y devoción y constituye uno de los pocos ejemplares que analizan al hombre, despojado de las armaduras del guerrero.
En la Academia
En Testimonios veteranos, doña Beatriz contaba en su haber con una publicación de fuste y estaba en condiciones de sumarse por méritos propios como Académica de Número de la Academia Paraguaya de la Historia, patrocinada, entre otros, por uno de esos veteranos entrevistados, el gran Julio César Chaves. Doña Beatriz trajo a la APH un despliegue de clase y dedicación a la disciplina. La representó en innúmeros seminarios y simposios internacionales, dejando siempre una estela de buena voluntad hacia ella y hacia la tierra que representaba, por sus modales y lenguaje.
En un país terminalmente igualitario como el nuestro, tanta muestra sin esfuerzos de linaje atrajo atención y soterrada admiración. Pero lo que nunca quien la conoció pudo poner en controversia fue su sorprendente inteligencia, lucidez y apego al rico legado de tradiciones que representaba, aquella de la España imperial que se fue reproduciendo en pequeña escala en todo nuestro continente. Gracias, doña Beatriz, por una existencia ejemplar, rectilínea y fecunda.