Se trata de la tercera vez, después de Medianoche en París (2011) y Hollywood Ending (2002), que el octogenario director neoyorquino inaugura este certamen, donde siempre se le acoge con reverencia.
Aunque es difícil que a estas alturas una nueva obra del prolífico autor pueda sorprender, Café Society -recibida con aplausos- recupera claves del cine de Allen y se sumerge en sus temas recurrentes como el judaísmo, la religión, la muerte y, por encima de todos, el amor.
“Siempre me he visto como un romántico, aunque las mujeres de mi vida no lo compartan... Si les preguntas a ellas dirán que lo soy, pero no al estilo de Clark Gable, sino como un romántico estúpido”, dijo Allen en la rueda de prensa posterior al pase de prensa. El director atribuye esa visión romántica, que proyecta por ejemplo en su visión de Nueva York o de las relaciones amorosas, a la “influencia indeleble” que le causaron las películas de Hollywood en su infancia.
Todo eso está recogido en Café Society, donde el ambicioso joven Bobby Dorfman (interpretado por Jesse Eisenberg) viaja a Hollywood desde su Bronx natal para labrarse un futuro junto a su tío Phil Stern (Steve Carrell), con quien también compartirá el amor por la bella Vonnie (Kirsten Stewart).
Dorfman prosperará hasta hacerse un nombre en la alta sociedad neoyorquina -de ahí el nombre de la película-, pero deberá disputarse con su tío el amor de Vonnie/Stewart, que roba cada plano en el que aparece. El triángulo amoroso, así pues, está servido. Pero Café Society va más allá para dibujar el retrato de una familia judía de los años 1930, con una forma novelesca que la emparenta con la obra de grandes escritores judíos estadounidenses.
“La película estaba concebida para tener la estructura y el alcance de una novela, que tuviese la voz del autor, y, como en este caso lo soy yo, quise que saliera mi propia voz como narrador”, explicó Allen. En esa familia neoyorquina, los padres del joven Dorfman se asemejan, incluso físicamente, a los del propio Allen, quien recordó cómo se hacían rabiar entre ellos o cómo utilizaban en ocasiones el yiddish para comunicarse.
El clasicismo que destila el filme debe también mucho a la fotografía del italiano Vittorio Storaro, que recibió los parabienes del director en su comparecencia ante la prensa. Se mostró el neoyorquino muy complaciente con el trabajo de sus dos protagonistas, Stewart y Eisenberg, de quien aseguró que ofrece a su personaje una riqueza en matices y una complejidad que él mismo habría sido incapaz si hubiese interpretado a Dorfman.
Como acostumbra, Allen reflexionó ante la prensa sobre el sentido trágico de la vida - “hay que mirarla como algo divertido, si no, uno se mataría” - o sobre su avanzada edad. “Tengo 80 años... ¡no puedo creerlo! Me siento joven, como bien, hago ejercicio. Es una suerte, mis padres vivieron mucho, es algo genético. Un día me levantare por la mañana, me dará un ictus y seré una de esas personas en silla de ruedas (...) pero hasta que eso suceda, seguiré haciendo películas”, dijo.
Y aunque es un habitual de Cannes, el realizador sigue teniendo alergia por la competición, por lo que Café Society fue presentada fuera de concurso. “No creo en la competición para las películas, aunque es fantástica para los deportes (...) No puedes determinar si un Rembrandt es mejor que un El Greco, o si un Matisse es mejor que un Picasso, en todo caso solo puedes decir cuál es tu favorito. Juzgar el trabajo de otra persona es algo que nunca haría”, sentenció.