Unsane, un psico-thriller con Claire Foy atrapada en la red fraudulenta de un seguro médico y también en las de un acosador, fue el plato fuerte del día, en una Berlinale que ha visto ya catorce de las 19 aspirantes al Oso, pero sigue esperando su gran película.
El siempre inquietante Soderbergh -Palma de Oro de Cannes con Sex, Lies, and Videotape, en 1989, y el Óscar al mejor director por Traffic, en 2000- ha sido visitante asiduo del festival, donde compitió en 2007 con The Good German y en 2013 con Side Effects.
Esta vez se presentó a exhibición, con una cinta basada donde Sawyer -el personaje de Foy- va de pánico en pánico desde el momento en que entra en una clínica en busca de una terapia liberadora, para verse sometida a la condición de ingresada entre locos.
La mente de Soberbergh idea para esa mujer empeñada en que ella no es como los otros paciente sucesivas trampas, físicas y psíquicas, hasta llegar a un psicópata -Joshua Leonard-, convertido en el “administrador” del cóctel de fármacos destinados a neutralizar toda resistencia.
Pánico, tensión, terrores internos y externos es el recorrido con el que el iPhone de Soderbergh persigue a Sawyer, a modo del Jack Nicholson de One Flew Over the Cuckoo's Nest (1973).
Fue la película del día, pese a que obviamente no estará en el palmarés de la 68ª edición de la Berlinale, cuya séptima jornada decepcionó. Irán es una filmografía potente en el festival berlinés, que en años sucesivos convirtió su gran pantalla en expresión del exilio al que Teherán somete a sus creadores críticos.
Esta vez acudió representando al cine iraní Khook, de Mani Haghighi, sobre las tribulaciones de un cineasta enfundado en camisetas de AC/DC y deprimido porque a él no le acosa el régimen.
Hasan, el personaje Masan Majuni, asiste con horror, primero, y humillación, después, a la serie de asesinatos de sus colegas, que aparecen decapitados en diversos lugares, mientras a él le ignoran los enemigos de la libertad de expresión. Los asesinos no tienen criterio ni saben cuáles deberían ser sus “prioridades”, se lamenta Hasan a su madre, quien trata de consolarle asegurándole que tarde o temprano le decapitarán.
“Es una película de mujeres fuertes porque, aunque en el exterior no se vea, Irán es un país de mujeres fuertes”, defendió Haghighi ante el festival, donde en 2016 compitió con A Dragon Arrives.
La Berlinale ha sido plataforma amiga para el cine “libre” iraní, con exponentes como el Oso de Oro obtenido en 2015 por Taxi, el filme con el que Jafar Panahí burló su inhabilitación profesional convertido en taxista que filma lo que le cuentan sus pasajeros.
Cuatro años antes, su compatriota Asghar Farhadi se había llevado ya el oro con A Separation, otra película de mujeres fuertes, como el filme de Haghighi.
Khook adopta perfiles de humor negro que recuerdan al español Alex de la Iglesia, pero sin la mordacidad continuada de éste. No convenció en la Berlinale, como tampoco lo hizo Mein Bruder heisst Robert und ist ein Idiot -traducible por “Mi hermano se llama Robert y es un idiota”-, 174 minutos dirigidos por el alemán Philip Gröning en torno a dos gemelos, envuelto en diálogos de pubertad y campos de trigo, junto a una gasolinera perdida.
De la contemplación de las hormigas paseando entre las piernas de la chica, Elena, que se apuesta con su hermano a que tendrá sexo antes de su examen de reválida en filosofía, se pasa ya en el tramo final del filme a un delirio violento.
Las preguntas de los medios, esencialmente alemanes, al final de la proyección se dirigían esencialmente a la extensión de la película y a cómo piensan sus productores justificar ese derroche de medios, en una película de digestión más que difícil.