“I'm back” (“volví”) fue la frase con que Schwarzenegger presentó en Berlín su Terminator: Génesis, un alarde de efectos especiales en 3D dirigido por Alan Taylor, con Emilia Clarke (Game of Thrones) como Sarah Connor y que llega el miércoles a las salas comerciales de medio mundo.
Con 67 años, de regreso a lo suyo tras ser “Gobernator” en California y consciente de su carisma, incluso cuando ejercía de máquina exterminadora, a Schwarzenegger le quedaba la asignatura pendiente de darle la vuelta a su cíborg.
Taylor (Thor: Un Mundo Oscuro) se lo puso en bandeja en un filme que tanto el director como los productores -David Ellison y Dana Goldberg- aseguran no es un “remake”. Ahí están Sarah Connor, futura madre del héroe de la resistencia -John, interpretado por Jason Clarke-, más otro defensor llegado del futuro para impedir que la máquina altere el rumbo de la historia -Kyle Reese, ahora Jay Courtney- y unos cuantos artilugios más, como el destructivo T-1000 -Bryung-hun Lee-.
Para demostrar que no es un “remake”, al T-5000 que fue Schwarzenegger se le ha reprogramado para convertirlo en ángel guardián de la Sarah Connor a la que en el pasado quiso destruir. El punto de arranque es un mundo abocado al apocalipsis, porque el hombre desidioso entregó su alma y su armamento a la máquina. Un mundo donde los cirujanos no atienden al operado, pendientes de los mensajes que entran y salen de su teléfono inteligente, y donde el guarda del hospital no ve irrumpir a un intruso en su sala de vídeovigilancia, porque también está chateando.
Visionaria e irónica, la saga de la marca Terminator gira en torno a la frase que va repitiendo el avejentado cíborg -“Soy viejo, pero no obsoleto”-, muy a la medida de Schwarzenegger. Él es el único entre el núcleo protagonista al que afectan los años, porque por razones técnicas no puede viajar en la máquina del tiempo, del pasado al futuro y viceversa, como hace el resto. Será el astro rey de toda la película, por mucho que la presencia de Emilia Clarke trate de robarle algunos planos.
El Schwarzenegger de Terminator: Génesis hace de los estragos del tiempo una virtud. Por mucho que sostenga ser una máquina y que no responda al abrazo de Sarah llamándole “Papá”, lanzará miradas de suegro descontento al humano infinitamente inferior que enamorará a su protegida.
El actor fue el puntal de la gira promocional tanto en Estados Unidos, su país de adopción, como en la vieja Europa donde nació y donde le gusta ir dejando regalos -como un enorme cabezón de cíborg, para el museo Arnold Schwarzenegger de Granz (Austria)-.
Se mantuvo así la dinámica desde el primer Terminator de 1984, luego consolidada el Terminator 2 (1991) también de Cameron, más el Terminator 3: La Rebelión de las Máquinas (2003), de Jonathan Mostow. Schwarzenegger desapareció, engullido por la política, en Terminator: La Salvación (2009), de Joseph McGinty, con Christian Bale, y ahora que regresó es como si no se hubiera ido nunca.
Terminator: Génesis traiciona algo las reglas del juego del cine de acción, con largos diálogos para explicar relaciones materno-filiales dislocadas entre saltos del tiempo, que en realidad importan poco porque lo que llevó al espectador a su butaca son los efectos especiales o Schwarzenegger, sin más.
Aun así, el máximo exponente del cíborg cumplió con su célebre “Hasta la vista, Baby” y, además, mostró sin disimulos lo que siempre se adivinó: que bajo todo Terminator late algo humano.