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Si en Misión Imposible II Ethan Hunt (Tom Cruise) era un nebuloso y ambiguo ideal, como un James Bond sin el beneficio de los años de vigencia del espía de Ian Fleming, en Misión Imposible III los realizadores se dedican a devolverlo al nivel de algo más parecido a un habitante de la Tierra sin superpoderes o suerte sobrenatural.
De hecho, la película comienza de una forma totalmente opuesta, como intencionalmente declarando que este era un Hunt distinto al del filme de John Woo: lo primero que vemos es la cara golpeada de Ethan, hundida en la desesperación, mientras se encuentra atado a una silla, a completa merced de un peligroso traficante de armas llamado Owen Davian (un intimidante Philip Seymour Hoffman), quien exije a Hunt que revele la ubicación de un misterioso artefacto, amenazando con poner una bala en la cabeza de una mujer claramente importante para nuestro héroe. Hunt pierde el control, amenaza y ruega mientras Davian cuenta hasta diez, y entonces el filme nos regresa en el tiempo para mostrarnos cómo Ethan llegó a esa precaria situación.
A estas alturas, Ethan ya está retirado del trabajo de campo, limitándose a entrenar a nuevos agentes de la IMF mientras vive una vida suburbana normal junto su prometida, una enfermera llamada Julia (Michelle Monaghan). No hay rastro de Nyah, ni referencias a ella o a absolutamente nada que haya pasado en Misión Imposible II; a efectos prácticos, la película anterior nunca ocurrió.
Sin embargo, la IMF logra persuadir a Hunt de que vuelva a la acción cuando una de sus alumnas, que estaba investigando a Davian, desaparece en Alemania. Con esto, Ethan y su nuevo equipo – que de nuevo incluye a Luther Stickell (Ving Rhames), ahora junto a los jóvenes agentes Declan Gormley (Jonathan Rhys Meyers) y Zhen Lei (Maggie Q) – se ponen tras la pista de Davian y del misterioso artefacto que este busca, conocido como la “Pata de Conejo”.
Aunque esta es aún, antes que nada, una película de Misión Imposible, con el énfasis obligatorio en acción, suspenso, planes imposibles, hazañas espectaculares y artefactos casi de ciencia ficción, esta tercera entrega acarrea consigo una humanidad que a la anterior película de faltaba. Aunque Ethan Hunt nunca fue el personaje más profundo de la historia del cine, la inclusión de Julia en la ecuación hace fácil empatizar con él, con su deseo de simplemente vivir una vida normal junto a una mujer a quien ama, y cuando eso es puesto en peligro, la tensión es palpable. Además, el hecho de que este Hunt es más vulnerable y falible contribuye aún más al suspenso. Aunque en cierto nivel sepamos que el protagonista no va a morir en una secuencia de acción a la mitad de la película, el hecho de que Hunt no es un ser todopoderoso como en la película anterior hace que, en el momento de la acción, haya cierto grado de duda; en Misión Imposible III, Hunt es menos Neo y más John McClane o Indiana Jones.
Sabiamente, el director J.J. Abrams mantiene las cosas bastante sencillas en lo que se refiere al argumento. Las metas de Hunt y compañía siempre son claras y precisas: rescatar a este personaje, capturar a este otro, recuperar cierto artefacto y entregarlo a otro personaje. Casi no existen vueltas innecesarias o momentos de pérdida de tiempo; es un filme que vive constantemente en el momento presente, aunque con el fantásma de ese ominoso prólogo siempre flotando encima.
Sin embargo, a pesar de que Abrams y sus guionistas hacen su tarea en lo que se refiere a personajes y argumento, hay un elemento clave de toda película de acción en la que Misión Imposible III flaquea: la acción.
Esta película fue el debut de Abrams en largometrajes, y se nota. Aunque las secuencias de acción son adecuadamente intensas y frenéticas, Abrams abusa de recursos como las sacudidas de cámara y la fotografía saturada de efectos “lens flare”, algo que por un tiempo fue su principal marca estética. Durante las secuencias más cargadas de efectos especiales, como la persecución en helicóptero del principio, o el “péndulo” entre edificios en Shanghai, la acción parece artificial, indefinida.
Además, esta es la única película de la saga a la que le falta esa gran única secuencia de acción, ese momento de adrenalina y espectáculo inolvidables que todos los otros filmes ostentan. No hay nada equiparable con la secuencia del tren bala en la primera entrega, o la persecución en motocicleta de MI II, o la fantástica escena de Dubái en Protocolo Fantasma. El tiroteo del puente es quizá lo que más se acerca en escala y espectáculo, aunque en mi opinión el momento cumbre del filme de Abrams es la ingeniosa infiltración en el Vaticano. Abrams iría evolucionando notablemente en su dirección de escenas de acción en sus próximos proyectos como Star Trek, pero en MI III aún le faltaba ponerse cómodo con la escala de la acción cinematográfica.
Pero a pesar de sus defectos, Misión Imposible III es un sólido filme de espionaje y el paso en la dirección correcta que la saga necesitaba tras el tropezón de la entrega anterior. La tercera parte marcó en bruto la identidad de la saga, estableciendo no solo su estética definitiva – en gran parte apoyada por la decisión de poner a cargo de la banda sonora al gran Michael Giacchino – sino también su foco en un Hunt heróico pero imperfecto y la doctrina de enfocarse en dinámicas de equipo menos que en las aventuras de un héroe más solitario al estilo Bond.
Todos estos elementos que Abrams dejó en bruto serían pulidos hasta sacarles brillo una excelente cuarta entrega.
Mañana: Misión Imposible: Protocolo Fantasma (2011)