“Pulp Fiction” y la explosión del cine “indie” cumplen 20 años

Hubo rabiosos aplausos, pero también algún grito de indignación. “¡Escándalo!”, gritaba una voz femenina desde el público el 12 de mayo de 1994, cuando Quentin Tarantino subió a recoger en Cannes la Palma de Oro por “Pulp Fiction”.

El segundo largometraje de un entonces prometedor director de 30 años -empleado en un videoclub de Los Ángeles hasta que su nombre comenzó a correr como la pólvora, de boca en boca y de festival en festival, por su debut, Reservoir Dogs (1992) -, triunfó contra todo pronóstico en una noche engalanada para Krzysztof Kieslowski.

El director polaco, con su tercera entrega de la trilogía de colores, Rojo, era el favorito, incluso para Tarantino, que confiaba en llevarse al menos el premio al mejor guion, según cuenta Peter Biskind en el libro Sexo, mentiras y Hollywood.

Pero fue Michel Blanc, por Grosse Fatigue, quien logró ese reconocimiento. A continuación, Nani Moretti recogió el galardón al mejor director. Las esperanzas de salir laureado prácticamente se habían esfumado. Solo quedaba la Palma. Y entonces ocurrió lo inesperado.

Clint Eastwood, con un impecable esmoquin blanco, abrió el sobre y anunció: “La película ganadora es ¡Pulp Fiction!”.

Aquel momento, pese al enfado de la señora del público, marcó un antes y un después en la historia del cine. Ya nada sería igual, ni para el director, que se convertió en profeta del cine moderno, ni para los actores que hasta entonces, o no eran muy conocidos (Uma Thurman) o atravesaban horas bajas (Bruce Willis, John Travolta).

Ni mucho menos para el hombre que se sentaba al lado de Tarantino en el auditorio de Cannes, Harvey Weinstein, el productor que hizo trizas las reglas del juego al convertir una película independiente de 8 millones de dólares en un taquillazo de más de 200 millones.

Pulp Fiction rompió moldes y etiquetas. Las que separaban el cine de culto del popular, lo minoritario de lo masivo, lo exquisito de lo escabroso. Y al hacerlo, dejó noqueados tanto al público como a la crítica.

Con un ritmo trepidante, un inusual montaje fragmentado y escenas -y sobre todo diálogos- para la posteridad: el baile loco de Mia Wallace (Thurman) y Vincent Vega (Travolta) en el Jack Rabbit Slim's, la accidental sobredosis de heroína de Mia, o la tensión insoportable de la conversación sobre hamburguesas entre Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) y el hombre que debe dinero a su jefe.

Y con un asombroso manejo de referencias cinematográficas que iban desde westerns como Río Bravo a películas de serie B como El ataque de la mujer de 50 pies y, por encima de todo, Jean Luc Godard -la escena del baile, en concreto, está inspirada en Bande à part-.

Si precisamente a Godard le acusaron de amoral por dar rienda suelta a la agresividad sin motivo en Al final de la escapada, también son muchos los que aún hoy no perdonan a Tarantino su banalización de la violencia, marca de la casa.

Ni siquiera Tristar, que le había encargado el trabajo, lo vio claro cuando se enfrentó al primer libreto. Por mucho que Tarantino se esforzara en explicarlo, la productora no encontró motivos para la carcajada y dejó escapar el guion que, así, fue a parar a la Miramax de Weinstein.

Una historia que Tarantino escribió durante una estancia de tres meses en Amsterdam, con la ayuda de Roger Avary, amigo desde la adolescencia y compañero del videoclub, que también participó en Reservoir Dogs, aunque su relación no siempre fue fácil.

Tras su paso por Cannes, la película se estrenó en Estados Unidos en octubre de ese mismo año. En lugar de la clásica estrategia de Miramax de estrenar en un número reducido de salas e ir ampliando ayudados por el boca a boca, Pulp Fiction llegó directamente a miles de salas.

Logró 9,3 millones de dólares el primer fin de semana, superando a El Especialista de Sylvester Stallone. Al final de la temporada había alcanzado los 107,9 millones en EE.UU. y 212,9 en todo el mundo.

Nadie esperaba eso. Nunca una película “indie” había superado los cien millones. Pero a partir de entonces, todas las grandes distribuidoras de Hollywood se lanzaron a producir proyectos de bajo presupuesto, cuando no a comprar pequeñas productoras, confiadas en poder repetir el milagro. El cine independiente había triunfado. Y así empezó su crisis de identidad.

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