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Salvó -literalmente- la industria del cine sin ser consciente de ello. Tenía apenas 5 años y corrían los años de la Gran Depresión en EE.UU. y la relativamente nueva disciplina artística veía incierto su futuro. Fue entonces que la 20th Century Fox, carente aún de verdaderas estrellas que la representaran, la hizo firmar contrato por el resto de la década de los años '30. La pequeña Shirley se convertiría así, casi instantáneamente en megaestrella, en abierta competencia con otras que llevaban años de carrera y esfuerzo. Ella, en cambio, llegaría a la cima prácticamente ya con sus primeras películas, habiendo tenido como experiencia actoral nada más que unos sketches de burlesque en que imitaba a las grandes divas de la época como Marlene Dietrich; eran básicamente recreaciones de aquellos -para el momento- atrevidas escenas de cabaré en que ella junto con otros coetáneos en pañales imitaban con gran maestría y gracia a las estrellas adultas de entonces.
Pronto llegaría 1934 y el nombre de Shirley se haría familiar para EE.UU. y el resto del mundo. Bright Eyes, Curly Top, The Littlest Rebel, Heidi y Captain January se convertirían en una sucesión de éxitos para Temple. Grandes presupuestos eran invertidos en cada una de estas producciones, pero las ganancias se reportaban con creces. La pequeña maravilla del Séptimo Arte se convirtió así en una megaestrella mundial, quizás la primera para lo cual los estudios implementaron un abierto sistema de marketing: muñecas con su rostro, vestidos similares a los que usaba en pantalla y hasta grabaciones musicales de sus éxitos más populares eran comercializados con gran éxito. Sin embargo, el que fuera probablemente el rasgo más característico de su imagen en pantalla estaba al alcance todos: los famosos rizos, que eran imitados con entusiasmo por las niñas de la época.
Caracterizada por un gran profesionalismo y responsabilidad desde una muy temprana edad, siempre bajo la tutela de su madre durante las grabaciones, Shirley daba una prueba tras otra de que era un verdadero prodigio de la actuación. Eran especialmente convincentes sus escenas lacrimógenas, que siempre marcaban presencia, dado que su audiencia era proclive a identificarse con el dolor de la niña del rostro adorable, los hoyuelos prominentes y la sonrisa luminosa.
La década terminaría con una nota sobresaliente: The Little Princess (1939) es quizás hoy su película más famosa y la más rentable de su carrera. A los 11 años, era considerada toda una veterana de la gran pantalla y su transición a los papeles de adulta se realizaría con relativa facilidad. Fue así que en la siguiente década siguió tomando parte en importes producciones junto con estrellas de la talla de Ginger Rogers, Cary Grant, Jennifer Jones y Claudette Colbert.
Todo ello serviría seguramente para compensar el haber perdido la oportunidad de interpretar a "Dorothy" en El Mago de Oz, papel que fue a parar a manos de una casi desconocida Judy Garland. Podría decirse que para entonces Shirley ya estaba de regreso y no precisaba de semejante empujón en su carrera. Estaba apenas bordeando la adolescencia y ya era una leyenda viviente. Lejos de la miríada de problemas que ello suele suponer para el resto de los niños estrellas, el resto de su vida fue de lo más normal. Contrajo matrimonio quizás precozmente, tenía apenas 17, lo que constituyó una suerte de shock para el mundo entero, que se resistía a dejarla crecer. Se podría afirmar que abandonó su carrera actoral estando aún en la cumbre. Uno de sus trabajos más recientes había sido bajo la dirección de John Ford y teniendo como coestrella a Henry Fonda en Fuerte Apache (1948).
Los años venideros estuvieron marcados por la serenidad del hogar y alejada de los reflectores y del público, si bien ello no habría de durar demasiado, dado que a principio de los '60 volvería a situarse frente a las cámaras, aunque en esta ocasión ingresaría directamente a través de la pantalla chica a los hogares de un público que no la había olvidado y para quien su nombre todavía era sinónimo de sueños. Fue otro periodo satisfactorio en su carrera, aunque no habría de extenderse por más de un par de temporadas.
Radicalmente opuestos serían los años '70, en los que su patria, los EE.UU., le encomendaría la labor de convertirse en embajadora ante Ghana y posteriormente en un par de países más. Fue una nueva pero gratificante etapa en su vida, una segunda carrera en que podría interactuar cara a cara con gente de sitios donde no se tenía conocimiento de que la distinguida dama de la sonrisa radiante había dominado las taquillas varias décadas atrás y donde las necesidades eran reales y tangibles, más allá del entretenimiento que ella había proveído siendo aún muy pequeña. Era Shirley, el ser humano, en el "mundo real", donde se desempeñaba tan eficazmente como en la fábrica de sueños.
La década de los '80 veía publicada su autobiografía y la de los '90, una seguidilla de bien merecidos reconocimientos para la artista, aún famosa alrededor del mundo tras la llegada del mercado del video, donde su nombre era una vez más uno de los más significativos en lo que a ventas de producciones clásicas se refería. Sus películas en blanco y negro habían sido coloreadas para atraer al público menudo y volvían así, una vez más, a cautivar a las nuevas generaciones y a revivir el sentimiento de aquellos que crecieron viéndola y teniéndola como referente en la gran pantalla.
El siglo XXI la encontraría parcialmente recluida por voluntad propia, rodeada de sus hijos y nietos; pero la luz de la leyenda no había mermado y fue su nombre siempre uno de los más reconocibles en la industria del cine. Se había convertido años atrás en el parámetro según el cual medir el estrellato de las demás celebridades de corta edad que habrían de aparecer en pantalla a través de los años. No obstante, nadie más habría de alcanzar semejantes niveles de popularidad alrededor del mundo.
Falleció a los 85 años, de los cuales fue megaestrella por la friolera de 80. Y lo seguirá siendo en las décadas venideras, de ello no caben dudas. Su trabajo data de una época en que todo se hacía y percibía de un modo distinto al actual, donde primaba la inocencia y no había lugar para el cinismo de la actualidad; sin embargo, no ha perdido un ápice de vigencia y tanto niños como adultos seguimos disfrutando plenamente de su presencia en pantalla.
Hollywood ha perdido ayer a una genuina megaestrella de su era dorada, una de sus luminarias más notables y recordadas, y los que la admiramos igualmente sentimos que una parte de nosotros se ha perdido definitivamente. El nombre de Shirley Temple queda ahora escrito en letras doradas junto al de otros íconos de la estatura de Monroe, Chaplin o Taylor. Ella cautivó al mundo siendo aún muy pequeña, pero desde un primer momento y por toda la eternidad será afectuosamente recordada como uno de los más grandes entre los grandes.