Muere Luise Rainer, la estrella olvidada

Tenía 104 años y, por tanto, el récord de ser la ganadora del Oscar más longeva de la Historia. El recuerdo de un talento desbordante y de una belleza atípica, poco convencional, enluta hoy a una industria que, afortunadamente, supo redimirse a tiempo.

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Si bien ello lo arriba citado ya la hacen memorable, no fueron estos los únicos logros destacables en una vida extensa y, nunca mejor dicho, de película. Para la posteridad queda como capítulo esencial de su biografía el registro de un hecho inédito hasta ese entonces: el haber sido la primera persona en ganar el Premio de la Academia en dos años consecutivos: 1936 y 1937, ambos en la categoría de Mejor Actriz Principal. Solo otros cuatro más lo conseguirían en lo sucesivo.

Si bien en aquel entonces los Oscar no revestían la misma relevancia que en la actualidad, no caben dudas de que aquello constituye motivo más que meritorio para hacer un breve repaso de su carrera. Sí, simplemente de su carrera, dado que la actriz germana no era muy dada a hacer público lo que ella consideraba privado y siempre se mantuvo ajena a los flashes y los reflectores una vez que las cámaras dejaban de rodar.

Su renuencia a seguir los rígidos pasos establecidos para toda aspirante a estrella fue rotunda e hizo exactamente todo lo que debía para truncar y sabotear una carrera que podría haber sido ilustre. Pero no, su primer y gran amor había sido el teatro y fue el sendero que gustosamente recorrió una vez más ni bien la liberaron de la pesada carga que implicaba para ella un contrato exclusivo con unos poderosos estudios como la MGM.

"Te hemos creado y te podemos destruir a nuestro antojo", fueron las palabras de Louis B. Mayer, cabeza del estudio, que tuvieron por intención asustarla, hacerla recapacitar y retenerla; empero, no lograron sino marcar el punto final en su relación laboral y, al mismo tiempo, la carrera cinematográfica de Rainer se precipitó en franco declive. Había llegado a la Meca del Cine hacía menos de 10 años, pero sin remordimientos estaba más que lista para empacar y retornar a Europa.

En una filmografía que apenas sobrepasa la docena sobresalen, sin embargo, dos títulos legendarios: El Gran Ziegfeld (1936) y La Buena Tierra (1937). Ambos le reportarían el par de premios que la harían legendaria y a los que, en su momento, los consideró una "maldición". Como en tantos otros casos, contrario a lo que cabría esperar, las estatuillas no impulsarían su carrera y le servirían simplemente como adornos en su vitrina que recién décadas más tarde comenzaría a atesorar con sumo orgullo.

Afortunadamente, en sus años postreros, la estupenda actriz -de notable versatilidad, aunque con marcada preferencia por el drama- habría de dejar de lado la rebeldía propia de una época lejana en que se consideraba denigrante abandonar las tablas para volcarse hacia la gran pantalla. Así, comenzaría por fin a disfrutar de los merecidos elogios por parte de un público que, con gran entusiasmo, acogía no solo a la celebridad, sino a una encantadora y extrovertida dama que en el otoño de su vida haría las delicías de entrevistadores y audiencia por igual al relatar con gran lucidez e irresistible encanto las anécdotas de su tormentosa carrera.

Ya en el presente siglo, muy entrada en años, frágil y con la salud delicada, había accedido a participar en 2003 del homenaje a los ganadores de la Academia en ocasión del 75º aniversario, en cuya alfombra roja se la vio radiante y deleitada por la atención de una audiencia que la recibió, como era debido, con honores. Asimismo, brindó entrevistas y comentarios para el relanzamiento de sus filmes a través de la industria del video casero, recordando -hasta si se quiere, con añoranza- su fugaz aunque tumultuoso paso por el cine. Fue su modo particular de reconciliarse con el pasado.

Hoy se despidió de la existencia terrenal y serán el celuloide de ayer y el formato digital de hoy los que le seguirán dando el sitial proponderante que se merece. Ambas interpretaciones mencionadas más arriba son diametralmente opuestas: fue capaz de personificar -en cuestión de meses- a una artista de principios del siglo XX caprichosa y temperamental, así como a una esclava china literalmente comprada por su futuro marido nada más que para engendrar y labrar la tierra. Y su trabajo en ambas cintas fue, por decir lo menos, magistral.

Su nombre representa apenas un breve capítulo en el libro de Hollywood y casi hasta se pierde en la vorágine de superestrellas e íconos; sin embargo, Luise Rainer vivió como quiso, tomó decisiones correctas y también cometió errores, pero -asegura hoy su única hija- fue una mujer feliz, sin mayores arrepentimientos y que, a pesar de sus innumerables inquietudes y contradicciones, gozaba de paz interior. Sin duda alguna, la mayor victoria a la cual aspirar antes del ocaso. Que en paz descanse.

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