González Iñárritu, un DJ que se dejó obsesionar por el cine

MÉXICO. Ambición y perfeccionismo al límite han sido la marca del mexicano Alejandro González Iñárritu, aún cuando muy joven y casi sin experiencia comenzó a pasar rock en una radio de la Ciudad de México.

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El cineasta de 51 años, quien tras una prolífica carrera en Hollywood obtuvo el domingo el preciado Oscar al mejor director y a la mejor película por Birdman, pasó después al mundo de la publicidad y a finales de la década de 1990 se dejó atrapar por el cine.

Para Michael Keaton, el protagonista de Birdman, González Iñárritu es "apasionado y loco", calificativos que son plenamente compartidos por algunos críticos, quienes le suman otros como solemne o pretencioso.

El mismo director, de barba canosa y cabellos despeinados, reconoce que puede llegar a ser una pesadilla para quienes trabajan con él debido a su obsesión por lograr los personajes y la estética que desea. Sin embargo, son muchos los actores que se han sentido atraídos por sus proyectos, que han escapado a los estándares de Hollywood, al igual que ha pasado con sus colegas Alfonso Cuarón, premiado como mejor director el año pasado por Gravedad, y Guillermo del Toro.

"Lo que me gusta son los personajes que tienen debilidades, que tienen flaquezas, contradicciones (...) No me gustan los personajes certeros ni heroicos ni predicadores, me gustan los seres humanos con todas sus fortalezas y sus flaquezas", dijo recientemente al canal mexicano Excelsior TV.

Desde su primera obra estelar del 2000, Amores Perros, González no ha tenido miedo de orquestar diferentes líneas narrativas intercaladas a un ritmo frenético, reflexionando a la vez sobre la muerte y el sentido de la existencia. "No oculta su pretensión sociológica, su ambición panorámica de un estado de ánimo llamado 'la Ciudad de México en tiempos de crisis'", dijo en su momento el crítico de cine Gustavo García sobre su ópera prima.

Sus trabajos posteriores elevaron estratosféricamente su apuesta en presupuesto y reparto. Cómodamente instalado en el "star system" de Hollywood a inicios de la década del 2000, González no disminuyó ni un ápice la densidad de sus obras. 21 Gramos (2003), Babel (2006) y Biutiful (2010) cosecharon premios en todo el mundo y una nominación al Óscar a mejor director, manteniendo su esquema de historias entrelazadas y de tono desolador.

Pero fue el humor corrosivo y su crítica visión de esa hoguera de vanidades que es el mundo del espectáculo lo que lo llevó a completar una de sus obras más logradas. Por primera vez en clave de comedia, aunque no menos ambicioso, el director abordó con Birdman lo que él mismo denomina la "enfermedad de popularidad" que aqueja a toda la sociedad.

"He sido todos ellos o los he conocido, o los he observado o he sido víctima de ellos", dijo González en enero al referirse a los personajes de la película en una entrevista para el blog The Playlist.

"El Negro", como lo llaman cariñosamente en México, no fue un joven cinéfilo que devorara películas de los maestros del cine, sino que su principal influencia artística fue la música, según dijo en una entrevista. Estudiando ciencias de la comunicación en su ciudad natal, comenzó como disc-jockey de una radio de rock a finales de la década de 1980, que a la postre dirigiría hasta convertirla en una de las más populares e influyentes de México. No terminaría la carrera, obsesionado como estaba por su trabajo.

"Nos la pasábamos trabajando, pero no nos dábamos cuenta, para nosotros era parte de la diversión (...) Dejamos la escuela (el estudio), porque ya no nos daba tiempo de regresar", dijo recientemente Martín Hernández, compañero de ruta de González Iñárritu y quien fue nominado al Oscar en la mención de Mejor Sonido.

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