Su productor, Luis Urbano, comunicó la muerte del cineasta a AFP. Oliveira se encontraba en su casa de Porto (norte de Portugal), su ciudad natal, según los medios locales.
Con inagotable “hambre de vivir y de filmar”, el realizador celebró su 106º cumpleaños con su público, con motivo del estreno en Portugal de su último trabajo, O Velho do Restelo (El viejo del Restelo).
A pesar de su frágil estado de salud, dirigió este cortometraje, que describió como una “reflexión sobre la humanidad” en la primavera de 2014.
Manoel de Oliveira había explotado hasta el final su mirada sobre la condición humana en una perpetua pregunta sobre el sentido de la vida.
El título de este filme se inspira en un personaje que es una suerte de profeta de la desgracia en el poema épico Las Lusíadas, escrito en el siglo XVI por Luis de Camoes, en el que se cuentan los grandes descubrimientos marítimos de los navegantes portugueses.
Nacido el 11 de diciembre de 1908 en Porto, la gran ciudad del norte de Portugal, pero inscrito al día siguiente en el registro civil, Oliveira era el último superviviente de “los bellos viejos tiempos del cine mudo”, al que seguía refiriéndose con nostalgia.
Realizó el grueso de su obra tras haber cruzado al línea de los 60 años y se dio a conocer después de sus 80. Hijo de un industrial que lo llevaba a ver las películas de Charlie Chaplin y de Max Linder y que le regaló su primera cámara, Manoel de Oliveira, atleta campeón de salto de pértiga y de carreras automovilísticas, debutó en el cine con 20 años como figurante en una película muda, El milagro de Fátima.
En 1931, rodó su primer documental, todavía mudo: Duoro, faina fluvial (Duero, trabajo fluvial) , sobre la vida de los trabajadores del río que baña su ciudad natal.
Aunque actuó en la primera película hablada portuguesa, “La canción de Lisboa” (1933) , le interesaba principalmente la dirección. Después de varios documentales, se lanzó a la ficción en 1942, con Aniki-Bobo, sobre la vida de los niños de un barrio popular de Porto.
Con todo, el contexto político y la falta de infraestructuras en el Portugal de Salazar lo mantuvieron alejado de las cámaras. Dirigió la fábrica de textiles heredada de su padre y los viñedos familiares. Hasta 1963 no estrenó su segundo largometraje, “Acto de primavera”, sobre la pasión de Cristo.
A partir de 1971, Oliveira se centró en la tetralogía de Amores frustrados que le dio la imagen del “cineasta exigente” que demostró ser con el estreno, en 1985, de Le soulier de Satin (La zapatilla de satén), un fresco de casi siete horas de duración basado en la obra de Paul Claudel, ganadora del León de Oro en el festival de cine de Venecia.
Creador prolífico, realizó desde 1985 prácticamente una película al año y trabajó con los más importantes actores, como el estadounidense John Malkovich, los franceses Catherine Deneuve y Michel Piccoli, el italiano Marcello Mastroianni o los portugueses Luis Miguel Cintra y Leonor Silveira.
Sus películas, en las que los diálogos y la música tienen un lugar especial, tienen la lentitud del Duero de su Porto natal, con planos largos fijos, parecidos a cuadros, y lentos movimientos de cámara.
Varias veces premiado en Cannes o en Venecia, este “cineasta de cinéfilos” , casado y padre de cuatro hijos, conquistó al gran público cuando ya era octogenario, con Je rentre à la maison (Regreso a casa) (2001), donde Piccoli encarna a un viejo cómico que se interroga sobre la soledad, la muerte y la vejez después de haber perdido a su familia.
En 2008, el cineasta recibió su primera Palma de Oro en Cannes por toda una trayectoria.
“Recibir premios es algo simpático”, declaró con malicia. Pero agregó: “el más bello regalo que nadie me pueda hacer es dejarme hacer las películas que me quedan. ¡Y no hay pocas!”.