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"El Llanero Solitario", la esperada adaptación del clásico personaje que recorría las llanuras de Texas en la época del Salvaje Oeste impartiendo justicia junto a su compañero indígena Toro, supone la quinta colaboración entre el director de cine Gore Verbinski y Johnny Depp, el actor que protagonizó para dicho cineasta la trilogía original "Piratas del Caribe" y la película animada "Rango".
¿Necesita de una razón para esperar con ansias el estreno este viernes de "El Llanero Solitario"? Entonces veamos cuatro ejemplos destacados de lo que sale cuando esas dos personalidades del cine se juntan; uno por película.
Las primeras impresiones son sin duda de gran importancia, y en el cine pueden suponer la diferencia entre un personaje más del montón y un ícono perenne. Es el momento en que los realizadores y el director tienen la oportunidad de, sin decir mucho, establecer la personalidad y particularidad de un personaje y hacer que la audiencia se interese, y quiera seguirlo durante el próximo par de horas.
En ese aspecto, la introducción de Jack Sparrow (“capitán Jack Sparrow”), el excéntrico pirata interpretado por Johnny Depp, en “Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra”, es brillante. En poco más de un minuto queda perfectamente claro que este tambaleante y peculiar marinero no es como ninguno de los anteriores bucaneros que hicieron presencia antes en la pantalla grande.
Vemos a un personaje infinitamente ingenioso, capaz de salir de cualquier situación por adversa que sea sin perder el estilo y esa desastroza elegancia -por contradictorio que suene-, características que Sparrow continuaría exhibiendo a lo largo de la saga.
Además, Jack llegando al muelle de Port Royal sobre el mástil de su casi totalmente hundido bote es simplemente un momento divertido, visualmente inolvidable, que establece perfectamente el tono que Verbinski busca transmitir: humor y aventuras con piratas; si eso no despierta a su niño interior, no sé qué puede lograrlo.
Es justamente ese espíritu aventurero clásico combinado con la espectacularidad de la tecnología moderna de efectos especiales lo que hace de la saga “Piratas del Caribe” -al menos las tres primeras películas- experiencias tan disfrutables. Verbinski y compañía tenían la capacidad de plasmar impresionantes batallas navales inconcebibles en las películas de piratas de antaño.
Pero a veces lo simple es más efectivo, como demuestra un magistral momento en la segunda película de la saga. El momento encuentra a Jack Sparrow, Will Turner (Orlando Bloom) y James Norrington (Jack Davenport), el comodoro del primer filme caído en desgracia, luchando entre sí por la llave del cofre de Davy Jones, que los tres buscan por motivos distintos.
Es simplemente un muy bien coreografiado duelo de espadas entre los tres, con un brevísimo intermedio en que, en un fantástico diálogo, Norrington pide a Will un momento para “matar al hombre que arruinó mi vida”, y Sparrow, fiel a su espíritu de pirata tramposo, responde diciendo que Will fue el que liberó a Jack de prisión antes de que este arruinara la vida de Norrington -y además se quedó con su prometida-, por lo que técnicamente Will es el responsable de la desgracia de Norrington.
El duelo luego continúa en nada menos que una rueda de molino que se desprende del edificio en el que estaban. Y nada más necesita decirse a partir de ese punto.
Sin embargo, una saga de las proporciones de “Piratas del Caribe” no podía terminar sino con el más suntuoso, elaborado y visualmente impactante de los espectáculos, la batalla final que decidiría el dominio del mar.
Por un lado, el “Perla Negra” comandado por Will Turner, Elizabeth Swann (Keira Knightley) y Héctor Barbossa (Geoffrey Rush); por el otro, el “Holandés Errante”, la imparable nave de Davy Jones, peleando al serivicio de la tiránica East India Trading Company. Y en el medio, un gigantesco remolino.
Lo que sigue son casi 20 minutos de choques de espadas, abordajes, cañonazos y balanceos sobre cuerdas, vigas y mástiles mientras el “Perla” y el “Holandes” se baten en un duelo dentro del remolino.
“En el Fin del Mundo”, el último capítulo de la trilogía original “Piratas”, recibió muchas críticas por su enrevesado -algunos dirían demasiado, no me incluyo- guión repleto de traiciones dobles y triples, y su larga duración. Pero esa batalla final, repleta de momentos vistosos a la par que emotivos -incluyendo una boda- da un excelente punto final a una fantástica trilogía.
Verbinski y Depp volvieron a encontrarse en “Rango”, una película animada -la primera del legendario estudio de efectos especiales Industrial Light & Magic- que se presentaba como un homenaje a los “westerns”, con un camaleón que se convierte en alguacil de un pueblo de animales como protagonista.
La película está repleta de trepidantes momentos de acción, incluyendo el encontronazo de Rango con un halcón asesino y una persecución que incluye a los héroes montados en correcaminos y perseguidos topos montados en murciélagos dotados de ametralladoras.
Pero en mi opinión la escena más impactante visual y emocionalmente es un momento cerca del final de la película, en el que Rango, perdido en más de un sentido, marcha lentamente cruzando una autopista repleta de vehículos en el medio del desierto, un momento surreal que marca el inicio de su simbólico descubrimiento de identidad.
Una escena que define no solo el impresionante trabajo de ILM en cuanto a texturas y luces, sino también cómo la comunión de música -una bellísima tonada de Hans Zimmer acompaña la escena-, actuaciones -sólo unas pocas palabras por parte de Depp- y manejo del lenguaje visual pueden generar momentos memorables en el cine.